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Vivir, según los que sí vivieron

La potente autobiografía de una superviviente del campo de Ravensbrück, una de las novedades del otoño. 

La potente autobiografía de una superviviente del campo de Ravensbrück, una de las novedades del otoño. 
Portada de Vivir | Errata Naturae

Anise Postel-Vinay tiene 94 años y aún se pregunta si pudo hacer algo para librar de la muerte a la madre de su amiga en el campo de concentración de Ravensbrück. "Tuve la sensación, como siempre en estos casos, de que quizás me había vencido el miedo", dice Anise en un libro que destila todo menos cobardía y que es el testimonio de alguien que, si algo hizo, fue atreverse a actuar. Vivir, en un momento en el que lo más fácil era esconderse.

El libro que acaba de publicar Errata Naturae es un compendio breve, pero intensísimo, de los recuerdos de Postel-Vinay, que buscó la forma de ayudar a la Resistencia francesa con sólo 19 años. En el relato de cómo se acercaba con su bici a los cuarteles alemanes, o cómo trataba de adivinar, midiendo sus ruedas, qué tanques utilizaban, el lector percibe la ilusión de una jovencísima Vinay por estar actuando por algo más grande que ella. Y también la rabia de ver cómo otros no lo hacían. Tras el arresto y la deportación a Alemania, el relato cambia. Pero en las palabras de Anise siguen presentes, entre los horrores del campo de Ravensbrück, su ansia por vivir, su capacidad de ver algo bueno entre el mal absoluto: la ayuda entre las presas, la amistad fortísima que nace entre ella y otras mujeres de la Resistencia, algunos gestos entre tanta maldad. Es significativo cómo Anise los rescata de su memoria y se ocupa de destacarlos, mientras habla de las horas en los talleres pavorosos donde remendaban uniformes o de las polacas sometidas a experimentos médicos.

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Prisioneras de Ravensbrück | Museo del Holocausto en Jerusalén

No importa cuántas veces hayamos leído sobre los crímenes nazis: el horror se renueva y siempre es distinto según los ojos de quien lo cuenta. En Vinay, la novedad llega por la naturalidad de su voz, que hace que parezcan normales las batallas cotidianas por sobrevivir, por seguir siendo ellas mismas. El tono se hace más triste al evocar los momentos en que no pudo hacerlo, que, se adivina en el libro, pesan tanto en ella como los muchos en que sí lo hizo. También su voz cambia al hablar de la vuelta, del olvido de lo que ocurrió, de una Francia que en ciertos momentos no homenajeó lo suficiente a sus muertos.

Termina el libro y el lector se queda con la imagen de Anise en bicicleta, con una mirada similar a la de la mujer que ilustra la portada, recorriendo el París ocupado con toda su juventud y todo su valor intacto. La Anise de ahora, que recompuso su vida tras el campo entre silencios familiares, siente "ese pasado cada vez más presente". La huella, revela, "se va haciendo más honda". Y quiere, como quisieron sus compañeras, que nada se olvide:

"Me da la sensación de que el mal alcanzó tal grado de existencia durante los años de guerra que a aquellos que no lo vivieron les resulta difícil creerlo, o incluso enfrentarse a ello (…) Si algo semejante había sido posible en un país vecino, civilizado, ¿cómo no pensar que podía repetirse?"

Es su última lucha, de la que esta autobiografía forma parte. Pero el libro habla de algo más grande: de lo que el mal no pudo quitarle nunca.

ANISE POSTEL-VINAY, CON LAURE ADLER: Vivir. Errata Naturae (Madrid), 2016, 105 páginas. Traducción: Laura Naranjo Gutiérrez

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