"Mayo del 68 no fue una revolución liberal", dice Marcelo López Cambronero al otro lado del teléfono, en algún lugar de la montaña, donde casi no llega la señal. "Quiero decir que los estudiantes no buscaban realmente esto que ahora impera en el mundo: esta supuesta libertad absoluta en la que ya no existe un punto de referencia que guíe las vidas de la gente". Es Doctor en Filosofía y coautor, junto a Feliciana Merino, de Mayo del 68. Cuéntame cómo te ha ido, un libro que, a diferencia de casi todos los ensayos publicados acerca del famoso acontecimiento que marcó la segunda mitad del siglo XX, ha querido centrarse en las voces de algunas de las personas protagonistas aquellos días, para conocer de primera mano cómo ha evolucionado su pensamiento.
"Mayo del 68 fue una rebelión contra el sentido", explica. "Los jóvenes de entonces fueron la primera generación que no aceptó que sus padres tuviesen decidido cómo tenían que vivir el resto de su vida. Antes todo estaba muy preestablecido. Si vivías en el campo, ya sabías a lo que te ibas a dedicar, desde que nacías hasta que morías; si estudiabas una carrera determinada, ya sabías cuál iba a ser tu trabajo… Contra ese sentido impuesto desde arriba es contra lo que se rebelaron los estudiantes".
Con esa idea de fondo, el libro encadena una serie de entrevistas con gente tan destacada como Alain Krivine, líder, junto a algunos otros, de la revuelta estudiantil parisina, Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución española de 1978, Amelia Valcárcel, reputada feminista española, o Gabriel Albiac, intelectual de gran renombre; y presenta al lector una idea de conjunto de todo lo que supuso una revuelta tan inesperada como transformadora. A fin de cuentas, y pese a sus limitaciones, "Mayo del 68 fue el pistoletazo que marcó el inicio del posmodernismo", comenta López Cambronero.
Revuelta estudiantil, revuelta obrera, trampolín del feminismo… Los altercados que comenzaron en los aledaños de la Sorbona y de Nanterre acabaron transformándose y reivindicando cambios en otros muchos ámbitos sociales. Sin embargo, puede llamar la atención, tal vez, que en una obra que trata de profundizar en la evolución del pensamiento de los actores principales de ese acontecimiento, cobre una notoriedad importante el catolicismo. Casi la mitad de los entrevistados son creyentes ahora. "Lo cierto es que no fue una circunstancia buscada. Nosotros queríamos entrevistar a Eugenio Nasarre y al cardenal Fernando Sebastián, porque en España tuvieron un papel muy importante en la Transición, sobre todo Nasarre con las controvertidas leyes de libertad religiosa y de educación… Pero luego resulta que, por una casualidad, varios de los otros entrevistados se habían convertido en los últimos años y nosotros no lo sabíamos". Es el caso de Aldo Brandirali, importante líder de las revueltas en Italia, o Mikel Azurmendi, exmiembro de ETA, arrepentido. De esa forma el libro acaba abarcando Mayo del 68 de manera poliédrica, centrándose en cada uno de los elementos que lo propiciaron, y no desdeñando el papel de una iglesia renovada, en su momento, gracias al Concilio Vaticano II.
La conversación, llegados a ese punto, acaba centrándose en el presente, y en la deuda que tenemos hoy con los revolucionarios de entonces. "Lo que ha ocurrido es que los estudiantes rompieron con lo que había porque querían tener más libertad de acción y de elección. Rompieron con todo, pero no tenían una propuesta para arreglar el sistema. Eran reaccionarios. Pensaron que ya encontrarían la salida, pero no la encontraron. Dejaron así un vacío importante en el que se implantó de manera perfecta un capitalismo exacerbado, que nos ha traído a donde estamos hoy", explica López Cambronero. "Se luchó contra el sentido impuesto y se acabó perdiendo todo el sentido. De pronto ya no importaba nada. Discutir sobre política se convirtió en algo absurdo, porque se había perdido un ideal común; algo a lo que aspirar. Así se llegó a ese relativismo que ha hecho que las generaciones actuales cultiven este nihilismo jovial tan corriente. Los jóvenes de ahora no le encuentran un sentido a la vida, pero es que ni siquiera tienen esperanzas de encontrárselo. Son gente, luego, fácil de atrapar en ideologías cerradas y simplonas, como los nacionalismos".
En este panorama, considera López Cambronero, se dan las circunstancias propicias para que el capitalismo arraigue. "Con esa falta de sentido, la gente ahora se lanza a ese individualismo en el que lo más importante es exprimir la vida, disfrutarla y nada más, porque no existe un sentido superior. Muchas personas no son capaces de comprender que se puede ser feliz teniendo marcado un camino vital, o estando limitados por nuestras creencias o nuestras circunstancias. Son las mismas a las que les cuesta creerse que un paralítico pueda ser feliz". Habla tranquilamente, explicando su punto de vista, y atiende paciente a las preguntas que van surgiendo. Siguiendo su discurso, por ejemplo, ¿Se está perdiendo el sentido de comunidad? "En cierta medida sí, porque ahora todo el mundo mira mayoritariamente por sí mismo. Los ideales que imperan hoy en día favorecen ese capitalismo consumista que anestesia y aísla. La idea de entregarse al prójimo, de trabajar unidos por un bien común, aunque se venda desde la política, cada vez tiene menos presencia, en realidad". Y la política, de hecho, habría evolucionado de la mano de estos acontecimientos, según él, hasta convertirse en lo que tenemos hoy. "Al no existir un sentido claro, los políticos únicamente se mueven por el poder. Varían su discurso para captar votantes, pero no tienen un proyecto consolidado ni unas ideas realmente inamovibles. Todo es hipocresía".
Pese a todo, López Cambronero también quiere destacar la parte positiva del movimiento que se inauguró en Mayo del 68. "Lo más importante es que la gente, por fin, es protagonista de su vida", explica. "Ahora tenemos la libertad de decidir qué queremos hacer, y también más capacidad para llevarlo a cabo". Sin embargo, advierte: "Nos está costando mucho adaptarnos a este nuevo panorama. Antes la gente tenía la vida más marcada. Todo era mucho más fácil, en ese sentido. Ahora no. Yo creo que la conquista de esa libertad era una necesidad histórica. Tenía que pasar. Pero por ahora solo lo estamos sobrellevando. Aún no hemos encontrado una brújula que nos oriente en este nuevo paradigma. Es una disyuntiva apasionante", exclama, antes de añadir: "Aunque históricamente este tipo de disyuntivas siempre se han resuelto de la peor manera posible, y eso, en nuestros días, se traduce en una pérdida de vidas absolutamente inconcebible. Por eso es tan necesario encontrar una solución cuanto antes".
En la práctica, él vislumbra posibles salidas, todas con sus ventajas e inconvenientes: "No creo que en una sociedad tan fragmentada como la actual sea positivo que triunfen unas políticas fuertes, autoritarias, aunque es una posibilidad que puede suceder. Es un ‘corrector’ histórico que ya ha acontecido en otras ocasiones", dice. "Yo abogaría antes por tratar de conseguir que el individuo tenga más presencia y más libertad de acción dentro de los sistemas políticos. No puede ser, por ejemplo, que un diputado, sea del partido que sea, no tenga en la práctica libertad de voto. El problema es que veo muy difícil que, con los partidos que tenemos, tan implantados en el sistema actual, sea posible que surjan estos cambios desde dentro. Pero sobre todo veo difícil que estos cambios puedan producirse en una sociedad en la que el individualismo ha adormecido el sentido político de los ciudadanos". "Definitivamente", concluye, "vivimos en una encrucijada histórica apasionante".