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Aquel navajazo que le dieron a Camilo José Cela en el culo

Se trata de un episodio poco conocido que repercutió muchos años en su salud.

Se trata de un episodio poco conocido que repercutió muchos años en su salud.
Cela | Cordon Press

Como es público, y ya anticipado en muchos medios, este año se celebra el centenario de Camilo José Cela. Previsible es que, amén de actos de diversa naturaleza, se deslicen en la prensa escrita cientos y cientos de artículos en su honor. Me permito firmar éste, que inicio con un episodio que más pareciera pertenecer a sus relatos carpetovetónicos, aunque fue real siendo él protagonista. Acaeció al atardecer de un día de noviembre de 1953. El novelista gallego quiso celebrar su regreso de Venezuela, adonde había viajado en el mes de mayo y donde, por encargo del Gobierno presidido por Pérez Jiménez escribió la que iba a ser una de sus más deslumbrantes obras, La catira, por la que percibió tres millones de pesetas, cantidad muy elevada que ninguno de sus colegas españoles podría entonces soñar por una novela.

Eufórico, Camilo José Cela, ya en Madrid y del brazo de su mujer, Charo y en compañía de un matrimonio amigo y el también escritor, excelente poeta José Manuel Caballero Bonald, a la sazón entonces secretario del autor de Iria Flavia, fueron a festejar su regreso a Riscal, restaurante de moda especializado en paellas. Con la euforia presidiendo el ágape y tras una larga sobremesa en la que no faltaron las libaciones, el homenajeado propuso continuar la juerga como anfitrión en una conocida sala de fiestas, Casablanca, ya desaparecida, situada frente al también derruido Circo de Price, edificio hoy ocupado por el Ministerio de Cultura.

Anochecía cuando el quinteto mencionado, una vez en la mesa bien surtida de bebidas, se dispuso a contemplar el espectáculo del afamado local. Apareció en el escenario un amanerado artista que hizo alarde de una variada serie de contoneos y femeniles movimientos de brazos, lo que provocó en Camilo José Cela un estentóreo "¡maricón"!, grito que inmediatamente fue seguido de otro, como respuesta, procedente de la zona alta del salón: "¡Tu padre!".

La noche terminó a palos

Lo que sucedió a continuación se nos antoja muy similar a esas habituales peleas en las películas de acción, las del Oeste particularmente, cuando alguien pega un puñetazo a otro en una taberna y en pocos minutos se arma la de San Quintín, implicándose en la pelea clientes que nada tenían que ver en el asunto. Pues aquella anochecida madrileña en Casablanca vino a ocurrir eso: que espectadores que compartían la exclamación de Cela se enfrentaron a aquellos otros que no eran de igual pensamiento.

Los camareros trataron de pacificarlos, sin éxito, acabando metidos en el mismo fregado. Avisada la policía y en tanto ya en el lugar de autos fue apaciguando aquella tumultuosa reunión, Camilo José Cela advirtió a su mujer que por sus piernas manaba algo. Y no era consecuencia de una micción indeseada, pues en seguida Charo dióse cuenta que su marido sangraba de una pierna, de la izquierda exactamente. En un rincón de la sala de fiestas, bajándose los pantalones, el escritor comprobó ante su esposa y acompañantes que le habían propinado un navajazo en lo que él tantas veces identificó como el tafanario, donde la espalda pierde su casto nombre, el culo en román paladino. Pero, bueno ¿no se había dado cuenta? Y él dijo a quienes le rodeaban que no, que con el lío que se formó (y probablemente también por haber subido el codo más de la cuenta) ni siquiera se percató de ello, ni consecuentemente de la identidad del autor de la agresión navajera.

No tuvo trascendencia en la prensa

La velada concluyó en la comisaría y en un ambulatorio, ya superada la medianoche. El suceso no tuvo trascendencia en la prensa y tampoco dio lugar a un juicio pues aunque en Casablanca se produjeron muy serios destrozos, sus propietarios se "olvidaron" de la justa denuncia a la que tenían derecho, exigiendo una indemnización, que de seguro habría alcanzado de alguna manera a Camilo José Cela, saliéndole caro el epíteto pronunciado contra el bailarín gay (anglicismo que entonces no se conocía en nuestros lares, dicho sea de paso).

Un procurador en Cortes, paisano y amigo del escritor, medió en aquellos trámites y el asunto quedó archivado. Pero el incidente le pasó a Cela otra clase de factura, la de su salud. Aparte de sentir dolorida sálvese la parte durante algún tiempo, viéndose obligado a sentarse sobre algo mullido, o mejor, un flotador de los que usan los niños y quienes no saben nadar, hubo de ser operado en diferentes ocasiones, con el transcurso de los años. Su hijo, que contaba muy gráficamente el episodio, confesaría que en 1988 aún tuvo que ser intervenido, ya desde luego por última vez del desdichado navajazo. Treinta y cinco años después de haber llamado ¡maricón! a un artista de tres al cuarto.

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