El relato Eco montañés puede considerarse el primer cuento publicado por Ramón J. Sender. Apareció en el periódico madrileño Los comentarios el 27 de diciembre de 1916. Sender tenía entonces quince años y ya había publicado en la prensa aragonesa varios artículos de diversa naturaleza. Ahora la revista cultural TURIA , gracias a la labor del investigador Javier Barreiro, redescubre este texto perdido.
En su estudio sobre las características y la singularidad del primer cuento publicado por Sender, Javier Barreiro llama la atención "sobre la tan realista como convincente descripción de la siesta y el trabajo de los segadores en un tórrido verano" y la fidelidad en la reproducción del diálogo "plagado de aragonesismos, especialmente, fonéticos, para los que el joven Sender demuestra un oído alerta".
Según Barreiro, en Eco montañés resulta más socorrido "el argumento con su final tremendista –una de las líneas habituales de la narrativa corta de su época, que Sender debió leer profusamente en colecciones populares como El Cuento Semanal y Los Contemporáneos- tan patente en los ronquidos que se escapan de la garganta seccionada de la víctima".
El cuento de Ramón J. Sender que TURIA da a conocer resulta sorprendentemente maduro. Además, Sender no volvería a publicar otro cuento -y no superior estéticamente- hasta casi tres años después (6 de julio 1919), cuando el también diario madrileño La Tribuna acogiese Las brujas del Compromiso".
El cuento Eco montañés de Ramón J. Sender, que publicará el nuevo número de la revista TURIA, se inicia con el siguiente fragmento:
El sol en el cenit resplandeciente y abrasador. Del rastrojo sale un vaho caldeado que adormece. Toñón frega unas torteras en el arroyuelo que serpentea cristalino. Cuando ha terminado su labor, se dirige con los utensilios hacia sus compañeros, que sestean a la sombra de un almendro. Bruno, con un pañuelo de cuadros sobre el rostro de bronce, y tumbado sobre el césped, aprovecha las horas de la siesta con enormes ronquidos. A su lado, una petaca y un panzudo botijo que refresca las gargantas labriegas en las horas estivales de calor insoportable. Toñón se sienta sobre la hierba. Frente al trigal de los segadores, una era. La enorme trilladora no funciona. A un lado se ve una hilera de palas, horcas, más allá el pajar. Todo quietud. También los de la era duermen. Es tanta la intensidad ígnea del sol, que en un momento parece que van a incendiarse las rubias mieses amontonadas en gavillas amarillentas. Todos descansan en esa hora de placida calma... Menos Toñón. A su alrededor, los segadores amodorrados por el vaho ardoroso que les envuelve... Pero él no puede dormir. Le obsesiona una idea. Es la que le hace cavilar todo el día. Quiere apartarla de su imaginación sin poderlo conseguir. Para entretenerse hasta la hora del trabajo deletrea las columnas de un diario atrasado... Canta su monorritmo la cigarra borracha de sol... culebrea el arroyuelo entre zarzas y juncales, y allá lejos... a través de los triagales y eras, se advierte el lugar de casitas blancas, muy blancas.