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La tragedia que propició que Murillo fuese el mejor pintor de ángeles

La escritora y periodista Eva Díaz recupera la intensa biografía del artista barroco en el IV centenario de su nacimiento.

La escritora y periodista Eva Díaz recupera la intensa biografía del artista barroco en el IV centenario de su nacimiento.
Detalle de la portada 'El color de los ángeles' | Planeta

En los cuadros de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682) resplandece la esencia de Sevilla. No es una frase hecha. El artista barroco mezclaba los pigmentos con agua del Guadalquivir dando como resultado unos claroscuros genuinos, unos tonos marrones parduzcos característicos del artista de la luz y el color. Pintor conocido principalmente por su producción religiosa, "miró a la tierra para contemplar el cielo", convirtió a sus propios hijos en "carne de sus ángeles" y usó a prostitutas como modelos para vírgenes. Fue el pintor más cotizado en su época, reclamado por comerciantes sevillanos y por instituciones religiosas. Un maestro presente en las mejores pinacotecas del mundo del que se cumplen 400 años de su nacimiento.

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Coincidiendo con esta efeméride, la escritora y periodista Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) recupera su intensa biografía en El color de los ángeles (Planeta), una novela que pretende hacer justicia a un artista "caído en el olvido" y sobre el que "pesan clichés". Díaz da voz al propio Murillo para que, desde la cama donde guarda reposo tras una aparatosa caída, recupere los momentos más importantes de su vida y por ende, los que marcaron su producción artística.

"Fue un pintor de mucho éxito que parece olvidado. En el siglo XVIII y XIX, sus cuadros se vendieron a un precio hasta entonces nunca alcanzado por una obra de arte, como ocurrió con La Inmaculada Concepción de los Venerables. Es un pintor completísimo. Conformó ese imaginario amable de la Contrarreforma pero apostó también por escenas costumbristas de pícaros en una época en la que no estaba bien visto en España. Sin embargo, cae en desprecio porque triunfa el cliché de pintor beatón",asegura Díaz a Libertad Digital.

Hijo de un barbero-cirujano, quedó huérfano a los ocho años. De su infancia y su juventud se conoce más bien poco. Tan solo que con quince años trató de embarcarse hacia América en un viaje que no llegó a emprender. "Me he basado en especialistas que han investigado a fondo sobre su biografía, pero esa parte no documentada me ha dado la oportunidad de adentrarme en el terreno de lo literariamente verosímil", reconoce la autora.

Le tocó vivir en una Sevilla asolada por la epidemia de peste y devastada por tremendas inundaciones del Guadalquivir. Perdió a sus tres primeros hijos en cuestión de semanas. "Debió impactarle muchísimo y, de hecho, se nota en su pintura. En un momento posterior a la epidemia de peste, asoma cierto tenebrismo en su pintura cuando él era un pintor de la luz y del color", afirma Díaz. "Me parece muy importante cómo la biografía determina la obra de los artistas", añade.

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Precisamente, esta tragedia da paso a uno de los capítulos más emotivos del libro. Murillo regaló a sus hijos "la inmortalidad" que estaba en sus manos. Los hizo "carne de ángeles". "Planteo una ficción hermosa", cuenta Díaz. "Murillo y su esposa se consuelan de la pérdida con los cuadros. Beatriz recorre todos los días las iglesias y los conventos donde su esposo pintó a sus niños como ángeles para volver a verles".

Allí estaba su querida hija María en la cocina de los ángeles. No pudo evitar llorar al verla pequeña, sana y feliz, antes de que la enfermedad se cebara con su carne rosa.

Encontró la perfección de sus ángeles en la inocencia de sus hijos, pero no siempre lo divino fue de la mano de la pureza. Inmortalizó otra "carne". Los protagonistas de sus cuadros andaban junto a él.

Era digna de servir como modelo para María Magdalena, pues en ella se unían la virtud de la santa y el vicio de la pecadora.

"Murillo practicaba pintura al natural y se fijaba en tipos de la calle para representar personajes sagrados. Eso tiene un punto de herejía. Planteo el caso concreto, que pudiera haber sido, de que encuentra a una prostituta en la que ve resumido el rostro de la Magdalena, esa idea de la mujer pecadora que luego se arrepiente".

Una Sevilla devota y lujuriosa

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La Inmaculada Concepción de los Venerables

Eva Díaz Pérez, autora de El club de la memoria (Finalista del Premio Nadal 2008) o Memoria de cenizas (Premio Unamuno) confiere a la Sevilla del Siglo de Oro de un protagonismo esencial, una Sevilla en decadencia que presume de devoción y lujuria a partes iguales. "En esa Sevilla coinciden los personajes más miserables y los más acaudalados, desde la ciudad mas beata a la más degradada. Es una ciudad lujuriosa, con sombras y luces. La gran epidemia de peste deja a Sevilla en la mitad de sus habitantes, queda marcada para siempre. Sevilla en el símbolo más fascinante y terrible de nuestro barroco".

También era la Sevilla que permitió la coincidencia en el tiempo de dos genios de la pintura:

Velázquez estaba feliz de haber acogido a su amigo sevillano. En Murillo había encontrado a un excelente conversador y a un hombre sincero y honrado. (p.132).

Se conoce que Murillo contempló las Colecciones Reales en la corte. Se especula que pudo mantener contacto con los pintores sevillanos que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano. "Me baso en esa débil certeza para plantear novelescamente el encuentro entre esos dos grandes maestros del siglo XVII que fueron Velázquez y Murillo, cómo recuerdan Sevilla o cómo se plantean el mundo de la pintura. Es muy atractivo literariamente".

En otoño, comenzarán las celebraciones del "Año Murillo", principalmente en la capital hispalense. "Lamento que no se haya convertido en un acontecimiento de Estado como ocurrió con El Greco. Es un artista con gran proyección internacional y un pintor muy español. Me inquieta que desde Madrid no se haga nada".

Eva Díaz Pérez. El color de los ángeles. Planeta, 2017. 352 páginas. ISBN: 978-84-08-17112-6

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