No acostumbro a caer en la tentación de ponerme a leer los libros que dicen best sellers o superventas. Pero esta vez me sentí obligado a embaularme el tomazo de Yuval Noah Harari Homo Deus. Más que nada me atrajo lo provocativo del título (algo así como "el hombre como Dios") y el consejo de algunos amigos. El estímulo básico fue que me intriga la literatura que atrae a muchos lectores cultos.
Puede que la cosa sea bien sencilla. Ahí está el caso de otro autor (o quizá el editor) más listo que el hambre: Stephen Hawking, otro inglés que fue un éxito de ventas. Se consigue una enorme popularidad cuando se escriben libros que no se entienden. El antecedente egregio fue El capital de Karl Marx.
El mamotreto de Harari se subtitula "Breve historia del mañana". Ahí empieza la primera desilusión, pues el texto apenas se refiere al futuro. Casi todo es historia, antigua o moderna, pero hecha a pedazos, como si su principal fuente hubiera sido la Wikipedia. Es algo que vende mucho.
No es difícil calificar el género al que pertenece este libraco: fantasías con apariencia científica. Por ejemplo, el abuso de ciertos términos altisonantes, como genes o algoritmo, y la abundancia de signos de interrogación.
Lo malo no es tanto la forma como el contenido. El avispado autor se propone demostrar que la sociedad actual se halla en trance de derrotar a la muerte y garantizar la eterna juventud de los humanos. El resultado es que, tras un largo proceso, por fin, los hombres serán como dioses; se entiende, como dioses griegos. Pues ya se sabe, sostiene el autor, que "Dios ha muerto", según el famoso dicho de Nietzsche. El argumento práctico de Harari es el de un ateísmo cientificista. Entiendo que es una ideología bastante vieja, pero ahora vertida en odres nuevos, los que se presentan como nuevas tecnologías.
Al final, el profesor Harari propone que su ateísmo cientificista se presente con la apariencia más vulgar de un nuevo humanismo. Fenecido Dios, se trata de sustituirlo por la Humanidad. La verdad es que para este viaje no necesitábamos alforjas.
No me da espacio para describir la serie de disparates que deja caer un historiador tan renombrado como Harari. Da por supuesto que la epidemia de gripe de 1918, la más mortífera de la historia, fue realmente la epidemia española. Especifica que "un virus español puede abrirse camino hasta el Congo o Tahiti en menos de veinticuatro horas" (P. 20). Falso; la epidemia no se originó en España. Se llamó "española" porque la enfermedad afectó a Alfonso XIII y la noticia dio la vuelta al mundo. Los países beligerantes de la Guerra Europea ocultaron la incidencia de la gripe en sus respectivos países por razones de seguridad. Cierto es que el virus viajó rápidamente, pero tardó algunos meses en desplazarse por todo el mundo. A Canarias llegó un año después que a la Península Ibérica.
Narra el autor el magnífico episodio de un cónsul portugués que salvó la vida de muchos judíos durante la II Guerra Mundial, otorgándoles pasaportes falsos (p. 186). Podría haber añadido que la hazaña la realizaron también algunos cónsules españoles.
Harari afirma enfáticamente que uno de los fenómenos más influyentes del siglo XX ha sido el feminismo (p. 305). No es así, pues el feminismo es del siglo XIX.
La verdad es que todas estas minucias que digo palidecen al lado de la tesis fundamental de Harari: en el siglo XXI la ciencia está consiguiendo que los hombres sean dioses. De momento, nos aproximamos a la inmortalidad. Se comprende que para vender un libro valga todo.