Dice Jonathan Safran Foer en las páginas finales de Aquí estoy:
Entre dos seres existe siempre una distancia singular, infranqueable, un santuario impenetrable. Unas veces adquiere forma de soledad. Otras, de amor
En cierta forma, es una frase que resume lo que quiere contar en su nuevo libro y que también recoge lo fundamental de los dos primeros, Todo está iluminado y Tan fuerte, tan cerca, ambos escritos cuando el autor no había cumplido los 30 y que lo convirtieron en una de las nuevas promesas de la literatura estadounidense. Superventas en EEUU, llevadas al cine después, y bestsellers en un puñado de países, España incluida, llevaron al estrellato a Safran Foer, que sin embargo, optó por guardar silencio durante once años, hasta la publicación de esta novela de más de 700 páginas alabada por algunos críticos como la mejor de las tres. ¿Qué ha pasado durante este tiempo? En buena parte, que Safran Foer ha vivido lo suficiente para construir un relato distinto que, aunque él lo niegue, tiene mucho de autobiográfico.
Aquí estoy es la historia de un matrimonio al borde del naufragio. Jacob, guionista de televisión, y Julia, arquitecto, están en la cuarentena, tienen tres hijos y una vida relativamente cómoda, cuyos engranajes funcionan en el día a día. El detonante de la acción es el bar mitzvá del mayor, Sam, a punto de entrar en la adolescencia. Los primos de Israel está a punto de llegar, el abuelo, superviviente de la Segunda Guerra Mundial, promete no morir hasta ver cumplir a su nieto con el rito, pero el niño parece dispuesto a aguarle la fiesta a todos. El conflicto, uno más en la rutina de una familia numerosa, sirve a Safran Foer para comenzar el relato profundo y minucioso de una crisis: la del protagonista, Jacob Bloch, con su pareja, con su trabajo y con sus raíces judías.
Como en sus otras novelas, lo relevante en la forma de contar de Safran Foer está en lo pequeño, aunque incluya en la acción conflictos de escala planetaria: en esta ocasión no habla del 11S, sino de un fuerte terremoto en Oriente Medio que pone en peligro la supervivencia de Israel. Y como entonces, el autor se fija en cómo lo incontrolable afecta a sus personajes, que deben replantearse, también ellos, su papel en el mundo. La catástrofe externa se mezcla con la interna, con desastres que están a punto de llegar.
Los aficionados a las etiquetas han hablado de Aquí estoy como "la gran obra judeoamericana". Pero el autor, como suele, habla sobre todo de otra cosa: lo que se oculta tras lo cotidiano, el sufrimiento del que nunca se habla, las pequeñas pérdidas y renuncias diarias. El mejor Safran Foer es el de las distancias cortas, el que se asoma a los secretos ocultos y el que encuentra, sin tópicos, lo importante en los momentos aparentemente más irrelevantes. La novela está lleno de ellos: el ritual diario de la pareja al acostarse, las familiares grietas en los muebles de la cocina, la agenda con el dentista que sólo Julia lleva en la cabeza.
A través de instantes como estos se construye la novela, cuya acción avanza en ondas y que esconde una estructura más cuidadosa de lo que parece. La catástrofe familiar termina fundiéndose con la geopolítica y el lector siempre lo observa desde el lado más íntimo, desde el punto de vista de Jacob, sobre todo; de Julia, y también de los tres niños, los otros grandes protagonistas. Safran Foer vuelve a demostrar aquí que es un maestro retratando personajes infantiles, siempre más inteligentes de lo que sus padres creen. De hecho, es el mayor, Sam, quien da en uno de los pasajes la clave del título del libro y, en realidad, de toda la novela. Aquí estoy son las palabras que dirige Abraham a Dios cuando éste le pide sacrificar a su hijo Isaac. Son el fragmento del que hablará el niño en su bar mitzvá. Pero son también las palabras que explican el comportamiento de los personajes, las palabras que unos y otros esperan de sus hijos, de sus padres, de las personas que están cerca y que necesitan:
"Abraham no pregunta: "¿qué quieres?". Lo que dice es "aquí estoy" (…) Creo que sobre todo trata de para quién estamos totalmente presentes y cómo eso, más que nada, define nuestra identidad".
En once años, a Safran Foer le ha dado tiempo de casarse, de ser padre, de separarse, de preguntarse si quiere seguir siendo escritor y de acercarse peligrosamente a la edad que ronda Jacob. Y por eso en este libro se mira especialmente a sí mismo, a su entorno y firma la que quizás sea su novela más personal, aunque con rasgos comunes a sus obras anteriores que permiten confirmar que ya tiene una voz propia, reconocible y potente.
Cuenta el escritor que en este tiempo de sequía estuvo a punto de convertirse en guionista de televisión y que los protagonistas de la hipotética serie iban a ser los miembros de una familia judía asentada en Washington. Parte de ese material se vertió en este libro y quizás por ello la mayor parte de los diálogos tienen mucho de televisivo, por el humor y por el ritmo. Se convierten en un contrapeso casi imprescindible para la intensidad sentimental de la novela: el lector, obligado a bucear en las inseguridades de Jacob, que también tiene una serie en un cajón, no tiene más remedio que examinarse a sí mismo. En realidad, eso es lo que pretende Foer en éste y el resto de sus libros. Lo que de verdad le importa, como confesó en una entrevista:
"Lo trágico de la vida doméstica es que la gente no habla como en mis libros. No se trata de que con esas conversaciones no acaben desvelando trágicas verdades. Sino de que nunca las tienen".
JONATHAN SAFRAN FOER: Aquí estoy. Seix Barral (Barcelona), 2016, 720 páginas. Traducción: Carles Andreu