A Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno le arracimaron los nombres de sus antepasados, y pese a que le gustaba el verbo arracimar, hubiera preferido un nombre más sencillo: Juan Rulfo. Así lo contaba el escritor mexicano del que ahora se cumplen cien años de su nacimiento.
A Rulfo se le conoce por su breve actividad literaria, un autor del que vale la pena jactarse de haber leído toda su obra, cosa bastante accesible. Tras El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), llegó una recopilación de guiones cinematográficos menos conocida: El gallo de oro. Pero no fue todo, aunque algunos así lo crean: lo cierto es que explotó su faceta de antropólogo escribiendo un libro titulado Sobre la conquista y colonización de la Nueva Galicia (hoy Jalisco), que fue distribuido gratuitamente por una entidad privada en Guadalajara, motivo por el que es menos famoso. Y dedicó buena parte de su tiempo (más de 20 años de vida profesional) a la edición de libros en el Instituto Nacional Indigenista de México, con una colección de casi 250 textos sobre 56 comunidades indígenas de las que incluso se desconocía la existencia de algunas de ellas.
Volcó su vertiente creativa en la fotografía, faceta menos conocida del Premio Príncipe de Asturias de las Letras del año 1983. La obra 100 fotografías de Juan Rulfo, contiene un centenar de imágenes seleccionadas de su acervo, compuesto de unas 6.000 fotografías. La selección corrió a cargo de Andrew Dempsey y Daniele De Luigi, y también incluye dos textos: uno dedicado a Henri Cartier-Bresson, en las dos épocas de su paso por México, y otro sobre el fotógrafo mexicano Nacho López.
Y no más conocido es un libro titulado Cartas a Clara, que recoge la correspondencia con Clara Aparicio. Una mujer que supuso un cambio. Y así lo cuenta en la primera carta que se recoge:
"Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño del alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua"
En los 84 textos que publica la editorial RM, se recogen las cartas escritas entre octubre de 1944 y diciembre de 1950, acompañados de fotos alusivas, que contextualizan las palabras de Rulfo. Una edición anterior, del año 2000, recogía 81 cartas, bajo el nombre de Aire de las colinas. En esta edición que nos ocupa hay muestras de su ordenada caligrafía: borda las letras como petit point. Una postal, algún garabato, retratos de la época y la rúbrica del matasellos, que da fe de esas cartas.
En algunos casos, frases muy directas de ‘un desequilibrado del amor’. En otras el autor usa la tercera persona para sacar al personaje: ‘este muchacho’ (refiriéndose a sí mismo). Una correspondencia frecuente de la que solo conocemos una parte, la que se refleja en este libro, aunque de la otra ya nos da pista Rulfo:
"No puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede hacer UNA LETROTA TAN GRANDE… el escribir una carta. Eso es hacer trampa.
Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego volví a leer porque hay algo allí que a mi corazón le gusta. Hay algo en todo lo tuyo que a mi corazón le gusta mucho. Y tú sabes que a este corazón que yo te he regalado hay que darle gusto".
Mujercita, chachita, criatura, muchachita, pequeña mía, chiquilla, mayecita, chiquitina, cariñito, madrecita chula. De todas estas maneras se dirige Juan Rulfo a Clara, no así en el último poema que cierra esta colección de cartas, en la que exclama rotundo: ‘¡Yo te amo!’. De la primera carta a esta última composición hay un abanico de sentimientos: desde la cautela o la timidez, a la preocupación y debilidad. En algunas, un anecdotario con acuse de recibo; en otras, galanterías:
"He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños".
De esa manera escribe zalamerías un chiquillo de 27 años que se ve obligado a mantener un noviazgo formal por correspondencia, porque mientras Clara Aparicio se queda en Guadalajara, Rulfo marcha a la capital del país para acompañar a uno de sus tíos. Relata también cómo es esa megalópolis incipiente en la que se está convirtiendo la ciudad de México (donde curiosamente nació Clara, antes de marcharse a vivir a Jalisco). De esa urbe extraerá cambios, que también introduce en su obra literaria. Y de esa época pocos escritos quedan, quizá por la exigencia de Rulfo, quien llegó a destruir dos novelas, que no eran suficientemente buenas -a su juicio-, y que nunca conoceremos.