Hubo un tiempo en que Roberto Bolaño no era Roberto Bolaño. Entonces su nombre no aparecía en conversaciones literarias, ni sus libros eran vendidos en cualquier librería de cualquier ciudad del mundo. Antes de la publicación de Los detectives salvajes, hace veinte años, Roberto Bolaño no existía, pese a que cuatro novelas llevaban ya su firma y la crítica lo había elogiado alguna vez, igual que a tantos otros escritores invisibles para el gran público.
En 1998 Roberto Bolaño surgió, como lo hacen de pronto las figuras literarias, y alcanzó un tardío reconocimiento que habría de colocarle demasiado tarde entre el destacado grupo de escritores que, de hecho, tienen lectores; esos privilegiados cuyo nombre es suficiente para asegurar un éxito de ventas. Moriría en 2003, sólo cinco años después de recibir el XVI Premio Herralde por esa creación extraña e híbrida, "el tipo de novela que Borges habría aceptado escribir", como diría de ella el crítico Ignacio Echevarría.
Tuvieron que ser las historias de las vidas de Arturo Belano y Ulises Lima, que no son otros que el propio Bolaño y su mejor amigo, el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro, las que le permitieron cumplir aquella máxima a la que había decidido consagrar su vida: vivir de la escritura. El público no pudo hacer otra cosa que rendirse ante esa extraña narración de un periplo que es a la vez una huida y una búsqueda: cuatro jóvenes atravesando el desierto de Sonora, perseguidos por el proxeneta de una de ellas, realizando una investigación exhaustiva que les habrá de conducir hasta el paradero de la gran poetisa vanguardista Cesárea Tinajero.
Pese a lo inaudito del relato, no existe mejor biografía del autor chileno que la que se desprende de las páginas de Los detectives salvajes: su vida temprana en Chile; su adolescencia en México; sus vagabundeos callejeros; su peregrinaje agónico por Europa; sus trabajos poco comunes en los viñedos o en los barcos de pesca de la costa española; su día a día cimentado en la escritura… Con veinte años fundó junto a varios amigos el Infrarrealismo, una corriente vanguardista que buscaba luchar contra el establishment literario mexicano. De igual manera, los miembros del "realismo visceral" que protagonizan la novela emulan a su creador cuando tratan de boicotear al mismísimo Octavio Paz.
Pero todo tiene su momento y las aguas siempre vuelven a su cauce. A los años juveniles y soberbios les sigue el no siempre amargo desengaño de la madurez, y el necesario asentamiento de las ideas que acaban, la mayoría de las veces, por revelar la verdadera grandeza de los maestros antaño denostados. En el mundo misterioso y sórdido construido por Bolaño todo sigue un orden. Allí, los niños precoces como García Madero (ese otro gran protagonista), con sus sueños de grandeza y sus ínfulas de poetas malditos, se ven obligados a seguir la senda detectivesca del escritor, y a descubrir al final del camino que la literatura es algo más que una lucha a muerte entre la novedad y el canon. Es entonces cuando la vanguardia acaba cayendo, aunque su esencia continúe en las generaciones que les siguen. Al final, el destino de Cesárea Tinajero no puede ser otra cosa que la muerte.
El desenlace del boom
La importancia de Los detectives salvajes traspasa la propia vida de su autor. Si bien, como ya se ha dicho, la aparición de la novela supuso para Bolaño el definitivo espaldarazo que consolidó de una vez para siempre su aura de autor de culto, para los estudiosos su figura simboliza algo más.
Es de sobra conocida la influencia y el prestigio que gozaron los escritores sudamericanos durante el pasado siglo. Partiendo, tal vez, con Borges, y continuando con Juan Rulfo, el fenómeno se consolidó en los años sesenta gracias al boom editorial que supo explotar Seix Barral, cuando comenzó a publicar a los jovencísimos Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Fuentes y compañía. Con el tiempo, para bien o para mal, aquel grupo acabó sufriendo la obligada catalogación de las masas, e incluso no del todo acertadamente, terminó por ser identificado, casi exclusivamente, con el Realismo Mágico que cultivó el que podría ser su líder. Tuvo que llegar Roberto Bolaño, varias décadas después, para renovar definitivamente aquella imagen con su prosa desbordante y sus historias extraordinarias. Para muchos el chileno simboliza el desenlace perfecto, el punto final que la nueva generación colocó a la obra de sus mayores.