Leer a Dovlátov
Serguéi Dovlátov vivió, padeció y retrató el régimen comunista. Un escritor portentoso, a la espera de un éxito editorial.
"La primera vez que tropecé con un libro de Serguéi Dovlátov fue por azar". Así suelen empezar las referencias a la obra de este extraordinario escritor ruso, nacido en 1941 en Ufá, República de Bashkortostán, durante la segunda Guerra, y fallecido en 1990, poco antes de cumplir 49 años. Dovlátov es aún un descubrimiento azaroso, a la espera de un éxito editorial que no se extienda únicamente a un reducido círculo de lectores.
Tampoco en vida tuvo el autor el reconocimiento que merecía. Vivió y padeció el régimen comunista y lo retrató, lo que significa que no consiguió publicar en su país y que le fueron despidiendo de los medios de comunicación en los que buscó trabajo. Aguantó lo que pudo hasta que le dejaron marchar a Estados Unidos, durante la diáspora de los años setenta, no sin que antes sus obras recorrieran el triste camino de la difusión clandestina: microfilms y pequeñas hojas que turistas comprometidos sacan del país, que se depositan en sitios inverosímiles y que van volviendo –o no– a manos del escritor. Restos de un naufragio que se produjo en otro tiempo, cuidadosamente reconstruido en la lengua de origen que nunca quiso cambiar Dovlátov. La lengua en la que se es un extranjero, un desplazado, por mucho que se habite y se publique en Nueva York ("Nosotros no vivimos en América, sino en la emigración"). Cuando Dovlátov fallece, muy joven, sus obras comenzaban a ser reconocidas por la crítica estadounidense y publicadas por fin en Rusia con notable éxito, aunque el autor no pudo verlo.
En este sentido, por las dificultades para publicar y la posibilidad de hacerlo solo en el exilio, Dovlátov es uno más de los escritores silenciados en la Unión Soviética. La fortuna de su biografía fue la de pertenecer a unos años en que el silencio no suponía además la tortura, el campo de concentración o la muerte.
El desfile de situaciones y personajes nos muestra, como ocurre en todos los libros de Dovlátov, la situación caótica de la Unión Soviética después de Stalin, incluso en la perestroika.
En España, sus obras han sido publicadas parcialmente por pequeñas editoriales, a la espera de un gran lanzamiento comercial. Las que han aparecido resumen la trayectoria vital y literaria del autor: La zona, que muestra el universo carcelario en el que Dovlátov cumplió obligatoriamente su "servicio militar" como guardián, y en cuyas experiencias sitúa él mismo el arranque de su escritura; El Compromiso, retrato disparatado del mundo periodístico soviético; Los nuestros, conmovedor recorrido por las historias de su propia familia; La extranjera y La maleta, que recrean las dificultades del exilio. La editorial Fulgencio Pimentel ha sido la última de las empresas editoriales dedicada a la difusión en España de la obra de Serguéi Dovlátov, con la reciente publicación de las novelas Retiro y Compromiso.
Retiro, escrita o reescrita en 1983 en Estados Unidos, se construye como la mayoría de las novelas del autor. Hay un narrador que se parece bastante a Dovlátov y actúa como hilo conductor, un espacio común que sirve de marco a escenas o historias que se cruzan, un desfile de personajes estrafalarios y un humor que se decanta por el género del absurdo. El protagonista de la novela, Borís Alijánov, consigue un empleo de guía en el complejo turístico dedicado a la memoria de Pushkin, el padre de la moderna literatura rusa que el canon artístico soviético preservó para su reutilización nacionalista. Alijánov sufre una crisis profunda, su matrimonio de diez años ha fracasado, no asume su paternidad, no consigue ser publicado en las revistas culturales de San Petersburgo, la edición de sus libros es rechazada y su vida se desdibuja entre el alcohol y el sinsentido. Cuando parece que comienza a reponerse, lo que en su caso significa volver a escribir, aparece su exmujer, Tania, y con ella la difícil opción del exilio. Tania ha decidido irse con su hija, tanto si él se va con ellas como si se queda. La imposibilidad de tomar la decisión y a la vez aceptar la pérdida, enloquece a Borís y le hace sumergirse en una de sus caídas libres en el alcohol, días y noches de una borrachera salvaje y sin fin.
A Serguéi Dovlátov se le plantearon las preguntas esenciales de todo destino artístico, la de los límites que tienen el arte, la escritura, para dar cuenta del sufrimiento.
Esta levedad del argumento es solo aparente. El desfile de situaciones y personajes nos muestra, como ocurre en todos los libros de Dovlátov, la situación caótica de la Unión Soviética después de Stalin, incluso en la perestroika. Cesaron las purgas, se acabaron los años del Terror, pero sus sedimentos continúan vivos en la memoria: los sufrimientos de la Guerra, el antisemitismo, las vidas brutalmente segadas que resucitan ahora, en los procesos de rehabilitación que ha emprendido el régimen. Es un mundo que se ha despojado de la tragedia, de la sombría excitación del miedo, para acabar en la tristeza de la burocracia. Ya no hay hambre, se puede incluso hablar mal del régimen, siempre que sea en privado. Una vida inmóvil que se define por lo que no sucede. Lo único que se espera es huir del país y abrirse entonces a otro drama, el de la pérdida de la lengua, que el escritor Alijánov contempla sin hacerse ilusiones.
Pero en Retiro, como en las demás obras de Dovlátov, no hay solo testimonio. Como al resto de escritores que sufrieron circunstancias parecidas, a Serguéi Dovlátov se le plantearon las preguntas esenciales de todo destino artístico, la de los límites que tienen el arte, la escritura, para dar cuenta del sufrimiento, y la de cómo hacerlo. Es la pregunta que le formula décadas antes a Anna Ajmátova una mujer anónima "de labios azules" que hacía una interminable cola, como ella, ante la cárcel de Leningrado, durante el periodo del Terror, para saber el destino de sus familiares: "Y esto, ¿puede describirlo? Y yo dije: Puedo". También Dovlátov manifiesta esa fe en la literatura. Sí, la escritura puede, y no únicamente al modo testimonial de Shalamov o Soljenitsin, sino a través de una rigurosa elaboración artística. Para Dovlátov solo se puede dar cuenta de un mundo hecho contra la razón a través del absurdo ("La única arma contra el orden soviético es el absurdo", dice en Los nuestros) y del humor. En Retiro, tal vez la obra más "literaria" del autor, en el sentido de que las técnicas narrativas llegan al esperpento, asistimos a diálogos imposibles, a monólogos alucinados que se quiebran en todas las direcciones para abarcar la memoria reciente y la imposibilidad futura.
Y, sin embargo, no es en la risa donde se detiene la lectura de Dovlátov, ni en el retrato social. Al igual que la evocación de Pushkin que hace en Retiro, Dovlátov pretende dirigir "su mirada piadosa hacia los grandes y pequeños asuntos de la vida". En La zona encontramos palabras parecidas:
"Lo que quería era escribir de la vida y de la gente. No invito a mis lectores a ningún museo", [prefiero conducirlos] hasta un espejo".
También en esto gana la literatura y su capacidad para borrar los límites entre los individuos y sus motivaciones. Sea cual sea el grado de comicidad de las obras de Dovlátov, acabamos la lectura profundamente conmovidos. En Retiro nos conmueven los locos, los borrachos, los que quedaron al margen, las mujeres que buscan sexo pero piden amor. Y nos conmueve, sobre todo, la historia de diez años entre el protagonista y Tania, la silenciosa mujer que se convierte en su destino.
Resulta tópico hablar de la maestría formal de Dovlátov en el uso de la frase. Hay una construcción rítmica que se asimila a la del verso, con técnicas que no siempre pueden mantenerse en la traducción. Lo que sí percibe el lector es el sentido prodigioso de la elipsis, la desnudez de la prosa, la sobriedad; se dice que Dovlátov ha construido el moderno lenguaje ruso despojándolo de su tradición retórica y de la opresión del canon comunista. La sensación al leerlo es la de estar ante un escritor portentoso, y nos consolamos de los avatares de su vida y su muerte temprana cuando leemos que al final él mismo tenía conciencia de sus dotes y de la importancia de todo lo que había escrito.
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