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Pedro de Tena

Oliverio Girondo y su manotón de sombras

Hay quien fantasea con que la verdadera importancia de Oliverio Girondo es haberle birlado la novia a un tal Jorge Luis Borges. Se cumplen 50 años de la muerte de este fabuloso y sorprendente poeta argentino.

Hay quien fantasea con que la verdadera importancia de Oliverio Girondo es haberle birlado la novia a un tal Jorge Luis Borges que creía firmemente que tenía en el bote a la luego novelista Norah Lange. De hecho, Borges le temía, tal vez le odiaba por aquel hurto, que no robo con violencia, propiciado por su desidia. (Por cierto, con ocasión de la publicación de una novela de Norah en 1933, Federico García Lorca, que estaba en Buenos Aires, se disfrazó de marinero como todos los asistentes al fiestón organizado por Girondo y ella misma. El título de la obra era, cómo no, Treinta marineros).

El temor intuitivo de Borges lo expresó un año antes de presentarle a Girondo su espectacular Norah:

Es innegable que la eficacia de Girondo me asusta. Desde los arrabales de mi verso he llegado a su obra, desde ese largo verso mío donde hay puestas de sol y vereditas y una vaga niña que es clara junto a una balaustrada celeste. Lo he mirado tan hábil, tan apto para desgajarse de un tranvía en plena largada y para renacer sano y salvo entre una amenaza de claxon y un apartarse de transeúntes, que me he sentido provinciano junto a él.

Luego, exhibiendo modales prematuros de mal perdedor, añade:

Girondo es un violento. Mira largamente las cosas y de golpe les tira un manotón. Luego, las estruja, las guarda. No hay aventura en ello, pues el golpe nunca se frustra. A lo largo de las cincuenta páginas de su libro, he atestiguado la inevitabilidad implacable de su afanosa puntería.

Desde luego, esta puntería de Girondo le dio un manotón certero al amor de Borges por la pelirroja hija de nórdico e irlandesa, nacida en Buenos Aires. Fue tan doloroso que se cree que condujo al genio a las puertas del suicidio en 1934.

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Se refería Borges al libro Calcomanías, segundo tras el intenso y aún sorprendente Veinte poemas para ser leídos en un tranvía, ambos escritos antes de 1927, fecha en que Borges tuvo la ingenuidad de darle a conocer a Norah Lange. Tras los primeros, Girondo escribiría cuatro poemarios más: Espantapájaros (1932), Persuasión de los días (1942) Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1953).

Conocí la obra de Girondo recientemente, gracias a una advertencia magistral del poeta y dramaturgo Alfonso Sánchez, y me impresionó vivamente. De ahí y de la constancia de su muerte hace 50 años, surgió la exigencia de escribir sobre el aspecto que más me llamó la atención de su obra poética. Quizá porque, al no poder leerlo todo, me lo perdí durante décadas. Quizá, tal vez, porque su lectura me iluminó con sus sombras, vivas y autónomas, como extraños seres que nos acompañan para facilitarnos revelaciones. En su Manifiesto de Martín Fierro escribió desafiante que "todo es nuevo bajo el sol", y, consecuentemente, las sombras son siempre nuevas, sombras que cortejaron al señorito Girondo de Buenos Aires en su pelea por la vanguardia, el surrealismo y la novedad.

El prologuista de su Obra Completa, el también poeta y su amigo, Enrique Molina, ya percibió la importancia de la sombra en Girondo:

La obra de Girondo se ordena así como una solitaria expedición de descubrimiento y conquista, iniciada bajo un signo diurno, solar, y que paulatinamente se interna en lo desconocido…hasta que las cosas mismas acaban por convertirse en las sombras, de su propia soledad.

No pocas veces se refiere a las sombras en ese preámbulo para la editorial Losada.

Oliveira y las sombras

La sombra, además de un fenómeno físico, es una categoría literaria, filosófica y religiosa. Está presente desde el principio de ellas. Por decir algo, Odiseo tenía una lanza de "larga sombra". Platón explicaba el mundo desde las sombras proyectadas en su caverna. La presencia de la "sombra" en las religiones es intensa como lugar de los muertos y los sufrimientos. La duplicación de los seres que produce la sombra ha sido objeto de relatos, realistas o fantásticos. Desde Esopo a Oscar Wilde, desde Poe a Galdós, desde Borges, que la elogió, a Tolkien que la percibió como una novia.

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"Milonga" ('Veinte poemas para ser leídos en el tranvía') Ilustración del autor

Desde que Girondo es ya sombra viva separada de su cuerpo muerto hace 50 años, es preciso destacar que jugó a la autonomía de las sombras respecto a los cuerpos. No fue el primero, pero fue impresionante cómo finalmente sumergió en ellas sus propias palabras. Andersen, por ejemplo y entre otros muchos, ya escribió un cuento sobre la sombra de un sabio que se volvió humana y lo suplantó. Con ese juego, y al contrario que Lugones, sus ángeles de la sombra se convertían en espíritus de la luz y abrían la puerta a nuevas realidades.

Bajo la sombra de los toldos de la playa, Girondo veía cómo los ojos de las chicas se inyectaban novelas y horizontes en uno de los veinte poemas para ser leídos en un tranvía. En otro de ellos, reflexionaba sobre el espanto que sentirían las sombras cundo un hombre daba la vuelta a la llave de la electricidad sin darles tiempo a acurrucarse en un rincón. Por ser capaces y reales, debajo del tranvía podía arrojarse su propia sombra separada de su cuerpo. Sin bajarse del tranvía, la sombra cobija del miedo a que las casas despierten. Es más, pueden quebrarse el espinazo en los umbrales o acostarse para fornicar en las veredas.

En el tranvía que le llevó a Toledo mediante una calcomanía, vio cómo las sombras se descolgaban de los tejados. Ya en un tren español, se encontró con rebaños de sombras, con ojeras violáceas, tal vez la cuna de las sombras, esas que sufren treinta y siete grados en Granada. Luego el viajero observa en Sevilla la influencia de Goya en las sombras de los balcones esperando a salida de Jesús del Gran Poder y define que, en esa Semana Santa que vivió con pasión, las sombras son más importantes que los cuerpos y pueden trepar a los tejados para violar a algunas hembras y sepultarse en los patios dormidos.

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Su Espantapájaros revela que nos olvidamos de nuestra sombra. O, tal vez, es la sombra la que nos abandona de vez en cuando. Tal vez una tarde, sentados en un parque, la reencontramos debajo de nosotros. Y entonces se pregunta:

¿Será posible que hayamos vivido junto a ella sin habernos dado cuenta de su existencia? ¿La habremos extraviado al doblar una esquina, al atravesar una multitud? ¿O fue ella quien nos abandonó, para olfatear todas las otras sombras de la calle? La ternura que nos infunde su presencia es demasiado grande para que nos preocupe la contestación a esas preguntas.

Sin embargo, nada de libertades para una sombra amenazadora. Como su abuela le decía, pensando en su libertad, no hay que dejar que nos influencie ni nuestra propia sombra, aunque es sabido que la experiencia es una enfermedad con bajo riesgo de contagio. Además, los leprosos sólo pueden acariciar las sombras de sus prójimos.

Girondo, tal vez tan pintor como poeta, veía en la sombra una luz de otra calidad. Pero en sus interlunios secretos analizando el alma de un vecino, podía haber sombras andrajosas como la suya, con manos algosas, sin esqueleto y vacas que hablaban.

En Persuasión de los días dice abandonar las sombras, a las que diferencia con claridad de la penumbra, que está abajo, para salir volando sobre los grandes charcos de sombra. Probablemente quería que lo azotaran o creía que lo merecía. ¿Por qué? Porque no lamió la sombra de las vacas, entre otros pecados mortales. Sí, hay sombras sin remedio y uno no sabe dónde.


No estaba con mi sombra,
no estaba con mis gestos,
más allá de las normas,
más allá del misterio,
en el fondo del sueño,
del eco,
del olvido.

No estaba.
¡Estoy seguro!
No estaba.
Me he perdido.


Menos mal que, a veces, las sombras se mezclan, algunas otras con la nuestra. Ocurre en los nocturnos cuando nuestra mano bajo la almohada se hace gigante, sale de la cama, traspasa las paredes y se mezcla con otras recubriendo los techos de unas casas que fueron sonámbulas después de García Lorca. Sabido es que en la noche las sombras no se apartan de los cuerpos, sino que se aprietan a ellos y que pastan debajo de los árboles. O si son pasionales, nutren con voces de ventrílocuos a no se sabe quién pero que matan.

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Las sombras son compañeras de los fantasmas, algunos de los cuales, además de revolver papeles, esconder cartas y otras cosas, empañar gafas y pasear por los cuartos, es benigno como un duende que vigila también sobras y ruidos.

Girondo admiraba las sombras del campo nuestro que nunca dan un traspiés, tal vez porque son de piedra como los cielos agrarios pero que prefiere, no en los valles, sino en la llanura. Y ya en La masmédula, su libro predilecto y último, de la mano de los acentos y ritmos de Rubén Darío, pero en las negras sombras, se atrevió con las palabras y mencionó a los sombracanes, ascuacanes, canes pluslagrimales… ¿Locura? ¿Capricho? Por la Nada, dice él, tal vez como Joyce en Finnegans Wake, experimento dellenguaje envuelto en sombras para nadie.

O tal vez y, sencillamente, cansado:


"…sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo tibio
o remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio."

Su entrenamiento tuvo éxito y finalmente murió en 1967. Pacifista y neutral en la II Guerra Mundial, no fue perdonado por su cuñada que vivía en la Francia ocupada por Hitler. Bioy Casares, tal vez hablando por Borges, le acusó de mal escritor lleno de vicios y, cómo no, de ser partidario de los nazis. Luego acusarían de algo parecido a su amigo Borges. Son las sombras, pero, a pesar de ellas, alguna luz nos llega vía palabra. En mi sencilla opinión, Girondo debe ser leído porque su sombra, separada de él, sigue proponiendo caminos nuevos. Desde la libertad, naturalmente.

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