Perderse en 'Venezia'
Muñoz de Julián ofrece en La Venecia de Casanova un viaje por la ciudad de los canales al estilo de una guía para viajeros jóvenes con poco dinero.
Al acercarse el período de vacaciones, me gusta recomendar un género que puede sernos muy útil: los libros de viaje. El que ahora comento me ha parecido muy original, pues une, a eso, otro tipo de obras que últimamente tienen mucho éxito: los libros de historia que se centran en la vida cotidiana, en una época y lugar.
La primera condición que cumple es que conoce perfectamente el tema. (Siempre me ha apasionado Venecia y algo conozco de esa ciudad). Además, lo sabe presentar con amenidad, con buen estilo, con sentido del humor. La edición está cuidada, incluye (como muchas guías actuales) recuadros sobre un tema concreto, además de muchas ilustraciones. Nos cuenta muchísimas cosas curiosas sobre la ciudad y sus habitantes.
Los venecianos –sacamos en conclusión– han tenido siempre la sensación de vivir en un paraíso... en decadencia: una lentísima decadencia, que se prolonga durante siglos, nunca se consuma y constituye uno de los grandes atractivos de esta fascinante ciudad. (Baste con recordar esa gran metáfora que supone Muerte en Venecia, en la unión de Thomas Mann con Visconti y Mahler).
¿Qué ropa debía llevar, en su equipaje, el caballero que iba a pasar una semana en Venecia, a fines del XIX? Según el autor, no menos de cinco trajes, el doble de camisas y chalecos y tantas medias como pudiera, por la extrema suciedad de los suelos. (En Candide, cuenta Voltaire una cena, en Venecia, con desconocidos... que resultaron ser reyes, todos ellos).
Descubrimos, en esta guía histórica, que, en aquella Venecia de 150.000 habitantes, había cerca de 800 peluqueros y vendedores de pelucas (y de lunares). Un palacio noble podía tener 200 habitaciones, con 60 sirvientes y una flotilla propia de góndolas. Una dama noble podía pasar hasta 6 horas diarias en el tocador. En un año, se estrenaron, en la ciudad, 1.200 espectáculos: a la cabeza, el teatro (Gozzi, Goldoni, las marionetas) y la música (Marcello, Vivaldi).
La singularísima geografía de la ciudad originaba que las calles tuvieran muy diversos nombres, que siguen despistando a los viajeros actuales: "calli, rio, rio terrà, sotoportego, salizada, corte, ruga, fondamenta, ramo, riva, lista, piazzetta..." ¡Qué atractivo laberinto! Para no perderse en él, Venecia fue la primera ciudad italiana con alumbrado público y creó el oficio del "codegá" (a la vez, escolta y farolero).
Por la importancia del erotismo, a Venecia la llamaban "una vieja libertina". Recuérdese cuál era la comida favorita de Casanova: ostras y foie, servidos sobre el pecho de sus amantes. Otras pasiones de los venecianos eran el juego y los carnavales, que duraban seis meses y atraían a cerca de 30.000 extranjeros: era - y sigue siendo - "la ciudad de las máscaras".
Dos datos lingüísticos muestran el atractivo de la ciudad. Según Sansovino, su nombre puede venir del latín veni etiam: venid otra vez; es decir, "por muchas veces que vengáis, siempre veréis cosas nuevas, nuevas bellezas". En Venecia nació la fórmula de despedida italiana: Ciao viene de s’ciao vostro (soy vuestro esclavo).
Muchas cosas curiosas e interesantes hemos aprendido, en este libro. La conclusión de Daniel Muñoz de Julián es clara: "Seguramente el mejor consejo que se le puede dar a un viajero, en Venecia, es que se pierda". Intentaremos seguirlo.
Daniel Muñoz de Julián: La Venecia de Casanova, Madrid, ed. Akal, 2015, 176 págs, 20 euros. ISBN: 978-84.460-4220-4.
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