En 2016 expiraron los derechos de autor de las obras de Valle-Inclán y el mundo del nacionalismo gallego lo celebró al grito de ¡Valle-Inclán ha quedado liberado!, como si la obra de Don Ramón hubiese permanecido secuestrada y oculta los últimos 80 años. Muy al contrario, ha estado deleitando y enriqueciendo a sus lectores, y dando lugar a más tesis y trabajos de investigación en todo el mundo que ningún otro autor gallego. Los nacionalistas, expertos en manipular el lenguaje, en realidad se referían a que ya no tendrán que respetar la voluntad de la familia del autor, que nunca ha querido que la obra de Valle se traduzca al gallego. El motivo de esta negativa lo condensó su nieto Joaquín en la siguiente afirmación: "Se traduce lo que no se entiende".
Traducir a Valle al gallego equivale a leer a cualquiera de los grandes de la literatura española en otro idioma pudiendo hacerlo en castellano, u optar por la traducción de Cantares gallegos estando capacitado para leerlo en la lengua que Rosalía prefirió escribirlo. Una de las principales recompensas por esforzarse en perfeccionar el conocimiento del inglés o el francés es poder leer a Henry James en versión original y a Flaubert en su lengua, la que él plasmaba en un borrador y corregía una y otra vez en busca de le mot juste, la palabra precisa. No entiendo que alguien quiera privarse de disfrutar el resultado del esfuerzo de un genio. Valle, igual que Flaubert, era un sibarita de las palabras. Ambos utilizaban una gran variedad de registros para caracterizar a sus personajes.
Don Ramón se vale de recursos fonéticos, de numerosos americanismos en sus vocablos, de palabras castizas y también de recreaciones de términos en gallego. Imagino a los traductores subvencionados por la Xunta devanándose la sesera al toparse con un galleguismo; ¿cómo traducirlo? ¿usando un castizismo en el texto en gallego?. En Italia, donde Valle es muy apreciado, se debatieron entre plasmar sus peculiaridades léxicas de forma literal, con una traducción libre de acierto imposible, o con una nota a pie de página. Imaginamos que aquí harán lo mismo para que lo lean personas que lo entienden perfectamente en versión original. Don Ramón, tan dado a convertir adjetivos en adverbios, habría creado uno bien sonoro para describir tamaño despropósito.
Cuando Blanca Cendán fue nombrada directora del Centro Dramático Galego al llegar Feijóo a la Xunta, declaró que Valle-Inclán era un problema. El "problema" era su lengua; porque el CDG no representa obras en español ni siquiera tratándose de Valle. Lo hicieron en 1998, y la intelectualidad nacionalista, la única visible en Galicia, mimada y regada con subvenciones por todos los gobiernos de la Xunta, puso el grito en el averno de los suevos y dijo que con ello se abría una herida en la credibilidad del teatro nacional gallego. A principios de este mes de marzo comenzaron los ensayos en el CDG para el estreno de dos de sus obras, y hay tanto alborozo en la cultura oficial de Galicia, que se está hablando más de Valle que en los últimos 30 años. Joaquin del Valle-Inclán apuntaba a una motivación para esta obsesión por traducir la obra de su abuelo al gallego, "Si el mundo nacionalista tiene necesidad de un símbolo para sentirse más potente es su problema, que empiecen traduciendo a Murguía, que está todo en castellano". Pero, claro, Murguía no es Valle.
Estos celos, esta pelusilla insinuada Joaquín del Valle, derivaría de la incapacidad del nacionalismo gallego para asimilar lo evidente, que los más sobresalientes literatos gallegos escribieron en español. Por otra parte, les amarga aceptar que la literatura creada en español por escritores de Galicia también es cultura gallega, que hay tanta Galicia en Valle, en la Pardo Bazán, o en Torrente Ballester, como en Neira Vilas o en Cabanillas. El objetivo del nacionalismo no es solamente buscar en la lengua un hecho diferencial sino acotar la cultura a un sólo idioma. Llevan años haciéndolo con la colaboración de todos los gobiernos autonómicos, y no sólo en Galicia.
Después de traducirlo vendrá la apropiación. Denles unos años y harán creer a las nuevas generaciones que Don Ramón era gallegohablante. No los subestimen. Si sus colegas de Cataluña fueron capaces de colar que lo de 1714 no fue una guerra de sucesión sino un conflicto bélico entre Cataluña y España, el tuneado de Valle también lo lograrán. En su imaginario, nuestro autor ha sido prisionero de sus herederos, una víctima de la historia, de la colonización, del autoodio que atenaza a los hispanohablantes de Galicia. El camino ya se va insinuando; se organizan talleres sobre el autor dirigidos a niños y jóvenes para fomentar el uso del gallego, y se acaba de celebrar la primera edición del Premio de relato corto Valle-Inclán para estudiantes de secundaria con patrocinio de la Xunta. Sólo pueden presentarse obras en gallego, en español están prohibidas.
Es sencillo saber qué vendrá después. Una vez traducida su producción teatral harán lo mismo con el resto de su obra. Un filón para el lobby de la lengua. Esas obras se estudiarán en los institutos y Valle dejará de ocupar un breve espacio en la programación de literatura española para engordar el escuálido currículo de literatura gallega, donde la insigne Rosalía Castro comparte espacio con mindundis juntaletras. Nuestros alumnos habrán de leerlo en gallego, y se perderán la música de sus palabras, la forma magistral cómo elegía los adejtivos, la cadencia de sus frases. Decía la directora del CDG: "Con la traducción Valle siempre sufre...pero eso es muy relativo". Claro, estaremos haciendo patria.
El Consejero gallego de Educación, Román Rodríguez, se felicitaba porque el paso a dominio público de la producción literaria del autor arosano "posibilita a súa tradución a calquera das linguas do Estado". Traducirán, pues, a Valle-Inclán, a pesar de que su hijo Carlos siempre sostuvo que Don Ramón dio instrucciones estrictas de que su obra nunca fuera traducida a otras lenguas de España. Con las traducciones de Valle tendremos, pues, un remedo del indecente "pinganillo del Senado". Los mismos que no pueden admitir que el más universal de nuestros escritores escribiera en español, no toleran que vascos, gallegos, catalanes, valencianos, o baleares, tengamos un poderoso elemento de unión, que es la lengua española, la lengua precisamente, ese instrumento que el nacionalismo usa para separar. El "pinganillo del Senado" despierta rechazo en cualquier persona sensata por ser un despilfarro y porque mueve al sonrojo que quienes se comunican en la lengua común fuera del hemiciclo, exijan traducción para entenderse dentro de él, pero el "pinganillo de Valle", además de un gasto superfluo, traerá consigo una innecesaria pérdida de expresividad, una mutilación empobrecedora y dolorosa, la constatación de que tener lengua cooficial no siempre enriquece.