Barbarroja, Francis Drake, Anne Bonny o Mary Read, motines, abordajes y búsquedas del tesoro. Las novelas de aventuras tienen una fuente inagotable de historias que contar del mar, de sus piratas y sus bucaneros. Desde que en 1678, el pirata francés Alexandre Exquemelin publicase Buccaniers of America (Piratas de la América) en el que detallaba las costumbres de aquellos corsarios que tuvieron en el punto de mira al imperio español en las costas de Jamaica e Isla de la Tortuga -Rock Brasiliano, Bartolomé Portugués o Henry Morgan,-, son miles las páginas que narran las peligrosas rutas hacia el mar Caribe y los abordajes más destacados. Se considera la obra del siglo XVII que más imitaciones ha inspirado en todas las lenguas, unas historias que, por qué no, recuperar para refrescar las tardes de verano.
Los peligros a los que se enfrentaban aquellos que desde Europa cruzaban el Atlántico hacia el Nuevo Mundo han suscitado el interés de escritores y público. Mezcla de ficción y realidad, los autores han ido tejiendo arquetipos fascinantes, más tarde incorporados por Hollywood como propios: los románticos piratas que luchaban por la justicia en los mares del sur, repartiendo riquezas y saqueando a los que tanto tenían y poco merecían; y los temidos malolientes hombres con parche en el ojo y pata de palo que hacían temblar hasta al mismo Tritón.
Muchos escritores se fijaron en Jean Fleury, también conocido como Juan Florín, que labró su leyenda al abordar la nave que portaba el tesoro que Hernán Cortés había conseguido en Moctezuma Xocoyotzin. Se convirtió en la pesadilla de las embarcaciones españolas que volvían de América -según su confesión, atacó a más de ciento cincuenta-. Una vez capturado, el rey Carlos I ordenó que fuera colgado.
A pesar de que hay diferencia entre el concepto de "pirata" y "corsario", no todas las narraciones hacen esta distinción. Mientras que se entiende como pirata al bandido de mar que asalta otras naves para robar el botín y repartir el premio entre los miembros de su banda; el corsario estaba financiado por un gobernador y poseía una autorización, la patente de corso. Era muchísimo más destructivo.
Para Miguel de Cervantes, todos eran "ladrones de mar" y los de las costas turcas y de África del Norte fueron objeto de sus escritos:
Cuando llegué vencido y vi la tierra tan nombrada en el mundo, que en su seno tantos piratas cubre, acoge y cierra (El trato de Argel)
...es la ciudad de Argel, gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, puerto universal de corsarios y amparo y refugio de ladrones... (Los trabajos de Persiles y Sigismundo)
Algunos de estos bucaneros eran considerados algo así como el enemigo público número uno. Lope de Vega celebró la muerte de Sir Francis Drake en La Dragontea, epopeya en el que habla de las "inmortales gestas" de los españoles que combatieron frente al sanguinario inglés:
Rompe el techo láminas y plancha de acero
grabado los mosquetes:
vuelan los tiros cuerpos de las lanchas
más altos que en las gavias los grumetes.
Siémbrase de la mar las ondas anchas
de plumas y sangrientos coseletes,
y llevándose los aires cristalinos
brazos, cabezas, piernas e intestinos
Para muchos expertos, esta obra de Lope de Vega es una de las precursoras de las aventuras de piratas, una temática con gran desarrollo durante el Romanticismo con firmas tan destacadas como la de Byron W. Scott, Stevenson o Espronceda:
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.
(La canción del pirata)
El poeta Lord Byron publicó en 1814 El Corsario, donde Conrad, pirata que surca el Mediterráneo, se alza como un justiciero que protege a los desposeídos, una historia que fue contada en teatros gracias a la ópera homónima de Verdi. Pero hasta 1881, no se escribiría la gran novela del género por antonomasia: La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson publicó originalmente estas aventuras por entregas en una revista infantil. En ellas, narraba las hazañas del joven Jim Hawkins y sus marineros en busca del tesoro del pirata Bones, para lo que tendrán que vérselas con John Silver el Largo y su equipo.
Era un hombre alto, fuerte, de pronunciado color moreno avellana. Su trenza o coleta alquitranada caíale sobre las hombreras de su poco limpia blusa marina. Sus manos callosas y llenas de marcas, enseñaban las extremidades de unas uñas quebradas y negruzcas; llevaba en una mejilla aquella cicatriz de sable, sucia y de color blancuzco y repugnante. Paré- ceme verlo aún paseando su mirada investigadora en torno del cobertizo, silbando mientras examinaba, y prorrumpiendo en seguida en aquella antigua canción marina que tan a menudo le oí cantar después: "Son quince los que quieren el cofre de aquel muerto, Son quince,¡joh, oh, oh!, son quince; ¡viva el ron!"
Emilio Salgari inmortalizó a los piratas asiáticos y a los del Caribe en obras como Los piratas de Malasia (1896), El corsario negro (1898), Sandokán (1900) o Los últimos piratas (1908). El escritor italiano presenta historias increíbles sobre viajes por el mar y continentes misteriosos, en las que suele apostar por la versión del pirata Robin Hood, es decir, el que roba a los ricos por los pobres y lucha por el imperio opresor.
Un hombre descendió desde el puente de mando. Vestía completamente de negro, con una elegancia poco frecuente entre los filibusteros del Golfo de México. Llevaba una rica casaca de seda negra con encajes oscuros y vueltas de piel, calzones en el mismo tono negro e idéntica tela; calzaba botas largas y cubría su cabeza con un chambergo de fieltro, sobre el cual había una gran pluma que le caía hacia la espalda (El corsario negro)
¡Rumbo a poniente!, de Charles Kingsley, es un clásico de la literatura inglesa de aventuras del siglo XIX. Publicada por primera vez en 1855, la novela está ambientada en el siglo XVI, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, de la que se dice, a pesar de ser apodada "la reina virgen" que compartió noches de pasión con Francis Drake y otros piratas, que obtuvieron los favores de su Reina atacando a los barcos españoles procedentes de América. La novela cuenta las aventuras del joven sir Amyas Leigh, que se enfrenta a la Armada de Felipe II, mide su valor con las tropas del enemigo y salvaguarda la honra de su amada Rose Salterne, perdida entre los brazos de don Guzmán de Soto. El libro no se editó en España hasta 2012.
A la mente vienen otras originales historias del mar de Julio Verne: Los piratas del Halifax (1903), Veinte mil leguas de viaje submarino(1870) o La isla misteriosa(1874). Y, difícil no acordarse de aquel pirata que apareció con garfio en lugar de mano: el capitán Hook, popularmente conocido como Garfio, en Peter Pan y Wendy (1911), de James M. Barrie. El dramaturgo británico reconoció que el personaje estaba basado en el capitán Ahab de Moby-Dick.
Por fin oyó el nombre de Peter
-Sobre todo -decía Garfio con pasión- quiero a su capitán, Peter Pan. Él fue quién me cortó el brazo.
Agitó el garfio amenazadoramente
-He esperado mucho para estrecharle la mano con esto. Ah, lo haré pedazos.