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Rosa Belmonte

Concha Méndez, armada y poco peligrosa

La de Concha Méndez es la historia de los intelectuales españoles del siglo XX. La de la República, la de la Guerra, la del exilio.

La de Concha Méndez es la historia de los intelectuales españoles del siglo XX. La de la República, la de la Guerra, la del exilio.
Concha Méndez | Archivo

De Concha Méndez decía María Zambrano que era un nombre de los que llenan el momento que se está viviendo. La de Concha Méndez (Madrid, 1898-México DF, 1986) es la historia de los intelectuales españoles del siglo XX. La de la República, la de la Guerra, la del exilio. Poeta y editora, fue novia de Buñuel, amiga de Maruja Mallo, mujer de Manuel Altolaguirre y una de esas mujeres importantes del 27 sin plaza fija en la generación. Pero es probable que sin ella (y sin Altolaguirre) el grupo literario no habría sido lo que fue. Porque la unidad de grupo se crea con las revistas que ellos imprimían (Poesía, Héroe, 1616, Caballo verde para la poesía). En 1991 publicó sus memorias gracias a su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre. Era difícil conseguir un ejemplar. Pero la editorial Renacimiento, en su biblioteca del exilio, las acaba de reeditar. Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas es un libro excepcional, el testimonio de una vida extraordinaria.

En la introducción, cuenta María Zambrano que Concha Méndez quería mucho a su hermano Pascual porque fue el único que no le pegó cuando volvió a casa nada menos que de la universidad. La propia Méndez recuerda que había ido de oyente a un curso de literatura geográfica (no me pregunten) siendo ya mayor de edad. Y cuando volvió a casa, su madre, que estaba hablando por teléfono, la llamó, le dio con la bocina en la cabeza y le abrió la sien porque se había enterado. Amenazó con tirarse por la ventana si no la dejaban salir, ir a cafés con sus amigos, cosas respetables. Conocer gente. Y eso hizo, hacerse amiga de Federico García Lorca (cuando lo vio recitar pensó que eso también lo podía hacer ella) o de Maruja Mallo, con la que vagabundeaba por Madrid y a la que servía de modelo. Ambas inauguraron el sinsombrerismo. "¿Pero por qué no llevas sombrero?", le preguntó su madre. "Porque no me da la gana". "Pues te tirarán piedras por la calle". Iban muy bien vestidas, pero sin sombrero, a caminar por el Paseo de la Castellana. Maruja decía que de haberse puesto sombrero se lo habrían puesto en un globo de gas atadito a la muñeca. Y cuando se encontraran a alguien le quitarían el sombrero al globo para saludar. Concha Méndez era amiga del colegio de Concha Sánchez Albornoz, hija de Claudio Sánchez Albornoz. Estos vivían en el mismo edificio de Valle Inclán. Maruja Mallo quiso conocerlo y fueron una tarde a verlo. Las recibió echado en un diván en la habitación donde escribía. Al salir, Maruja dijo que le había parecido "una bandera vieja tirada con descuido en un diván". Concha Méndez fue una de las fundadoras del Lyceum Club en 1926. La que acuñó la expresión maridas (las mujeres que iban allí eran "las maridas de sus maridos"). Invitaron a dar una conferencia a Jacinto Benavente, que les dijo que no hablaba a tontas y a locas. Sus amigos Lorca y Alberti sí aceptaron.

Concha Méndez se fue a Argentina por gusto en un barco de emigrantes. Allí se trataba con la también interesantísima Consuelo Berges y con Alfonsina Stormi. "A Alfonsina le gustaba Quevedo y a Consuelo, Ortega y Gasset. A mí me venía bien cualquier cosa". De vuelta a Madrid, conoce a Altolaguirre, con el que se asocia. Ponen una imprenta (una de mano en el hotel donde vivían). La manejaba con un mono azul de mecánico. "Él era el tipógrafo y yo la fuerza que hacía girar la imprenta". Se casaron en 1932 y los testigos, además de un capitán y el embajador de Chile, fueron Juan Ramón, Cernuda, Lorca, Moreno Villa, Aleixandre y Jorge Guillén.

El matrimonio tenía una relación especial con Cernuda. Al volver del viaje de novios lo encontraron tristísimo en una casa de huéspedes. Le buscaron un departamento en su mismo edificio y lo invitaron a que comiera con ellos todos los días. Llegaba a la casa, colgaba el traje, se ponía también un mono de mecánico y se acercaba a la imprenta a echar la tarde con los Altolaguirre. Cuando en 1936 se publicó ‘La realidad y el deseo’ dieron una fiesta en su casa. Fue un día raro. Concha Méndez y su criada soñaron la muerte de Federico. Ese Federico que en las reuniones en casa de Aleixandre (o en la de Carlos Morla) bailaba con una servilleta por falda o hacía de cupletista. No se explicaba Concha que siendo la alegría misma escribiera esos dramones teatrales.

Cuando estalló la guerra, los Neruda fueron a refugiarse a su casa (Pablo tenía una mujer de Java de casi dos metros y una hija hidrocéfala a las que abandonaría). Altolaguirre se hizo cargo de La Barraca de Lorca. Se trasladaron a Barcelona. Recordaba Concha a los comunistas más amables que a los anarquistas. Entre los desastres de la guerra, rememora la muerte de la mujer de Ramón Gaya, a la que estalló una bomba que le amputó las piernas (murió desangrada). Durante la estancia en Cataluña, Altolaguirre estaba en el frente como impresor. Cuando enfermó de tuberculosis se volvieron al monasterio de San Benet en Sant Fruitós de Bages que el gobierno catalán les había dejado dejó usar (la parte del pintor Casas). "Nos llegó la noticia de que los fascistas se estaban acercando a Cataluña. El matrimonio que cuidaba el monasterio era localista y cuando se acercaron las tropas de Franco se les oyó decir: ‘Que tomen España, bueno; pero Cataluña, que no es España, no’".

Llegó el exilio. París, Cuba y México, donde también llegó el divorcio. Pero seguían teniendo una buena relación y cuando Cernuda llegó al país americano en 1952 se fue a vivir a la casa de Concha Méndez en Coyoacán por indicación de Altolaguirre. Y murió allí en 1963. Lo curioso es que habían estado años sin hablarse por unas maletas. Porque Cernuda le pidió a Concha un juego cuando lo nombraron Agregado Cultural en la Embajada de París y, de los dos que tenía, Concha le dejó el menos bueno. En uno de los viajes a Estados Unidos desde el DF, los Altolaguirre fueron con los niños a despedirlo al aeropuerto. "No dejes de escribirnos para saber cómo has llegado", le dijo ella. Y el poeta: "Si a mí me pasa algo, el mundo entero lo sabrá". Para que el mundo entero supiera quién fue Concha Méndez tuvo que escribir sus memorias.

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