Asístame la vuelta al pasado de este triste presente. Venga en mi ayuda un cierto recuerdo para curar mi melancolía. La escritura es solo una forma más de contar historias, cuentos, que nos hacen más soportable la actualidad política. Me sumerjo, pues, en un bello recuerdo. Hace años visité Colombia y una mujer me descubrió uno de los secretos mejor guardados de este país. Era invierno y el viento muy desagradable. Hacia frío. Me metí en la Librería Lerner de Bogotá y pasé allí toda la tarde. La responsable de la librería me mostró con paciencia algunas de sus joyas. No había asunto por el que yo preguntara para el que ella no tuviera un libro relevante. Al final de nuestra charla, entre las mesas y estanterías de la librería, me llevé tres bolsas repletas de libros, pero sólo los escritos por Gómez Dávila merecen la pena ser leídos por segunda vez. Son tan maravillosos para los días de frío, nieve y silencio como sugerentes para las otras estaciones del año.
Pertenecen a la categoría de alta literatura. Son libros escritos por un gran filósofo. Los conservo en buen estado y los releo frecuentemente. Recuerdo con fruición su descubrimiento y siempre asocio el nombre de Nicolás Gómez Dávila a la librería Lerner de Bogotá. Allí compré todos sus Escolios en la elegante edición de Villegas Editores. Nunca cansa Gómez Dávila a pesar de sus continuas repeticiones. Es un gran filósofo, o sea, tiene pocas ideas, pero las que tiene son claras y distintas. En esto al menos Heidegger acertó: la filosofía es repetición. Extraño y apasionante género literario es el de la filosofía que repite ideas y nunca cansa.
Diáfano es el pensamiento de este escritor de frases cortas en las antípodas del género aforístico, aunque a veces tengamos la sensación de que estén en su tangente. Las escasas ideas de este autor contrastan con los miles de modos utilizados para expresarlas. Seguramente ahí reside el secreto de su arte. Esta filosofía se aloja en formas bellas y sugerentes, pero una vez leída es evanescente. Es menester releerla. Hemos de volver constantemente a las frases breves del colombiano para convencernos de que pensar es actuar. Vivir nuestra soledad. Nunca abruma la escritura de este filósofo y tampoco persuade. Es una continua invitación a pensar, a dialogar con uno mismo y, casi siempre, contra corriente. Ya lo dijo Cervantes por boca del escudero de Don Quijote: "¡Oh! Pues si no me entienden –respondió Sancho– no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates".
Esas palabras de Cervantes, que fueron elegidas por el autor para abrir su libro, condensan toda su filosofía. Sí, los escolios de Gómez Dávila son sentencias, afirmaciones, en fin, tesis: "Son los toques cromáticos de una composición pointilliste". Apenas nada queda sin justificar en esta filosofía. Son las razones de un texto implícito que el lector debería hacer explícito en su reflexión, o sea en su lectura. Las tesis de esta filosofía son los frutos de la paciencia y laboriosidad de un extraordinario pensador. Pensamientos elaborados en una rica biblioteca… No hay escolio que no sintetice horas y horas de lectura y reflexión. Son los manjares suculentos que el filósofo da a sus lectores. Miles son los escolios de una filosofía sin otro apoyo mejor que la convicción de que "los hombres cambian menos de ideas que la ideas de disfraz".
Y, sin embargo, la filosofía, la historia de la filosofía, es imprescindible para pensar aquí y ahora: "La mayoría de las filosofías son obstáculos evitables desviando la ruta, pero unas pocas son cordilleras que es forzoso cruzar". ¿Cuáles son esas pocas filosofías que es necesario atravesar? Tengo la sensación de que una es la de Gómez Dávila y otra, aquí afirmo con plena convicción, es la de Ortega y Gasset, porque le ha enseñado al colombiano que "toda vida es un experimento fracasado".