Puede que, junto a David Bowie, Leonard Cohen (Montreal, 21 de septiembre de 1934 / Los Ángeles, 7 de noviembre de 2016) sea el muerto más vivo de la historia de la música popular contemporánea. Desde la muerte del inigualable genio canadiense –"Ha sido imitado por docenas de barbudos con ínfulas de poetas sin gracia. Cohen te lee la lista de la compra y ya sería un éxito", me dice el músico Igor Paskual–, no han cesado las reediciones de libros –sobre discos póstumos, hasta ahora, no hay noticia– y el goteo de homenajes –como el que se le hizo en Madrid, tan macho y tan cenizo–. En España, la editorial Lumen acaba de recuperar sus dos novelas: El juego favorito (1963) y Hermosos perdedores(1966). Magnífica decisión: había que reivindicar como prosista al responsable de canciones como "Tower of Song", "Avalanche" o "There is a War".
Los medios están haciendo hincapié en el redescubrimiento de estas dos novelas, mientras pasa inadvertida una tercera obra, también reeditada, que destila pesimismo, ironía, pasión y misticismo descreído –los ingredientes de siempre, a ver–. Me refiero al Libro del anhelo (Lumen, 2017).
Cohen empezó a preparar este poemario a finales de los años ochenta; vio la luz en 2006. En ese mismo año, la Corte Superior de Justicia de Los Ángeles falló a favor de Cohen la restitución de 9,5 millones de dólares por parte de su mánager, Kelley Lynch –le hizo un agujero de 8,4 millones–. Esta desapareció y, con ella, la pasta. "Dios me dio un corazón fuerte –dijo entonces el cantautor–, así que no me voy a hundir. Este asunto me ha dado gran impulso para trabajar. No puedo hacer otra cosa".
Según cuenta Alberto Manzano en Leonard Cohen. La biografía (Libros Cúpula, 2010), los amigos del bardo, "bromeando ante la tardanza de su edición, llegaron a llamarlo libro de la prolongación (book of prolonging, book of longing era el título original)". En el Libro del anhelo abundan los poemas que orbitan en torno a su retiro zen en Mount Baldy (California) y a sus viajes por la India, pero también hay mucho fogonazo crítico, amoroso y humorístico. Algunos de estos, más o menos, doscientos poemas ya habían aparecido en una web finlandesa (www.leonardcohenfiles.com); otros, pasaron a ser letras de canciones: "Nevermind", "Boogie Street", "Alexandra Leaving" y la impresionante "A Thousand Kisses Deep".
Dedicado al poeta canadiense Irving Layton, que acababa de morir, Cohen arranca señalando que vive "a base de píldoras / por lo que doy a Dios gracias". Su poesía se refiere a todo lo que es hermoso y digno, pero que no es nada de eso. Hay mucho poema para/sobre el maestro Roshi, con quien llevaba veinticinco años practicando zen: "Me enseñó a saber distinguir un Rémy Martin de un Courvoisier, y yo le enseñé a conocer a las mujeres". El poeta ubica al monje haciendo sus necesidades, "sentado en el cuarto del trono / sobre su gran Rostro Original". "La verdad es que nunca entendí / lo que decía", escribe en "Roshi".
Si bien no abundan, en el Libro del anhelo encontramos reflexiones de corte político/cultural tiznadas de nostalgia y pesimismo. Recuerda Cohen que admiraba a los comunistas "por su terca devoción / a algo totalmente erróneo". En el poema en prosa "Entrando en un periodo", escribe que "la tristeza del zoo caerá sobre la sociedad": "Si crees que Freud ha sido deshonrado, y Einstein, y Hemingway, ya verás lo que van a hacer con las canas los que vienen detrás de mí". Ya había cantado que el futuro es un crimen.
Además, sobresalen los poemas de amor/desamor, escritos con dinamita pasional, carnívoros y dolientes. En "Eso es", afirma que se meterá una aguja por la nariz con la que se atravesará el cerebro porque "no quiero amarte / el resto de mi vida, / quiero que tu piel / se desprenda de mi piel". En este tipo de poemas, sobresale, sin duda, "A mil besos de profundidad", que compuso en "sólo dos años y cuarenta estrofas": "Soy bueno en el amor, soy bueno en el odio / es en medio que me quedo paralizado".
Finalmente, el Libro del anhelo cuenta con un exquisito barniz de humor irónico. Así, Cohen asegura que Lorca vive en Nueva York, "aunque no le gusta" o que "es difícil hacer el amor con un insecto, sobre todo si estás bien dotado". En "El monje enfermo de amor", se refiere a sus necesidades: "Me afeité la cabeza, / me puse un hábito. / Duermo en el rincón de una cabaña / a dos mil metros de altura en una montaña. / Esto es deprimente. / Lo único que no necesito / es un peine".