Cierto que en la mayoría de sus obras Andalucía está ligeramente presente, algo que pone de los nervios a los que la Logse y sus herencias no permiten ver más allá de Despeñaperros. Pero no es menos veraz que Cela, además de lo del cipote de Archidona, escribió un libro poco conocido y comentado llamado Primer viaje andaluz, que subtituló Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y sus tierras.
El libro fue publicado en 1959 y, ¡albricias, ínclita María de los Huevos!, Cela parecía querer continuar la manía de echarse al camino que había comenzado con su Viaje a la Alcarria, que hubo dos, y que, como cita él mismo, no le gustaba a Baroja ("Eso de moverse mucho y de ir de aquí para allí no es cosa que desarrolle ni aumente mucho el magín."). Luego vendrían otros vagabundajes: Del Miño al Bidasoa, Cuaderno del Guadarrama,Viaje a USA, Viaje al Pirineo de Lérida, Galicia y alguno urbano, como Ávila, Madrid y Barcelona. Ni hubo un segundo viaje andaluz - no llegó a Cádiz ni al oriente del Sur -, ni desde 1990 viajó más con papel y pluma por tierras españolas.
¿Por qué murga? Porque eso de dar la murga, propio de los grupos callejeros que inventaron el carnaval de Cádiz y que llegaron hasta Borges ("y el charro carnaval aturdió/ con insolentes murgas"), es fastidiar cuando no es tiempo. Acostumbrados a los libros de lenguaje plano y previsible, hay quien se molesta mucho por tener que disponer de un diccionario a la mano cada dos por tres. Por eso, a Cervantes y a otros clásicos apenas se les lee. Ya lo anotamos en un artículo anterior. Precisamente por eso mismo este libro de Cela da la murga a los vagos y no ha tenido los lectores que hubiera merecido. O sea, que es murga, bendita murga, de un currelante, como consagró el añorado Carlos Cano.
Para más inri, Cela, un currelante de la manera andaluza de hablar el castellano, aporta en este libro palabras que ni siquiera están recogidas en los Diccionarios habituales, ni el de la Real Academia ni el de María Moliner, por poner dos ejemplos. Sin embargo, para restablecer la justicia, hay que decir que más murguista de los andaluces y/o de los lectores lo que hace el gallego es respetar exquisitamente a la región que vagabundea convirtiendo el viaje en un presente exquisito.
Tarda lo suyo en llegar a Andalucía. De hecho, comienza bajando de las veredas navarras, pasa por Pamplona e Irurzun camino de… ¡las tierras alavesas! hasta Vitoria y Miranda de Ebro. En el capítulo tercero, Cela toma la "casi heroica decisión" de encaminarse al Sur, que ya era hora. Eso sí, pasando por Madrid y por La Mancha, de arriba abajo, naturalmente. Esto es, que no llega hasta Despeñaperros, donde debía haber comenzado el libro según el propio escritor andante, hasta el capítulo cuarto. Por fin avistó la Venta de Cárdenas, la llave de Andalucía, aunque se ve el Sur desde el ojo de una cerradura que sigue en territorio manchego.
Un extraordinario festival de palabras
Tras los primeros pasos, el campo de Jaén, con sus olivos color de bronce viejo. Y es precisamente allí donde comienza un extraordinario festival de palabras, muchas de las cuales ni sabemos de dónde las sacó el vagabundo pero que indica a las claras su respetuosa condición de currelante de la forma de hablar el castellano en la Andalucía que pateó. Dicho de otro modo, no quiso ser populachero sino consideradamente popular, afectuosamente andaluz y español.
Bajando de Miranda del Rey a Las Navas de Tolosa, por Venta Nueva, que es difícil de encontrar incluso en Google Maps, aparece la primera palabra que no se encuentra en los diccionarios al uso. Habla Cela de "los campesinos garrufos". ¿Qué significa garrufo? En Valencia podría ser un mote. En Almería, un relleno desordenado, que ya hay que vivir en desorden para llamar a un equipo de fútbol Calzoncillos Club de Fútbol y a otro Ponte en Pompa Fútbol Club. Tal vez Cela se refiriera a "garrudos", de grandes manos como garras. Sin embargo, en Galicia y Asturias parece significar gárrulo, esto es, "alegre" incluso cantarín, hablador excesivo.
Entre esos campesinos había algún "rabiantín", voz que tampoco aparece en los diccionarios pero que por la zona parece ser sinónimo de "ensorrible", otra palabra huérfana de posición oficial, y que califica a quien todo lo quiere para sí y rabia por acumularlo. También había algún "marabullo", tal vez nombre de un juego en Canarias pero que en la península significa coco, hombre del saco. En una canción popular de Jaén aparece de este modo: "Como soy marabullo de la campiña, un cardo de arrecife te traigo, niña". Hay que buscar y mucho para encontrar que el significado andaluz de "marabullo", por cierto, de origen gallego. Pero finalmente se sabe que contiene la descripción de un hombre tosco del campo. En Albox (Almería), le dan origen árabe y el significado de penitente u hombre santo.
Luego se refiere el vagabundo del Sur a la "bineta" pero, en esta ocasión aclara que es un "aradillo que se defiende con una sola mula". En Dúrcal, Granada, se llama bineta a la azaílla con la hoja muy pequeña, que escarda la hierba superficial pero no ahonda. Puede encontrarse en el Diccionario Hispano Americano editado por Montaner y Simón a finales del siglo XIX, tomo I, entrada "acollar".
En Las Navas de Tolosa, Cela recuerda la "galiana" que dio la victoria a los cristianos sobre los almohades en la célebre batalla de 1212. El RAE y el Moliner, que esta vez sí la recogen, la definen como cañada para ganado. Precisamente el pastor Martín Halaja le descubrió la famosa Galiana a Alfonso VIII. Como salía a la espalda de las huestes sarracenas, les causó el desastre que sufrieron a manos cristianas.
Ya en Guarromán, el andariego habla de unas campanas que tocan "a cunini". Se deduce del propio Cela que era un toque de campana que se tañía cuando un niño moría poco después de nacer. En otros lugares es conocido como toque de gloria o toque de "tilinduna", que tampoco aparece en los diccionarios. Y, desde luego, hay que rebuscar para llamar "enjalbiego" al encalado de toda la vida en los pueblos andaluces. Y se le ocurre hacerlo precisamente en Martos, donde comienza la Andalucía de la cal.
Nada más salir de Jaén para caer en Cabra, el vagabundo habla de un olivar "horro" de sombra, significando el adjetivo sencillamente libre, o sea, libre de sombra. Al cabo de Almedinilla llama "fragüines" a los arroyos de Locubín y de La Sagrilla. No contento, usa la voz "almadraque" para designar una almohada y cuando se dirige a Moriles menciona a los "palomos zarandalíes" que, en Andalucía, son los que están pintados de negro (burracos para los gallegos) y a los "beberrones", gente de buen beber vino. Por cierto, enumera Cela las fases de la cogorza por orden ascendente: estar alegrote; barbirrojete; pintón y alimandrón, una vez perdido ya el sentido. Pero hay quienes afirman que eso es más gallego que un mejillón.
Los "truchimanes" de Córdoba
Ya en Córdoba, el vagabundo curioso selecciona la palabra "apiolar", que puede significar desde atar por los pies a alguien y colgarlo hasta la muerte. Los moros cordobeses, remacha, le hacían cosas de ésas a los cristianos. Poco después en vez de mentar a las norias que sacaban el agua del Guadalquivir las llama "azudas". Dice además "conteras" al remate de un cayado o bastón. Incluso explica que los cordobeses – y muchos más andaluces y españoles -, llaman "copa" al brasero que se entierra en el vientre de la mesa camilla y "truchimanes" a los picaros.
Una prueba del currelazo del habla andaluza que se propone Cela es la palabra "filfita" que se refiere a un pájaro insectívoro que en toda España es conocido como "alzacola" pero que en Andalucía, y en la zona por donde viaja en este momento, saliendo de Córdoba, se conoce como "filfita". Hay que sudar mucho la lengua para saber éso. Se menciona "filfita" en un Diccionario que se ha compuesto sobre las palabras y expresiones propias de la localidad cordobesa de Fuente-Tójar donde se expone que una filfita o aguzanieve es ave insectívora migratoria que van detrás de las yuntas buscando gusanos. Y puede también llamarse así, fíjense, a la mujer coqueta y llamativa sabihonda.
Cerca del Guadalquivir como estaba, Cela se refiere a las tierras de "bujeo", oscuras y arcillosas. Su voluntad de aportar y distinguirse le conduce a escribir "clarecer" en lugar de clarear y, si alguien quiere comprobar la exquisitez del vagabundo lean la descripción sucesiva, cromática y mineral que hace del amanecer en los alrededores de Hornachuelos.
Caminemos nosotros más resueltos para llegar a tiempo al final de este artículo, aunque tengamos que sacrificar el pormenor. Tras una disertación sobre los tipos de sombrero que se gastan en Córdoba, Sevilla y Huelva (huelveño o huelvano - ¡qué coño onubense! -, castorés -que no castora -, calañés, cordobés, chapó, chapero, de queso…), Cela, ya en Écija trueca jilguero por "pintacilgo" sin complejo alguno y se zampa unos huevos a la flamenca cocinados en la sartén de Andalucía donde nació un obispo de Grecia; el judío Juzeph, que llegó a ministro de Hacienda de Alfonso XI y el fundador de Nueva Écija… ¡en Filipinas!
"Zarzareta", que no es la lagartija aragonesa sino la cerceta andaluza; flores como los "tarayes" cerca de Osuna; el "orozuz" regaliz y la centaura…Pero sublime es el verbo "enguilarse" que designa a la pareja de perros que se queda fundida por amor y que no viene en los diccionarios habituales. O el sustantivo "cagancho", no el de Almagro, sino el "chivirraque", otro pájaro del inmenso parque ornitológico de don Camilo. Luego, a lomos de una vespa, llegó a la más bella ciudad -ciudad princesa dijeron clásicos -, Sevilla.
Fumarse un habano de "sortija"
Y en Sevilla saltan de su cabeza Fernando de Herrera, Pedro Mexía, Lope, Ortega, Antonio Machado, el Álvarez…En esta ciudad se cree o no se cree, como en Dios, recalca el vagabundo. Y entonces, perinolas-pirindolas, más palabras, un río de ellas como un Guadalquivir de la lengua sin concesiones al populacherismo, sino circulación legítima de lo culto a lo popular y vuelta sin rebajas. En la Giralda no silba el viento, sino que "chifla". En la catedral el cocodrilo de un "soldán", léase sultán para entender mejor, y el freno de Babieca, el caballo del Cid, antes de comer y fumarse un habano de "sortija" (esto es, vitola, anillo de papel que da garantía). Léase con el mismo respeto con el que Cela escribió lo de Triana, su frondosa lección sobre los palos flamencos, mar sin orillas, de la caña placentaria a los cantes fragüeros y demás. Incluso el de los gitanos "pindorós" (húngaros en caló). Qué pena esta de ir ya tan largos.
Corramos, casi, camino de Huelva, ciudad humana a la que se fue una vez y se volvió tres, con esa hilarante aventura de un guardia civil, un pasaporte y el picor del ojete. Seguimos con los pájaros como el "chichipán" (el carbonero común) o el cuco "moñón" y con encomiendas a san Rorro, que no es de Huelva. Y luego, Almonte, Villarrasa, Niebla… ¿De dónde saca el vagabundo lo del "sol arbeante"? ¿O "chulé" del cielo, que casi suena a portugués? Por San Juan del Puerto al Moguer de Platero, y a Palos, de donde se fue Colón y a donde volvió Cortés con Méjico a cuestas. Y el jamón de la sierra de Aracena…En fin…
Si todo esto lo amasamos con adjetivaciones ocurrentes y sugerentes ("olor guerrero del jazmín"), cata de vinos, bailes, refranes cien, romances mil, recetas de cocina bien trajinadas, paisajes sólo perceptibles para ojos que van a pie, costumbres esenciales como el dominó, las cartas, cantes y palos flamencos, torereos y toros, anécdotas, lances amorosos (inolvidable el de doña Mencía Corrales, de Osuna) y, por dejarlo aquí, las agudas notas biográficas sobre personajes históricos, literarios o no, héroes populares y su resumen peculiar de los hechos y las tradiciones, tenemos el primer y único viaje del mejor Cela andaluz a la búsqueda de esencias a partir de las apariencias y las existencias de medio Sur
Por cierto, no hay política, ni juicio de valor, ni acritud o si los hay alguna vez, ni se nota para descanso del alma. Prefiere, eso sí, lo raro y pintoresco a lo fotografiado. Lástima de ese segundo viaje que algún día tuvo que proyectar y que se han perdido las tierras del Este de Andalucía y Cádiz (menos Jerez, de la que habla lo suficiente desde Sevilla), la más del Sur. Se nos ha negado la segunda venerable murga de este currelante de la lengua española, a la que trabaja como un alfarero reparón y en la que cabemos, debiéramos caber, todos. Melchor Fernández Almagro dijo sobre este libro de Cela que su estilo era estar imbuido del habla de todos, arriba o abajo.
Un gallego, mirando
pa el bullarengue(1)
de una andaluza, dijo:
¡Viva mi suerte!
Suerte la de los andaluces, de contar con uno de los libros más respetuosos, y currelados, que pueden leerse sobre Andalucía. Por respetar, Cela incluye al final del libro un vocabulario sin pretensiones, dice, como auxilio del lector. Qué arte. Se le debe en el Sur un centenario como Dios manda.