Colabora
Luis Alberto de Cuenca

El Capitán Trueno sexagenario

Me acuerdo nítidamente de su portada, pletórica de acción y movimiento, en la que un tipo con melenita cargaba en Tierra Santa contra los sarracenos.

El Capitán Trueno. | Portada

Se dice pronto: sesenta años ya desde la aparición de ¡A sangre y fuego!, que es como se titulaba el primer cuaderno —apaisado, como la mayoría de los comic books españoles de entonces— de El Capitán Trueno. Uno de mis más viejos recuerdos es la lectura, aún torpe y balbuciente, de ese tebeo. Tenía yo tan solo cinco años y cuatro meses cuando apareció (el 14 de mayo de 1956, para ser exactos), pero me acuerdo nítidamente de su portada, pletórica de acción y movimiento, en la que un tipo con melenita y montado a caballo cargaba en Tierra Santa contra los sarracenos, mientras en primer plano, a la derecha, un gigantón tuerto y sonriente se divertía sembrando el terror en las filas enemigas, mientras que, subido a sus hombros, un chico rubio, vestido con ropas bufonescas, le asestaba un garrotazo al agareno que tenía delante; en la parte de abajo, una leyenda cuyo contenido marcaba un objetivo épico: "¡Había que tomar la fortaleza a toda costa!"

Como en seguida aparecía el rey inglés Ricardo Corazón de León, teníamos que suponer que nos encontrábamos en el curso de la Tercera Cruzada, a finales del siglo XII, que enfrentó a los cristianos con el intachable y caballeresco líder musulmán Saladino, sultán de Egipto y Siria entre 1174 y 1193. En cuanto a la identidad de los protagonistas, el guerrero cristiano de la melena, portador de un escudo con barras rojas y amarillas que evocaba las armas del Reino de Aragón, no era otro que el Capitán Trueno —seguimos sin saber, a estas alturas, cómo se llamaba de verdad, pero a los héroes les basta con un sobrenombre—; el tuerto, que, además, llevaba barba corta y bigote e iba vestido con un sayal rayado sujeto por un cinturón y una doble bandolera en el pecho, se llamaba Goliath, como el gigante filisteo que se enfrentó al imberbe David cuando los Pueblos del Mar campaban a sus anchas por el Creciente Fértil; el muchacho vestido de bufón (pero sin cascabeles) no era ni mucho menos un joker de baraja, sino un valiente muchacho llamado Crispín, con el que todos los niños y adolescentes de la época nos identificábamos, porque estaba más cerca de nosotros que los inasequibles Trueno y Goliath, que pertenecían al mundo de los adultos, una esfera que, por fortuna para nosotros, nos era ajena por aquel entonces.

El Capitán Trueno. | Portada

Los responsables de El Capitán Trueno son, como todo el mundo sabe, dos nombres propios a los que debemos honrar como se merecen, pues ahuyentaron las pesadillas y alimentaron los sueños de varias generaciones de españoles: Víctor Mora, nacido en Barcelona en 1931, y Miguel Ambrosio Zaragoza, el gran Ambrós, fallecido en 1992, cuyo nombre aparece en la portada del mencionado primer cuaderno, a la derecha del caballo del Capitán. Víctor Mora (o Ricardo Martín o Víctor Alcázar, que también firmó con esos nombres) es un excelente narrador, que ha cultivado con acierto el cuento y la novela. Tenía que serlo, porque el rigor y la coherencia internas con que está urdida la saga del Capitán Trueno, su capacidad inventiva y, por qué no decirlo, su fino sentido del humor (desconfiad de las historias que no tengan sentido del humor: es la risa lo que nos distingue a los humanos del resto de los animales) anuncian en su creador a un auténtico maestro de la narrativa, conocedor de todos los trucos del oficio e infatigable forjador de plots. Pero fue Ambrós quien puso carne, rostro y movimiento a los personajes, trasladando en imágenes las palabras de Mora con una expresividad y un encanto verdaderamente excepcionales, por más que había dado ya pruebas de su genio en series ambientadas en el Lejano Oeste como El Jinete Fantasma y Chispita, de inexcusable conocimiento por parte del aficionado al tebeo español.

Se ha insistido con lamentable empecinamiento en el carácter "progresista" de El Capitán Trueno en relación con El Guerrero del Antifaz, de Manuel Gago, una serie a la que se ha tildado con frecuencia, injustamente, de reaccionaria. Nada más falso. Antonio Machado hablaba de que la poesía, el arte todo, es palabra en el tiempo. El Capitán Trueno es a los años 50 del siglo XX, en los que comienza a advertirse en el tebeo patrio una cierta modernidad narrativa, lo que El Guerrero del Antifaz es a los 40, unos años más centrados en un modo tebeístico de narrar todavía folletinesco. Si hablamos de obras maestras, las comparaciones son odiosas. Y tanto El Capitán Trueno como El Guerrero del Antifaz lo son. Por eso, cualquier efeméride como la presente, en la que recordamos los primeros sesenta años del Capitán, de su novia eterna Sigrid y de sus escuderos y amigos Crispín y Goliath, debe escribirse con letras de oro en el libro de nuestra memoria, porque al centenario no va a ser nada fácil que lleguemos algunos.

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