Muchísimos españoles han disfrutado con las aventuras de Celia, Cuchifritín y Matonkikí. Comenzaron a publicarse en el año 1928, en Gente Menuda, y tuvieron un enorme éxito. No hace mucho tiempo, reivindicó estos libros Carmen Martín Gaite y dieron lugar a una serie de TVE muy atractiva. Su autora, Elena Fortún (seudónimo de Encarna Aragoneses) nació en Madrid en 1886 y murió en 1952. Sabemos que su matrimonio no fue feliz y que quizá era lesbiana. Era republicana, quizá cercana al partido de Azaña: marchó a Buenos Aires, regresó a Madrid en 1948, volvió a Argentina y, de nuevo, a Barcelona, en 1950. En sus últimos años, se hizo más religiosa y fue amiga de Carmen Laforet.
Con su habitual cuidado, Editorial Renacimiento acaba de publicar la reedición de la muy olvidada novela Celia en la revolución. La autora concluyó de escribir el borrador en 1943 y la recuperó su estudiosa Marisol Dorao. En la introducción, Andrés Trapiello la califica como "una de las grandes novelas de la guerra civil española" y la pone como ejemplo de esa "tercera España", ni comunista ni fascista, de la que también es buen ejemplo Chaves Nogales.
En el título, es significativa la palabra "revolución", que aparece también –señala Trapiello– en la obra de Clara Campoamor La revolución española vista por una republicana. (Añado yo: también la usa Baroja en su novela póstuma Madrid en la revolución). Los republicanos –dice Trapiello– "no estaban luchando sólo en una guerra civil, sino haciendo la revolución"; luego, suprimieron esa palabra "para obtener ayuda de las democracias burguesas... siguiendo órdenes del propio Stalin".
En julio de 1936, Celia, que tiene 15 años pero parece mayor, está veraneando, con su familia, en Segovia. Al estallar la guerra, vuelve a Madrid; pasa luego a Valencia, Albacete, Barcelona, otra vez Madrid y, finalmente, en 1939, consigue salir de España en un barco, que la llevará a Francia y América.
Ofrece Celia el punto de vista de una adolescente sobre lo que Goya llama los "desastres de la guerra": las sacas, checas y "paseos"; el hambre; la barbarie y crueldad generales... Es una novela realista: para Carmen Martín Gaite, un desahogo; para Trapiello, una crónica verdadera. Se menciona a algunos personajes reales: Maeztu y Muñoz Seca; el editor Manuel Aguilar; Amelia Isaura; Laura de los Ríos e Isabel García Lorca (a las que he podido conocer).
Novela costumbrista, con abundancia de diálogos
Literariamente, predomina el tono costumbrista, con abundancia de diálogos. Algunos discursos republicanos, ingenuamente pedantes, del padre de Celia pueden reproducir los del marido de Elena Fortún. Quizá su mayor logro –como indica Marisol Dorao– es contar lo más terrible con las expresiones más sencillas. En medio de la gran tragedia colectiva, la vida cotidiana sigue: los niños pequeños se pelean con almohadas o juegan levantando el puño. Se detallan las horribles comidas y bebidas: el arroz con sebo, una mezcla a la que llaman vermú. La adolescente Celia quisiera tener vestidos bonitos, vive una especie de noviazgo con un joven que le recuerda a Gary Cooper y, en medio de las matanzas, siente la alegría de la llegada de la primavera.
Utiliza sabiamente Elena Fortún refranes, adivinanzas, oraciones, juegos, canciones. Sus personajes usan voces que formaban parte del lenguaje popular (y que, hoy, quizá desconocen tantos jóvenes): "aparentero, cordera, alfeñique, parleras, la andorga, taravilla, un tabardillo, un pitoche, un pingo..." También, expresiones coloquiales llenas de sabor: "¿qué tripa se te ha roto?, las diez de ultimas, tié la sal por arrobas, sabe más que Lepe, esto es el acabóse, estás muerta por sus pedazos..."
En esta guerra civil, hay que ser de un partido. A Celia, su casi-novio quiera hacerla del Partido Comunista pero a ella no le agrada: "Lo primero es ser libre y hacer lo que se quiere" (p. 192). Otros, en cambio, la acusan de fascista (p. 224).
La causa de esta guerra es bien triste: "Es que somos salvajes... verdaderos salvajes... Todos somos unos asesinos" (p. 181). "Nada une a las gentes como el odio" (p. 246). Por eso, en Madrid, "alquilan sillas y bancos a real para ir a ver fusilar" (p. 157).
Se lee con mucho interés esta buena crónica de unos hechos tan terribles. La esperanza puede venir de la ingenua oración de una anciana: "Señor, que no se mate a nadie más, que se estropeen todos los aviones y no puedan volar, y se moje la pólvora, y tengan todos juicio y no sean brutos. Amén" (p. 175). La emoción nace, por ejemplo, de ver cómo Celia quiere llevarse al exilio una vieja bata de casa que usaba su madre, cuanto ella era niña...(p. 175).
Elena Fortún: Celia en la revolución, prólogo de Andrés Trapiello, Sevilla, ed. Renacimiento, marzo de 2016, 348 págs, 19 euros. ISBN: 978-84-16685-07-3.