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Javier Somalo

La Carmen de Herrero

¿Hay novedades en una historia tan conocida como la de Carmen Díez de Rivera? Pues sí. La verdadera Carmen de Herrero, la que yo he visto en la novela, es la Transición.

Carmen Díez de Rivera | Cordon Press

Me asomé al libro de Herrero con la seguridad de encontrar buena letra pero con cierto recelo por un personaje sobre el que pensé que ya había colmado mi interés. Pero Luis sabe desempolvar hechos presumiblemente sabidos; le pasó ya con Suárez. ¿Hay novedades en una historia tan conocida como la de Carmen Díez de Rivera? Pues sí.

Formalmente, la novela se construye con saltos temporales, enorme riesgo que Herrero resuelve con éxito y sin despeinarse. No importa que nos lleve en volandas desde un despacho en la calle Atocha (1977) a una selva en Costa de Marfil (1963) si ya las primeras líneas del capítulo africano huelen a cacao y hasta a hipopótamo. No es delito suspender cruelmente al lector en una tensión conocida –con Herrero, los hechos conocidos cobran la tensión argumental de lo ignoto–, como la de los asesinatos de los abogados, para sumergirse en el sofoco tropical que debería propiciar la muerte de Carmen, pues buscar la muerte –sin hallarla– le pareció a la protagonista más llevadero que el irreversible suicidio. El autor nos deja colgados, pues, en un capítulo que acabará en muerte segura para adentrarnos en otro que terminará esquivándola.

La novela se construye con saltos temporales, enorme riesgo que Herrero resuelve con éxito y sin despeinarse.

Los saltos nos permitirán también conocer a las distintas cármenes: la niña, la adolescente, la mujer. Tan distintas y tan parecidas pero sencilla y magistralmente reflejadas en cada momento a través de un vestido, una mueca, un desmán, una aventura. Carmen hija de la marquesa de Llanzol, Carmen enamorada, Carmen aristócrata-disidente pero hija de, Carmen traicionada, rota, muerta en vida ante la figura, inalcanzable ya, de su Ramón, el joven Serrano Suñer, amor de su vida y sangre de su sangre. Carmen sin padre, su otro amor, y sin madre, la gran traición. Y Carmen rediviva –qué remedio– en una de las épocas más apasionantes de la Historia de España.

¿Es aquí donde llegan las novedades? ¿Qué nos puede sorprender de la Ley de Reforma Política, o de aquel juego de la terna del que salió presidente Adolfo Suárez gracias a la prestidigitación política de Fernández Miranda, o de la legalización del PCE y las conversaciones clandestinas con Carrillo, o de las elecciones de 1977, o de la renuncia de Don Juan, o de los secuestros de Villaescusa y Oriol…? Pues que seremos testigos de primera línea. Que escucharemos sus conversaciones, oleremos sus perfumes y sus cloacas, tocaremos sus paredes. Que estaremos allí. Entre Suárez, Juan Carlos, Casinello, Manglano, Armero, Carrillo, don Juan… en el despacho de Carmen, a ambos lados de la línea telefónica cuando hablaba de madrugada con el Rey o discutía con su jefe –"el señorito", le llamaba la aristócrata– o cuando buscaba fuentes socialistas y comunistas que le adelantaran acontecimientos suficientes para seguir sintiéndose ese vértice imprescindible de la política entre Franco y la democracia

Nunca me ha atraído demasiado la figura política de Carmen Díez de Rivera pese a que algunos la consideran pieza clave de una época que me apasiona como es la Transición española. No soy quién para no estar de acuerdo pero, como bien dijo Luis Herrero en la divertida presentación del libro –sí, también las presentaciones de libros pueden ser divertidas incluso en el Ateneo–, nada de lo que exigía cada día Carmen a Adolfo Suárez o al rey Juan Carlos habría dejado de hacerse sin ella porque todo estaba pensado antes de que ella hubiera reparado en ello. De hecho, estoy convencido –sin pruebas– de que las prisas de Carmen habrían dado al traste con casi todo el andamiaje de la Transición, que se hizo a una velocidad de vértigo pero con una administración magistral de los tiempos –entonces sí– y con un ingenio fuera de toda duda, valores hoy descatalogados de la vida política. Otra cosa es el drama humano, que con Herrero cobra un interés especial.

Seremos testigos de primera línea. Escucharemos sus conversaciones, oleremos sus perfumes y sus cloacas. Estaremos allí. Entre Suárez, Juan Carlos, Casinello, Manglano, Armero, Carrillo, don Juan...

Estamos ante una novela imposible de destripar –spoiler, se dice ahora– por muy malas intenciones que se alberguen contra el autor. Ni siquiera Herrero lo hace de oficio, pues renuncia a lo obvio, a decir que Carmen no se pudo casar con Ramón porque era su hermano, a decir que su amado padre no lo era, como se diría entonces, en "hecho biológico". Y creo que no lo hace porque no es esa la razón de su novela. Luis usa a Carmen y su estremecedora historia para contarnos los entresijos de una etapa de la Historia de España que domina pues lleva su sangre, como Carmen la de Ramón. Al menos eso es lo que yo he querido leer, que para eso los libros se leen como a uno le viene en gana.

La verdadera Carmen de Herrero, la que yo he visto en la novela, es la Transición. Eso sí, son legión los que, cuarenta años después, quieren que dejemos de pronunciar su nombre.

LUIS HERRERO. Dejé de pronunciar tu nombre. La vida privada de Carmen Díez de Rivera. La Esfera de los Libros, 2017.

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