La prosa –y el habla– de Roberto Valencia (Vitoria, 1976) tiene mestizaje con la música de El Salvador, país al que llegó en 2001, dos días antes del atentado islamista del 11-S. "Soy un mulato lingüístico: ni aquí ni allí me reconocen propio", cuenta a LD. Acaba de lanzar Carta desde Zacatraz con Libros del KO, editorial que estuvo a una miaja del noqueo por el secuestro de Fariña, de Nacho Carretero. En su obra, el periodista vasco utiliza un lenguaje en el que abundan los "salvadoñerismos" y los términos del argot pandilleril –en este sentido, ayuda el glosario final, como el que encontramos en La naranja mecánica con el nadsat–. Aborda el fenómeno de las maras contando la historia del pandillero Gustavo Adolfo Parada Morales, el Directo. El relato transcurre en un territorio macondiano y violento, en el que ocurren cosas inimaginables para un occidental biempensante, cómodo y burgués. La obra empezó a cocerse en abril de 2010 y se presentó el pasado lunes. Hay mucha documentación, mucho testimonio y mucho periodismo.
Carta desde Zacatraz justifica esta conversación:
P: Roberto, ¿cómo fue usted a parar a El Salvador?
R: Yo soy de Vitoria. Quería ser periodista y, entonces, en 2001, vi que no tenía muchas posibilidades acá de ejercer. Entonces, me fui a América Latina porque mi nivel de inglés era y sigue siendo muy precario y no puedo ejercer como periodista en Reino Unido, en Australia o en EEUU. Entonces, las opciones eran donde se habla español, y El Salvador, en particular, porque allá tenía un amigo, un compañero de facultad que es de Huesca. Era el lugar en el que tenía una cama, en el que podía estar. Yo soy de una familia de extracción humilde. Mi padre era obrero. Trabajó de camionero, en el parking de Galerías Preciados era el que cobraba… Y mi madre, cuando pedíamos las becas, en ellas poníamos "Sus labores". Cuidaba niños, limpiaba escaleras… Yo soy fruto de esa realidad y, como sentía que no lo tenía fácil en España ni en Euskadi, pues me fui para allá a probar suerte.
P: ¿Y qué se encontró allí?
R: Pues llegué en septiembre de 2001, dos días antes del atentado contra las Torres Gemelas. En El Salvador, el tema de las pandillas ya estaba bastante desarrollado, pero ni de lejos al nivel que se tiene no sólo ahora, sino a inicios de esta década, cuando se consolidó como fenómeno de seguridad nacional, porque va más allá de la seguridad pública, con robos, peleas juveniles con algún que otro muerto, etcétera. Por ejemplo: la colonia en la que viví los primeros siete meses, que se llama Santísima Trinidad, en la casa de este amigo del que te he hablado, entonces era una colonia sana. De extracción popular, pero sana. Sin embargo, desde hace unos años hasta hoy, es una colonia controlada completamente por la 18 Revolucionarios. El país era muy violento. En los últimos cuarenta o cincuenta años, no creo que haya dejado de serlo nunca. Y el país tenía muchos problemas que siguen estando hoy: pobreza, desigualdad… A grandes rasgos, ese era el país que me encontré. Vamos, eso es lo malo. Sería una pregunta legítima la de por qué te quedas en un país así. O por qué formas una familia en un país así. Pues porque es un país que se está creando. Sus gentes tienen una vitalidad, una manera de ver la vida que ayuda a sobreponerse a ese montón de problemas que tenemos como sociedad. No sólo desde el ámbito profesional: desde el personal, desde las relaciones humanas, personales, me ha dado muchísimo. Si me presentas, quiero que me presentes como salvadoreño.
P: En Carta desde Zacatraz, escribe que, hoy, las maras serían "irreproducibles en Sudamérica, en Europa, ni siquiera en EEUU".
R: El fenómeno de las maras es importado de un área de Los Ángeles, pero esa importación fue hace un cuarto de siglo. La semilla se sembró en unas condiciones, en un terreno que tenía determinadas características que no son las de la sociedad estadounidense. Y el fenómeno evolucionó en función de estas características. Me gusta utilizar la metáfora de las lenguas. Tú tienes una lengua, el latín, que es la misma hace 2.000 años, pero hoy tienes el rumano, que viene del latín, y el español, que tienen poco en común, salvo el origen. Entonces, la MS y el Barrio 18 de Los Ángeles, que siguen estando ahí y siguen siendo un problema para esa sociedad, poco tienen que ver con la Mara Salvatrucha de San Salvador, San Miguel, etcétera. Quien se refiere a la Mara Salvatrucha como uno solo, como Donald Trump, normalmente es gente o que no conoce el tema lo suficiente o que, si lo conoce, quiere hacer un uso malicioso de la información. Suele ser lo primero. Es un problema que sucede en determinados estratos sociales. Toda la sociedad salvadoreña es violenta, pero el fenómeno de las pandillas no afecta de igual manera a quien vive en una colonia de clase alta o media-alta y se va al trabajo en su carro propio, y su rutina es ir al club privado, y sus hijos están en el sistema privado de educación, y su tiempo libre lo pasan en centros comerciales, que a alguien que tiene como vecino a los pandilleros. Eso hay que tenerlo en cuenta, hay que saberlo procesar. Y es una crítica que hago tanto a mi gremio, el periodístico, como a la academia como al propio Estado. Mi lectura es que ni siquiera se han hecho esfuerzos, salvo excepciones, honestos por saber los porqués de ese problema. Por qué un fenómeno de pandillerismo juvenil, que existirá en casi todos los países del mundo, en El Salvador es un problema de seguridad nacional. En este caso, somos un equipo de periodistas los que, en 2010, consideramos que había que crear un equipo de trabajo dentro de El Faro, que pusimos por nombre "La Sala Negra", para intentar ir a las raíces y explicar a nuestros lectores por qué pasaban estas cosas en nuestras sociedades. Y conocer eso viene bien para explicar, por ejemplo, el fenómeno de las caravanas migrantes. Una de las razones que explican estas caravanas, con miles de personas, con niños en brazos, madres, padres, con criaturas de dos meses, que se atreven a irse caminando 4.000 kilómetros a México… (Piensa) México es un país muy hostil con los inmigrantes. Si alguien es padre y ve que un padre está vadeando un río con un niño de dos meses, lo primero que piensa es: ¡qué irresponsable! ¿Quién le estará manipulando? Bajo mi punto de vista, la pregunta es: ¿de qué está huyendo? Huyen de muchos factores. Y uno de ellos es el fenómeno de las maras. Y este libro, aunque al final se haya hecho de una forma que aspira a ser amena y se centra en un pandillero en particular, lo que intenta explicar es ese fenómeno.
P: ¿De dónde obtienen el dinero las maras?
R: Hay un debate sobre el que se sigue desinformando, en mi opinión: la relación de estas estructuras con el narcotráfico internacional.
P: En el libro se habla de la Eme, la Mafia Mexicana.
R: Sí, pero aplica más a la expresión estadounidense de las pandillas, que no es la de El Salvador. Ese hilo se cortó rápido. De hecho, internamente, considerar que toda la Mara Salvatrucha es la misma cosa, sólo dentro de un paisito que es del tamaño de la provincia de Badajoz, ya es una osadía, si no una imprudencia. En cuanto al dinero: "La Sala Negra", en coordinación con el New York Times, publicó hace un año, año y pico, un texto titulado "La mafia de pobres que desangra a El Salvador". Ahí se pretendía responder a ese mito de que las pandillas son, prácticamente, apéndices de los grupos narcotraficantes mexicanos. Hay algunos episodios que sí han ocurrido. Pero el número de pandilleros procesados por tráfico de drogas es muy bajo, y los que han sido procesados es por cantidades irrisorias. La droga tiene una presencia en la vida de la pandilla, sobre todo, la marihuana, y también existen tráficos a escala pequeña que ellos controlan, y cada vez menos pequeña, pero estamos convencidos de que no son actores de peso en el tráfico internacional. A corto, medio o largo plazo puede que estén, pero a día de hoy no tenemos esa certeza. Desestimado eso, ¿qué queda? La extorsión, la renta, que llaman ellos. Por que te cuiden el carro, entre comillas, tú pagas una cantidad siendo vecino de la comunidad. Y te cuidan el carro realmente, es muy improbable que te lo abran si está al cuidado de la pandilla. Y luego existen ondas mucho más sofisticadas de rutas de distribución de productos y, para llegar hasta ahí, hay una cuota de sangre y sigue habiéndola. La gente no da el dinero a un grupo de jóvenes porque sí, sino porque sabe las consecuencias de no darlo. Esa es la principal fuente de financiamiento.
P: ¿Cómo conoce la historia de Gustavo Adolfo Parada Morales?
R: Llego a El Salvador en septiembre de 2001 y, por circunstancias de la vida, una de las primeras entrevistas que me toca hacer es a Gustavo Adolfo Parada Morales. ¿Por qué? Me ponen de editor de uno de los periódicos principales de allí, el Diario de Hoy, de un suplemento para la zona oriental. Él es de San Miguel, la ciudad en la que transcurre el grueso de la acción.
P: Sanmaicol.
R: Sí. Se nota rápido cuando alguien ha leído el libro y cuando no (Risas). Entonces, ya era un personaje. El gran terremoto había ocurrido en el 99, que es cuando su caso estalla y cuando se fuga. Yo llego en 2001. Pero todavía las réplicas eran tremendas, y lo siguieron siendo en 2002, 2003, 2004. Sigue estando el nombre de el Directo en todas las personas de más de 35 años. Yo tengo esa oportunidad de entrevistarlo, y lo hago. Me llevé un pequeño casco. Uno espera…
P: ¿Un genio del mal?
R: Sí, un tipo que te intimide sólo con la presencia, y me encuentro con todo lo contrario. Me quedé prendado del personaje. En términos periodísticos, es fascinante. Como a Sandro Pozzi le fascinó la vida de la mafia italo-americana. Yo soy del 76. En los años de la investigación, hacía recortes y guardaba notas. Y tengo todos esos recortes de todas las veces que el Directo aparecía en la prensa: cuando lo detuvieron, cuando se escapa, cuando vuelve a salir, etcétera. La idea del libro es muy posterior, cuando empieza "La Sala Negra". La primera entrevista con la juez que vio sus casos, la juez Bertha, es de abril de 2010, y estamos presentando el libro en noviembre de 2018. Los primeros años los dediqué a recopilar la información. Luego hubo años para procesar esa información. El personaje muere cuando el libro está escribiéndose, no fue parte del guion original. Por eso, el libro, joé, está mal que lo diga yo, pero es un libro que termina siendo una expresión muy real del tipo de periodismo que hacemos en El Faro en general, en "La Sala Negra" en particular, y yo como autor. Hay secuencias en primera persona, pero yo me limito a reconstruir la vida de el Directo y el impacto que tuvo en el desarrollo del fenómeno de las pandillas. Los debates que generó este personaje se plasmaron en políticas públicas concretas, como la asignación de cárceles, primero en los menores infractores y luego entre los adultos. Detrás de eso, que cualquier académico te dirá que fue uno de los factores que terminaron de cohesionar a las pandillas, está el Directo. Él es quien detonó esos debates. No es un pandillero más. Pandilleros, entre vivos y muertos, ha habido más de 100.000 en un paisito como El Salvador. Yo me centré en éste porque, más allá de lo violento, ilustra también unos cambios. Su caso tuvo una incidencia real en la aprobación de políticas públicas.
P: A lo largo del libro, amén del protagonista, destacan tres personajes: su madre, Dora Alicia; su pareja más estable, digamos, y madre de sus hijos, Rosa, y el licenciado Yánez. Cuénteme sobre ellos.
R: Dora Alicia es la madre y, bajo mi criterio y el de casi toda la gente con la que hablé y que la conocía, gente de juzgados, psicólogos, jueces, etcétera, es uno de los elementos que hace que el Directo sea lo que terminó siendo. El brinco sucede en la noche o en los días posteriores a que lo eche de casa. El Directo le plantea: "O tu pareja o yo". Y toma su decisión. Hablé con ella hace poco. Es un personaje muy extraño, muy denso, muy rico. Rosa… has acertado en esa definición: es la pareja formal, con la que se casó. En la concepción de las pandillas y de el Directo en particular, el machismo es el eje central. Y él tenía derecho, incluso encarcelado, a estar pisando a quien quería y más. Pero la madre de sus hijos es una. Y tiene más hijos fuera del matrimonio, pero sus hijos eran sólo Andy y Maira. En este difícil papel de juzgar casi a ser Dios y poner etiquetas de víctima y victimario, en el Directo sería fácil ponerle la etiqueta de victimario. En Rosa, no hay dudas: es una víctima. No sólo por el final del libro. Es víctima, prácticamente, desde que lo conoce. Yo sentí su muerte. No sé si son tres o cuatro días los que pasan entre la muerte de ella y la de el Directo. Fue víctima de unas circunstancias que no eligió, que le venían dadas por dónde nace. Y el licenciado Yánez: la Procuraduría de Derechos Humanos es una institución que surge de los acuerdos de paz. Él era el encargado en la zona oriental de esa institución. Y cuando le asesinaron a un sobrino que era pandillero, en realidad, reaccionó más como salvadoreño que como funcionario. Y, no es el único, pero tiene un rol muy importante para que tú y yo estemos aquí sentados hablando de el Directo, para que no fuera un caso más. El caso, antes de la fuga, era ya un caso anormal. Por presión directa y por la concepción de justicia que tenía ante un sobrino asesinado, ya hizo que este caso dejara de ser uno más. El Directo era un asesino, que a nadie le quede duda. Pero los jueces y algunos testimonios dicen que no era el caso más descarado que habían atendido.
P: El Directo era un asesino, pero en el libro resuena aquella frase de Ortega: "Yo soy yo y mis circunstancias". El Directo no nació lobo.
R: Nadie nace lobo. Yo utilizo una estrategia narrativa: cuando está rehabilitado, yo lo dejo de llamar "Directo" y lo llamo "Gustavo". Era un tipo muy inteligente. Le costó, pero al final comprendió que su vida en la pandilla no iba a ningún sitio. Entonces, se aferró a la mano que le tendieron jueces, curas, Naciones Unidas… ¡Lo sacaron del país! Y yo sí creo que él sí quería honestamente cerrar su vida de pandillero. Por eso se va al Norte. Fíjate: su padre biológico embaraza a la mamá y se va. En el 81. Él, en 2002, viene de Costa Rica, va a la psicóloga y se va al Norte. Y ahorita estamos con este tema de las caravanas. Estamos hablando de cuatro décadas. Lo nuevo es que vayan 2.000 o 3.000 personas, pero el fenómeno de la migración en un pueblo salvadoreño está muy arraigado. Creo que el libro viene a llenar ese vacío de explicar por qué ocurre esto, por qué la gente se va.
P: ¿Qué tiene de especial Zacatraz? Cuenta que ha estado "en los penales de Izalco, Cojutepeque, Ciudad Barrios, Quetzaltepeque, Ilopango y Mariona. Y he presenciado escenas de degradación humana que nunca –nunca– olvidaré, pero no he conocido a un solo privado de libertad que quiera cambiar su pocilga por una celda en Zacatraz".
R: De 2016 para acá, hicieron un paquete de medidas extraordinarias que busca controlar que el Estado sea quien controla sus cárceles. Suena muy extraño, pero es una de las deudas, una de las cuestiones por las que el sistema penitenciario terminó convertido en parte de la organización interna de las pandillas. La estructura de mando estaba en las cárceles. Ahora ha cambiado algo, pero durante un tiempo no se hacía nada sin el permiso explícito del jefe de clica o de programa en la calle. Zacatraz es un penal relativamente nuevo, construido ad hoc. Muchas de las cárceles salvadoreñas son antiguos carteles y ondas así. Este penal se inaugura en 2004, bajo un modelo gringo de cuestiones peliculeras de hablar por teléfono, no tener contacto con la visita, tener un régimen mucho más severo de horas de libertad, van con uniforme… Nadie quiere estar en Zacatraz. Esto es circunstancial pero, aparte, están en una zona especialmente calurosa, al lado del aeropuerto internacional.
P: Finalmente, ¿cómo se conjuga ahora el fenómeno de las maras en El Salvador?
R: A día de hoy, si fueran una empresa, las maras tendrían más currículums de gente que quiere ingresar que plazas vacantes.