Uno de los acontecimientos de este año cervantino de 2016 —no tan pródigo en celebraciones en España, por desgracia, como el cuarto centenario de la muerte de Shakespeare en el Reino Unido— ha sido, sin duda, la magna exposición "Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016)" que, comisariada por el cervantista José Manuel Lucía Megías, inauguraron los Reyes a primeros de marzo y podrá visitarse hasta el 22 de mayo. Es una muestra extraordinariamente bien estructurada, con todos los documentos firmados por Cervantes que han llegado a nosotros y un sinfín de delicias icónicas y librescas que nos contemplan, y aspiran a su vez a ser contempladas, desde sus vitrinas. Pues bien, en esos documentos don Miguel no escribe nunca su apellido con v, sino con b, razón por la cual Emilio Pascual y Pollux Hernúñez han adoptado la grafía Cerbantes a la hora de dar a las prensas otro acontecimiento importantísimo en este cuarto centenario, ni más ni menos que la aparición en librerías (editorial Reino de Cordelia) de un Quijote ejemplar desde todos los puntos de vista, tanto ecdótico como exegético, que, para redondear la faena, lleva ciento cincuenta ilustraciones a todo color de uno de los maestros indiscutibles de la ilustración y del cómic españoles, el leonés Miguel Ángel Martín, creador de personajes tan inolvidables como Brian the Brain, ese tierno muchacho cuyas circunvoluciones cerebrales se exhiben al aire del mundo, libres de la envoltura craneana.
Entre los muchos méritos que confluyen en ese Quijote "cerbantino" hay uno particularmente interesante y único, y es la versiculación (mil perdones por el palabro, rayano con lo pornográfico) que acompaña al texto, subdividiéndolo en distintas unidades semánticas —como se hace en la Biblia—, a fin de unificar, a través de ese sistema numérico, el modo en que se cite a partir de ahora tal o cual pasaje de la novela. Todo ello en dos tomos contenidos en estuche de lujo, con mil cuatrocientas páginas en total que constituyen un auténtico festín para la vista y para el intelecto. Se mantiene íntegro el texto original de las editiones príncipes (1605 y 1615), cotejándolo con las principales ediciones aparecidas en vida del autor, contrastándolo con las más importantes publicadas entre 1738 y 2015 y poniéndolo al día de acuerdo con las últimas normas ortográficas de la Real Academia Española. Por primera vez —insisto en ello— el Quijote ha sido versiculado para posibilitar la rápida localización de citas y pasajes, sin necesidad de remitirse a una edición determinada, y por primera vez se explican o resuelven medio centenar de problemas textuales que permanecían hasta la fecha sin explicar ni resolver. Cientos de breves notas concisas y claras facilitan la comprensión de términos o palabras en desuso. Un elenco de dramatis personae facilita el acceso a los personajes por orden alfabético, y un diccionario final referencia y glosa los nombres propios de persona y lugar mencionados en la obra.
Las notas, que figuran al margen, como en los códices medievales, han sido redactadas pensando en el lector, sin alardes eruditos ni más explicaciones que las precisas para disfrutar plenamente de una comprensión inmediata del texto. En cuanto a la puntuación, no cabe duda de que ha evolucionado muchísimo desde la época de Cervantes (lo siento, pero no me acostumbro de momento a llamarlo Cerbantes), y la de esta edición de Hernúñez y Pascual trata de reflejar y actualizar la oralidad característica del original, de acuerdo siempre con las últimas normas ad hoc de la Academia. El resultado de todo ello es un Quijote íntegro, actualizado y legible para el lector del siglo XXI, target fundamental de los editores.
Hablaré brevemente de ellos. Pollux Hernúñez nació en Salamanca en 1949, y Emilio Pascual en Tejares (Segovia) en 1948. Pollux es doctor en Filología Clásica por la Sorbona y ha dedicado la mayor parte de su vida a dos pasiones, la traducción y el teatro; entre las obras que ha traducido se cuentan títulos tan conocidos como Los viajes de Gulliver, Oliver Twist, El tulipán negro o El conde de Montecristo; entre sus ensayos figuran títulos recientes como La prehistoria de la ciencia ficción: del tercer milenio antes de Cristo a Julio Verne y La sátira: insultos y burlas en la literatura de la antigua Roma. En cuanto a Emilio, fue director de Ediciones Cátedra entre 2001 y 2008 y, en 2000, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por su novela Días de Reyes Magos (1999).
El ilustrador, Miguel Ángel Martín, nacido en 1960, es uno de mis dibujantes favoritos. En 1999 le fue concedido el Premio "Yellow Kid", considerado como el Oscar de la historieta. Libertad Digital lo ha premiado también el año pasado. Su estilo elegante y claro contrasta con la dureza de sus guiones, siempre provocadores y dotados de un ácido sentido del humor. Últimamente viene ilustrando como La casa de Lúculo de Julio Camba o Los ciento veinte días de Sodoma del Marqués de Sade (y hasta algún libro mío). Su trabajo con el Quijote, con este Quijote definitivo desde todos los puntos de vista, es una auténtica maravilla.