Está atestiguado que, desde el mismo año 1605, en que se publicó la Primera Parte de la novela, se hicieron mascaradas y bailes populares, basados en las figuras de don Quijote y Sancho, en Zaragoza, Sevilla, e, incluso, en París. Y, desde el siglo XVII, muchos compositores utilizaron el tema quijotesco para sus creaciones.
En el ballet, forma parte del repertorio académico el Don Quijote de Ludwig Minkus - de origen austriaco – estrenado, en 1869, en el Bolchoi, con clasiquísima coreografía de Petipa. (Luego, con esta misma música, crearon nuevos ballets Balanchine y Nureiev). Se basa en el episodio de las bodas de Camacho y en el romance de Basilio y Quiteria. Sigue representándose, hoy en día, porque su dificultad técnica supone también una oportunidad de lucimiento, para las grandes estrellas.
Existen varias zarzuelas inspiradas en el tema quijotesco: las de Barbieri (1816), Bécquer y Reparaz (1886) y, sobre todo, la de Fernández Shaw y Chapí, La venta de Don Quijote (1902), que todavía sigue representándose. Ésta era la obra predilecta de Chapí (el autor, entre otras, de La Revoltosa). Fue casi una provocación estrenarla en el Teatro Apolo, "catedral" del género chico. En la obra, el señor Miguel, huésped en la venta y excombatiente en Lepanto, es testigo de cómo Don Quijote confunde la venta con un palacio y a Maritornes, con Dulcinea. El episodio más popular es el de las seguidillas manchegas, muy rítmicas, con guitarras:
¡Pronto, que es tarde! ¡Pronto! ¡Vamos!
¡Aquí está el vino! ¡Venga p’acá!
Vino de Valdepeñas. ¡Válgame Dios!
¡Vino pa tós! El vino con que os obsequian
ya que acabasteis por fin la siega.
¡Suéltalas pronto! ¡Vengan las botas!
¡Vengan y corran! ¡Vino p’acá!
Ésta es la misma gracia de Dios".
Un género cercano es el del "musical" norteamericano. En 1965 se estrenó, en Broadway, El hombre de la Mancha, de Dale Wassermann, con música de Mitch Leigh. En Madrid, lo interpretó Nati Mistral, dirigida por José Osuna; años después, Paloma San Basilio y José Sacristán. El gran cantante Jacques Brel subió a los escenarios, en la versión francesa. Alcanzó popularidad universal en 1972, con la película, dirigida por Arthur Hiller, con Peter O’Toole, Sofía Loren y James Coco.
Usa la eterna técnica del teatro dentro del teatro: Cervantes, en la cárcel, esperando ser juzgado por la Inquisición, cuenta la historia de Don Quijote. Aldonza asume un papel protagonista. Es uno de los musicales más representados de la historia. Su fragmento más popular es la canción "El sueño imposible":
Soñar, lo imposible soñar.
Vencer al invicto rival.
Sufrir el dolor insufrible,
morir por un noble ideal.
Saber enmendar el error.
Amar con pureza y bondad.
Creer en un sueño imposible.
Con fe una estrella lograr (...)
Luchar por un mundo mejor;
perseguir lo mejor que hay en tí;
llegar donde nadie ha llegado
y soñar, lo imposible soñar.
Dentro de la canción popular, tenía un encanto naïf la que interpretaron, en los años cincuenta, en el Festival de Benidorm, Los Cinco Latinos y Estela Raval:
En un lugar de la Mancha
hubo un hidalgo señor,
el de la Triste Figura,
que era un gran hombre de honor.
Los libros cuentan la historia
del caballero español
que, haciendo el bien, recorría
la tierra de sol a sol.
Don Quijote, Don Quijote,
jamás rendía su lanza
y, al bueno de Sancho Panza,
le contagió su valor.
Don Quijote, Don Quijote,
leyenda de un caminante,
que marcha siempre adelante
en busca de un buen amor.
Lo canta también Rocío Dúrcal, en la película Rocío de la Mancha.
Dentro de la música para orquesta, hay que mencionar obras de Telemann, Paisiello, Purcell... Y, en 1897, una importante composición de Richard Strauss, el poema sinfónico "Don Quijote. Variaciones sinfónicas sobre un tema caballeresco", para violonchelo y viola.
En la canción culta española, es atractiva la obra de Salvador Bacarisse, el músico de la generación de la República (al que hoy se le recuerda, sobre todo, por su "Concertino" para guitarra y orquesta): Soneto de Dulcinea (1947). Un año posterior es la preciosa obra de Joaquín Rodrigo, Ausencias de Dulcinea, para bajo y cuatro sopranos. En el mundo académico hispanoamericano se suelen escuchar los "Tres epitafios", de Rodolfo Halffter, sobre los geniales poemas cervantinos, dedicados a las sepulturas de Don Quijote ("Yace aquí el hidalgo fuerte..."), Dulcinea ("Reposa aquí Dulcinea / y, aunque de carnes rolliza...") y Sancho ("Sancho Panza es aqueste, en cuerpo chico...).
Varias óperas han abordado el tema quijotesco. Ya en 1727, se estrenó, en Viena, la ópera de Antonio Caldara Don Quijote en casa de la duquesa. Se sigue representando el Don Quijote (1910) del francés Jules Massenet, estrenado por Chapialin: lo he visto en la Fenice y no me ha parecido algo extraordinario.
Sí lo es, en cambio, y absolutamente, El retablo de maese Pedro (1923), de don Manuel de Falla, una de las obras clave de toda la música española.
Fue un encargo de la Princesa de Polignac y se estrenó en su salón parisino, el 3 de marzo de 1923, con Wanda Landowska al clave. Asistió un público escaso pero elegantísimo: entre ellos, Federico Mompou; también, Charles Du Bos, que – según cuentan - se durmió apaciblemente, durante la representación. Los muñecos fueron obra de Manuel Ángeles Ortiz, arreglando los que había hecho, en Granada, Hermenegildo Lanz (el colaborador de García Lorca). En 1927, se representó en la Opera Comique de Paris, en un homenaje a Falla (que hizo de mesonero), con decorados y trajes de Ignacio Zuloaga (que hizo de Sancho). Después, Federico García Lorca quiso montarlo, con muñecos, en la Residencia de Estudiantes.
A partir del episodio de la Segunda Parte del Quijote, Falla culmina con la invocación del caballero a Dulcinea: un canto a los más elevados valores de la caballería andante. Mi amigo Carlos Gómez Amat demostró que el origen de esta obra se encuentra en la conmemoración del centenario del Quijote, que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid, en 1905. Resulta significativa la dedicatoria de la "Guía del lector del Quijote" que le hizo Salvador de Madariaga: "A Manuel de Falla, con cuyo Retablo de Maese Pedro cobra el inmortal Don Quijote segunda inmortalidad, dedica con afectuosa admiración este ensayo...". Es, sin duda alguna, una obra musical extraordinaria y un auténtico monumento de la cultura española.
Concluyo ya este demasiado largo – aunque incompleto – recorrido mencionando tres óperas españolas recientes: el Don Quijote (2000) de Cristóbal Halffter, sobre un libreto mío; del mismo año, Don Quijote en Barcelona, de José Luis Turina, sobre un texto de Justo Navarro; del 2005, El caballero de la Triste Figura, de Tomás Marco.
Por mi parte, quiero recordar lo que ya conté en el programa Música y Letra del estreno de la ópera de Cristóbal Halffter, en el Teatro Real. Le propuse este tema al compositor desde una perspectiva con la que él coincidió plenamente: queríamos un Don Quijote "desde hoy y para el espectador de hoy": "nuestro Quijote", no un Quijote arqueológico. Por eso, en el texto, en verso (por ser más adecuado para el canto) incurrí en notorios anacronismos: el expurgo de la biblioteca del caballero evocaba la quema de libros que hizo Hitler; se citaba a autores contemporáneos, como Dostoiewski, Machado, Kafka...
Al final de esta ópera, Don Quijote es vencido y muere, pero el mito quijotesco permanece vivo, en la fantasía libre del ser humano. En cuanto al mito, Don Quijote no puede morir; muere Cervantes, como cualquier otro hombre, pero lo que él ha creado permanece vivo, para siempre. Así, el caballero nos confirma la necesidad permanente de la utopía, del sueño, para hacer más humano este mundo. Por eso, todos somos quijotes, todos podemos serlo: también, gracias a la música