A finales de junio de 1791 el gran paquebote español San Carlos se hallaba anclado en el puerto de Quadra —hoy puerto Discovery—. Su capitán, Francisco Eliza, tenía encomendada la misión de explorar y cartografiar la costa noroeste de lo que ahora es Canadá, en una carrera entre naciones que competían por encontrar y monopolizar un supuesto canal que conectaría el Pacífico y el Atlántico. Algo que, en realidad, nunca existió. Para llevar a cabo tal encargo contaba con otras dos naves menores: una versátil goleta llamada Santa Saturnina y una lancha pequeña pero robusta. Además, en su tripulación disponía de tres pilotos sobradamente experimentados y audaces que, a la postre, serían los que soportarían el peso de toda la expedición. Uno de esos pilotos se llamaba José María Narváez, y en aquel momento tenía 23 años.
El joven piloto había llegado a ser primer oficial después de surcar aquellas aguas durante tres años, realizando siempre la ardua misión de rastreo y cartografía de unas costas desconocidas para los españoles, aunque frecuentadas por navíos rusos e ingleses, que llevaban cierto tiempo comerciando con las tribus allí asentadas. La poca ambición de los empresarios que explotaban aquella zona, más interesados en enriquecerse fácilmente que en descubrir nuevas rutas, sin embargo, hacía que muchas de aquellas costas no hubiesen sido avistadas nunca por europeos, y que muchos de los canales y de las ramificaciones que allí existen tampoco hubiesen sido navegados.
De esa manera, por ejemplo, el propio Narváez se había convertido en 1789 en la primera persona en explorar el cabo de Juan de Fuca, la desembocadura del extenso mar de Salish en cuya costa se encuentra asentada la actual ciudad de Vancouver. Y ahora, dos años después, también él iba a ser el primer marinero en adentrarse en aquella masa de agua inexplorada y de desembarcar allí donde se asienta la ciudad canadiense en la actualidad.
Todos los detalles de aquellas travesías están narrados en Narváez. Por aguas inexploradas (Ediciones del Viento), el último libro del historiador Jim Mcdowell, que ya en 1988 había rescatado la figura del marinero español publicando José María Narváez: El explorador olvidado. En sus páginas, el estudioso descubre, por ejemplo, cómo tan solo cuatro días antes de zarpar desde el puerto de Quadra, Francisco Eliza sufrió una enfermedad no especificada en sus diarios, y delegó su responsabilidad en el joven Narváez, que se vio en la difícil encrucijada de tener que planificar un viaje de 21 días por aguas desconocidas, y de llevarlo a cabo con éxito.
Pero aunque esa sea la hazaña más destacada del marino en aquellos años, el libro no solo se centra en ella, sino que reproduce de una manera amena las peripecias que tuvo que llevar a cabo en aquellos lugares, ofreciendo siempre el contexto histórico y siguiendo, de una manera perfectamente documentada, el curso de unos acontecimientos repletos de incertidumbre, de peleas entre oficiales y de conflictos de intereses entre las naciones más poderosas de Europa.
"En la historia de la costa noroeste del Pacífico, Narváez merece un reconocimiento especial por tres exploraciones de vital importancia", explica Mcdowell en la introducción. "Fue el primer español en contactar e investigar un puesto de avanzada ruso para el comercio de pieles al oeste del golfo de Alaska. (...) se convirtió en el primer europeo en reconocer el interior del estrecho de Juan de Fuca. Y (...) resultó ser también el primer europeo en surcar el gran golfo interior que conforma el mar de Salish, (...) [descubriendo] el asentamiento de lo que con el tiempo ha pasado a ser la ciudad más grande de Canadá occidental: Vancouver". "Pese a ello", especifica después, "el navegante a quien comúnmente se atribuye la exploración de este canal navegable y la localización del emplazamiento de la ciudad que ahora lleva su nombre es el agrimensor británico por excelencia, el capitán George Vancouver, que llegó un año después a bordo del enorme buque de cruz HMS Discovery".