"Jesús sufrió", decía, tan burlona como satisfecha, la usurpadora figura paterna de Hellraiser antes de estallar en pedazos, presa de esos garfios metálicos que penetraban su carne y la estiraban hasta su límite de tensión. Con su primera incursión en el largometraje el británico Clive Barker remató uno de esos títulos capaces de reconfigurar un género, el terror fantástico, mostrando de paso una capacidad artística y poética que solo puede otorgar el genio y que podría resumirse en una frase: no hay placer igual al terror. Genio literario, genio visual, el maestro de la "nueva carne" no estaba sino cambiando de soporte artístico en el que suponía su salto de la literatura al cine. Una que, en todo caso, comenzó con estos Libros de Sangre que ahora reaparecen recopilados de la mano de la editorial Valdemar (en un volumen tan grande como, por alguna razón sobrenatural, manejable) que a mediados de los ochenta y hasta los noventa pusieron patas arriba todo el entramado del género.
Como un elefante en una cacharrería entró Barker con esos tres volúmenes de relatos reunidos aquí, y que se consumen con la misma pasión que guía a sus personajes. Como dice Jesús Palacios en el largo y excelente prólogo, todo en los Libros de Sangre desprende una sensualidad e incluso optimismo evidentes. Ya estemos en un relato de torture-porn como Dread, en un cuento de monstruos como Las pieles de los padres (donde Barker se vale de su condición de forastero para ironizar sobre quién hizo qué en la conquista del Oeste); en un trágico homenaje a Poe que disuelve las fronteras de lo real como Los nuevos crímenes de la calle Morgue... Todo vibra en los relatos de Barker, y lo hace con una precisión que, sin ir en detrimento de su vivacidad, sí tiene algo de matemática: ningún relato se extiende más de cuarenta páginas, espoleando la voracidad del lector; y sin perder de vista la historia y la emoción, todos se afanan a invertir consideraciones sobre el más allá, el más acá y quiénes son realmente los diablos en la gran broma de la existencia humana.
Todo nace del inicial Libro de Sangre, un prólogo indómito y, a la vez, sensible, que ya desde el comienzo nos da la clave de las paradojas que recorren la espina dorsal del libro, esa extraña alianza entre vida y muerte, carne y espíritu. Una veterana médium y un atractivo farsante, juntos en un clímax sobrenatural en el que los espíritus escriben los relatos en cada centímetro del cuerpo de ese carnal objeto de deseo masculino. Un hachazo inicial que da paso al Tren de la Carne de Medianoche, un cuento de asesinos que deriva en relato iniciático, otra muestra de ese diabólico alborozo que reportan los cuentos de Barker. Aquí nunca queda títere con cabeza, pero incluso la tragedia puede significar un nuevo amanecer… aunque sea en las tinieblas. Así podríamos seguir, porque no hay ni un solo relato que sea malo: a Barker no se le escapa ni siquiera la alegoría política, que naturalmente se lleva a un perturbador territorio gore: en el terrible En las colinas, las ciudades, dos amantes masculinos de viaje en Europa del Este presencian un combate entre dos aldeas descrito como solo el adalid de la nueva carne podría proponer.
Si por el camino surgen dudas sobre las adaptaciones y la vertiente cinematográfica del autor, no hay problema ninguno. Al final del volumen Antonio Trashorras aporta un epílogo sobre los trabajos cinematográficos de Barker, una corta filmografía como director resumible en tres obras de culto (Hellraiser, El señor de las ilusiones y Razas de noche) y más extensa como guionista, aunque la palma de la abundancia se la llevan las películas inspiradas en su obra escrita. Calificar a Clive Barker de un maestro del horror moderno junto a Stephen King, Ramsey Campbell y compañía sería una obviedad. Aquí lo que se reivindica es su categoría de artista, una condición que estos Libros de Sangre tan auténticos, brutales (en su sosegada y melancólica introducción, el propio Barker -desgraciadamente alejado del género- los califica como obras de juventud) reivindican. En ellos, las sombras y diablos no te matan, a menudo sonríen y te cuentan su propia historia, añadiendo una dosis nueva de peligro, nuevas puertas llenas de promesas en las que penetrar.