Los despertares de Borges
No cabe duda de que los sueños y despertares de otras literaturas impresionaban al argentino. Pero él mismo siguió ideando algunos sorprendentes.
Se refería hace unos días Mario Noya a "Borges, los libros y la noche". Pero incluso en la noche oscura de su ceguera, Borges despertaba. De hecho, la sorpresa de lograr despertarse ocupó bastantes de sus desvelos y, cómo no, hizo posible que muchos de sus lectores despertaran también de viejas formas de escribir, de tipos y temas caducos y encontraran novedades interiores al margen de toda actividad que no fuera imaginar, o tal vez, fingir y/o jugar.
Curiosamente la palabra despierto procede del latín expertus que tiene también el significado de "experimentado". En una libre interpretación, se diría que soñar y despertar son los pilares básicos de la realidad humana y que soñar despierto o despertar soñando es el más preciado don del caballero escritor.*
Pero Borges no se ceñía a despertar de un sueño o a un sueño. También pueden despertarse recuerdos. Incluso puede despertarse en otro individuo recuerdos que pertenecieron a un tercero, pongamos por caso Evaristo Carriego (1930), lo que le parecía una paradoja evidente. No había visto, claro, Desafío total, donde se insertaban recuerdos en las zonas vacías de la memoria. En realidad, Philip K. Dick no las tenía todas consigo con este tráfico de recuerdos y en su obra inspiradora dejó dicho que podría ocurrir que una mente albergase dos sujetos opuestos, y hacerlo, además, simultáneamente. O sea, un peligro. O no.
Recuerdo que me desperté a la admiración por tan intensa literatura tras leer su Episodio del enemigo (El oro de los tigres, 1972). Érase una vez que Borges hacía tiempo maltrató a un niño. El niño creció como su enemigo. Finalmente, el enemigo lo encontró. Descubierto, dijo Borges:
…pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
La respuesta de su enemigo le obligó a tomar una decisión memorable. Este es el diálogo final:
—Precisamente porque ya no soy aquel niño —me replicó— tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
—Puedo hacer una cosa —le contesté.
—¿Cuál? —me preguntó.
—Despertarme
Y así lo hizo. Luego se despertó muchas veces o asistió a inquietantes despertares. Hubo un hombre que compró una mujer por 4.00 denarios. Sus ojos eran tan bellos que no le dejaban rezar. Ella se sacó los ojos para no distraerle. Cuando el hombre despertó, Dios se la había llevado devolviéndole los 4.000 denarios. También se rió malvadamente de otros, como cuando llamó "encanto" al último film de René Clair, después de despertarse él mismo o quien fuera (Arte de injuriar, en Historia de la Eternidad, 1936).
Dejó anotado que unos quinientos años antes de la Era Cristiana, alguien escribió: "Chuang-Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre". He ahí la confusión que aporta la reanimación del desadormecerse. (Sueño de una mariposa, en Borges, Bioy, Ocampo, Antología de la literatura fantástica, 1940).
Añadió que Maya, la madre de Buda, soñó que en su costado entraba un elefante de seis colmillos, con el cuerpo del color de la nieve y la cabeza del color del rubí. Al despertar, la reina no sintió dolor ni siquiera peso, sino bienestar y agilidad. El propio Siddharta, que renunció al mundo el mismo día que su mujer dio a luz, no acarició a su hijo por no despertarla y se prometió hacerlo cuando ya fuera Buda. Una precaución ante el peligro de despabilar a destiempo (El libro de los seres imaginarios, 1968)
Pasar de un sueño y despertarse en otro
Pero el mismo Borges podía pasar de un sueño a despertarse en otro. En uno de estos trances, se despertó en una pieza irreconocible.
Clareaba: una detenida luz general definía el pie de la cama de fierro, la silla estricta, la puerta y la ventana cerradas, la mesa en blanco. Pensé con miedo ¿dónde estoy? y comprendí que no lo sabía. Pensé ¿quién soy? y no me pude reconocer. El miedo creció en mí. Pensé: Esta vigilia desconsolada ya es el Infierno, esta vigilia sin destino será mi eternidad. Entonces desperté de veras: temblando. (La duración del infierno, en Discusión, 1932).
Hay despertares con mensajes de otros sueños, como el de Mohamed el Magrebí que encontró un tesoro en su casa de Isfaján gracias al sueño de un capitán de El Cairo. (Historia universal de la infamia,1935. Historia de los dos que soñaron). Es más, recordaba a Lewis Carroll y su A través del espejo, donde se existe sólo en el sueño de un Rey que si despertara haría que nos apagáramos como una vela. Peor aún, regurgitando a Leopoldo Lugones y sus caballos de Abdera, refiere un despertar que anticipa el del cineasta de El Padrino, de Coppola, "rozados sus labios por la innoble jeta de un potro negro que respingaba de placer el belfo enseñando su dentadura asquerosa". Ni siquiera falta la sangre.
Rencores y lealtades
Naturalmente, también se despiertan rencores, y lealtades, y otras vidas, como le ocurrió a Melanchton que actuó en una de ellas como si no estuviese muerto. Y hay palabras como "cerrada" que despiertan sueños rabínicos de atravesar una puerta salvífica que terminan laberínticamente en brazos del Gran Inquisidor Pedro Argües, cuenta Borges anotando uno de los Nuevos cantos crueles de Villiers de L´isle Adam (1888). Ya Giovanni Papini venía a creer que cada uno de nosotros somos como sueños despiertos de un Dios que no debe despertarse para no anonadarnos. "Me basta la tremenda seguridad de ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador", escribió y cita Borges que quizá deseara despertarlo.
Tampoco se le escapó a Borges el horrible despertar del doctor Monsieur Ernest Valdemar de Allan Poe, hipnotizado en el momento de la muerte creyendo que podría salvarse del fatal destino pero que…Bueno, en fin, ese relato hay que leerlo porque está en el origen de los cuentos de horror y ciencia ficción. Menos mal que el agonizante Valdemar no se miró en el Precioso Espejo de Viento y Luna que venía del Palacio del Hada del Terrible Despertar y tenía la virtud de curar los males causados por los pensamientos impuros como el deseo de inmortalidad.
Los mismos dos amigos reunieron en un primer volumen los que consideraban los mejores cuentos policiales ( 1943) y recogieron uno titulado Si muriera antes de despertar, de William Irish. En un relato de Graham Green recogen la historia de un hombre que despertó tres veces del mismo sueño:
Estaba solo en una enorme y oscura galería que era el cementerio de todo el mundo. A través del subsuelo, las tumbas se conectaban: el mundo era una colmena de muerte y, cada vez que soñaba, descubría otra vez el horroroso hecho de que el cuerpo no se pudría. No hay gusanos ni putrefacción.
Inquietante de verdad.
Ideando sueños sorprendentes
No cabe duda de que los sueños y despertares de otras literaturas impresionaban al argentino. Pero él mismo siguió ideando algunos sorprendentes. Por ejemplo, los sucesivos de Hladík condenado a muerte que en sueños buscaba a Dios en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Se despertó cuando logró tiempo para conseguirlo (Artificios, 1941: El Milagro secreto). En Las ruinas circulares definió uno de sus temas literarios:
En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
Por eso él y Bioy Casares dedicaron a la memoria de José. S. Álvarez sus doce figuras del mundo, con despertar errado incluso.
Hay despertares tremendos, como el de un hombre que dormía junto a Isadora Cruz a la que despertó con el grito insoportable de la pesadilla.
Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro. (El Aleph, 1949. Biografía de Tadeo Isidoro Cruz)
Y fíjense en los despertares de unos durmientes aparecidos mientras Borges buscaba a Averroes:
Sea esa historia la de los durmientes de Éfeso. Los vemos retirarse a la caverna, los vemos orar y dormir, los vemos dormir con los ojos abiertos, los vemos crecer mientras duermen, los vemos despertar a la vuelta de trescientos nueve años, los vemos entregar al vendedor una antigua moneda, los vemos despertar en el paraíso, los vemos despertar con el perro.
Cosas peores podían pasar si Dios desvelaba su escritura a un presidiario que soñaba que en el piso de la cárcel había un grano de arena.
Volví a dormir, indiferente; soñé que despertaba y que había dos granos de arena. Volví a dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así, multiplicándose hasta colmar la cárcel y yo moría bajo ese hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando; con un vasto esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil; la nnumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo: No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente.
Qué angustia.
Y así continua, sucesiva, extraordinariamente siguió Borges contando, recordando, fingiendo o imaginando despertares durante toda su literatura. Sería de considerar una tesis más amplia que un artículo incitador sobre el tema de sus desadormecimientos. Incluso podría terminar concluyendo que en realidad Jorge Luis Borges no murió en Ginebra en 1986 porque cuando se despertó se empeñó en entrar en los sueños de los hombres y despabilar a los que desean gozar de nuevos libros fantásticos.
Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!"(Borges, Despertar, El Otro, el Mismo, 1969)
*Recuérdese que ya en Fervor de Buenos Aires (1923) se refería a la distinción sueño-realidad en Kant y Schopenhauer.
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