Azorín y el cine como "arte efímero"
Azorín veía de media una película al día. Y escribía sobre las que más le gustaban. Al revés que la famosa cabra del chiste, llegó a preferir el celuloide al papel de los libros.Llegó a confesar que no había ningún libro que tuviera la fuerza de sugestión
Azorín fue de los primeros que no sólo no despreció el nuevo invento como propio de una barraca de feria sino que lo consideró el arte total, que abarcaba todos los demás. Si bien hay que matizar algo estas afirmaciones precedentes porque Azorín se entusiasmó con el cine en los años 50, cuando Ford, Wyler, Hitchcock y Welles estaban en su pleno apogeo. Anteriormente, su interés había sido episódico. Si en el ambiente anglosajón se suele aducir que hoy en día Shakespeare trabajaría de guionista de Hollywood, con Tarantino probablemente, Azorín veía en las películas americanas, las que prefería, el "toque Lope". Apreciaba especialmente los dramas psicológicos llenos de clase al estilo de Rebeca de Hitchcock o La heredera de Wyler.
Azorín veía en las películas americanas, las que prefería, el "toque Lope".
Y quiso ser guionista. Únicamente se hizo una adaptación de su obra, La guerrilla dirigida por Rafael Gil, pero realizó un guión sobre el Quijote que es el complemento ideal a su La ruta de don Quijote. También realizó un guión para un documental sobre sí mismo, Azorín, un escritor, así como sobre la cantante Lola Torner, La que fue y volvió a ser. Precisamente sobre el libro en el que celebraba al Quijote quiso Basilio Martín Patino hacer una obra cinematográfica porque,
Entre la inmensa riqueza, virgen aún, que nuestra literatura puede ofrecer al cine, nos hemos fijado como primer ensayo para un cortometraje en este sugestivo libro de Azorín, cuyo relieve cinematográfico y documental fue resaltado más de una vez. El maestro Azorín, sin tener en cuenta el cine, escribió en 1905 el mejor guión cinematográfico que se pueda concebir sobre las tierras, gentes y climas de "El Quijote". En él encontramos de modo sorprendente la esencia de las mejores escuelas documentalistas: vigor en el análisis histórico, profundidad en la observación de todos los detalles que componen la realidad, y una sensibilidad exquisita para el sentimiento y la plástica.
Sus artículos cinematográficos, publicados en su día fundamentalmente en el ABC, están recogidos en dos libros, El cine y el momento y El efímero cine. Como crítico, Azorín es un "tribuno de la plebe". Con su estilo preciso y limpio, sin pose ni afectación, contempla las películas con la inocencia de Ana Torrent en El espíritu de la colmena a la vez que la complejidad analítica de Bazin. Escribe:
¡Cómo gozan los niños contemplando la película de una fábrica (por un lado entra la madera y por otro sale el papel) o las exploraciones submarinas de un buzo, o la expedición a los mares árticos o antárticos
Y es que para Azorín, en cuanto arte total, también le cabe al cine ser un formador de conciencias. Que sea para el bien, John Ford o François Truffaut, o para el mal, Riefenstahl o Eisenstein, ya será otro cantar. En una entrevista recordaba Fernán Gómez que "el maestro Azorín" definía al cine como "arte del instante", aunque añadía raudo que no sabía muy bien a lo que se refería el escritor. Quizás a que los veinticuatro fotogramas por segundo provocan una velocidad de imágenes en las que se aspira al infinito en un momento. "Arte efímero" también fue otra forma de definir al cine por parte de Azorín. En otro momento especificó un poco más la lapidaria definición que recordaba Fernán Gómez:
En el cine encuentro yo dos cosas: la explicación del tiempo y la comunicación, lícita, con el resto del mundo
Recomendaba el estudio sistemático por parte de los profesionales del cine de Hollywood, no para copiar sino por aprender a conseguir un "tono nacional".
Azorín admiraba muchísimo a Fernando Fernán-Gómez, junto a Aurora Bautista el no va más del poderío interpretativo para un autor que comprendía que a la altura del director hay que situar siempre a los intérpretes como verdaderos "autores". En una entrevista en los años 50 (min. 12) defendía que "el cine es ante todo actor. Yo voy al cine a ver a los actores". Y recomendaba el estudio sistemático por parte de los profesionales del cine de Hollywood, no para copiar sino por aprender a conseguir un "tono nacional".
El cine es arte, tiempo y paciencia. Sobre todo, paciencia
A Azorín lo describían habitualmente como "el Maestro" pero él prefería contemplarse como "el pequeño filósofo". Una actitud de humildad que le llevaba a visitar los cines populares de barrio y sesión continua en lugar de los más lujosos de la Gran Vía madrileña. En una de esas salas vería seguramente una de sus películas favoritas del cine español, El último caballo de Edgar Neville, una película que tuvimos ocasión de ver hace poco en el programa de TVE Historia de nuestro cine y que es, efectivamente, una pequeña obra maestra. La admiración tardía pero entusiasta de Azorín por el cinematógrafo se trasladó a su propia obra introduciendo en su experimentación recursos narrativos extraídos del cine. No de forma caprichosa este eximio escritor de escritores llegó a confesar,
No hay ningún libro que tenga la fuerza de sugestión de este espectáculo vivo y lleno de movimiento
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