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Pedro de Tena

El Jardín de Federico

Me ha parecido interesante saber qué flores habría en el jardín de García Lorca si hubiera podido dedicarse a organizar uno.

Federico García Lorca | Archivo

Sabido es que los vegetales son imprescindibles en la vida, como alimento del cuerpo y del espíritu. El caso de las flores es particular. Algunas se comen, sí, pero la mayoría de ellas, no todas inofensivas, producen sensaciones visuales, táctiles y olfativas muy agradables. Algunos cuentan que escuchan y que pueden oírse si el silencio es espeso. Mi tía Lola hablaba con los helechos y las cintas de un patio jerezano y a su voz parecían erguirse y alegrarse. Tal vez escondan más de lo que muestran. El Nobel Maurice Maeterlinck nos dejó escrito un precioso libro titulado La inteligencia de las flores. Para compensar su delicadeza, Baudelaire nos tiró a la cabeza su jarrón repleto de Las flores del mal. Por cierto, una curiosidad encontrada en la Biblioteca Nacional: Raquel Meller cantaba hacia 1922 en singular, La flor del mal, sobre una niña sin madre, pobre de ella, flor sin aroma, deshojada y rumbo a la perdición.

La literatura toda es un inmenso jardín lleno de flores. No me refiero sólo a florestas líricas ni a juegos florales. Tampoco a las figuras literarias -metáforas, imágenes-, que las encubren o descubren. Me ciño ahora a los títulos de innumerables obras que incluyen la palabra flor. En el famoso Diccionario Literario de Bompiani, se encuentran, por poner sólo algún ejemplo genérico, Las florecillas de San Francisco; Las flores de los Álvarez Quintero; Las flores del Calvario de Jacinto Verdaguer, flores poéticas que le costaron un disgusto; La flor de mayo de Blasco Ibáñez, Las flores de don Juan de Lope y tantas otras de la literatura española. En la Biblioteca Nacional, ni contarlas he podido, pero van desde La vanda y la flor de Calderón a Nuestra Señora de la Flor de Lis de la iglesia de Almudena de Madrid atravesando partituras y canciones. Pero me limitaré ahora a tratar de las flores del jardín de Federico. Desde el jardín del Edén a los colgantes de Babilonia pasando por egipcios, romanos, persas, japoneses, italianos....fíjense si ha habido formas, diseños, composiciones y componentes de vergeles No digamos nada en la pintura. Recuérdese, naturalmente y por decir algo, a El Bosco y su Jardín de las Delicias. Pero el jardín de Federico es único y peculiar. Sencillamente, y que sepamos, no ha existido nunca, lo que nos hace responsables de dar a conocer algunos de sus detalles.

No, no me refiero al de Federico Jiménez Losantos porque su jardín, en el que se mete todos los días desde que el sol no ha salido hasta que sube del todo, es el jardín de España. Jardinero fiel de nuestra parcela de mundo, fumiga, poda, siembra, recorta, arranca, riega, abona, limpia y da esplendor siempre atento a las malas hierbas de esta piel de toro, pero hoy me quiero referir al jardín de otro Federico, tal vez el Federico más conocido de la España literaria: Federico García Lorca. Si le trato con familiaridad, Federico, es porque es tan mío como de todos los españoles y no sólo de una parte de ellos que intenta apropiarse de su legado de forma persistente.

Seguramente Federico vivió entre las flores del verano de la Huerta de San Vicente, pero me ha parecido interesante saber qué flores habría en su jardín si hubiera podido dedicarse a organizar uno. Para contribuir al diseño de ese jardín tenemos que acudir a su obra y examinar cuáles son las flores y las plantas más mencionadas en sus libros y papeles.

Lo cierto es que el jardín, como realidad y como símbolo, era muy importante en su obra, hasta el punto que escribe: "Todo libro es un jardín. ¡Dichoso el que lo sabe plantar y bienaventurado el que corta sus rosas para pasto de su alma!..." En un jardín, recuerden, estaba Belisa, la de don Perlimplím. Doña Rosita la soltera es una obra cuyo título se alargaba con El Lenguaje de las flores. En una recopilación de Impresiones y paisajes de 1918 se refiere expresamente a los jardines a los que llamó "relicario" donde se atesoraban todas las escenas románticas que pasan por la tierra, "catedral de bellísimos pecados" o lugar de sueños y de poemas fracasados...Quizá otro día examinemos todo esto. Hoy, limitémonos a las flores que podría haber en el jardín de Federico García Lorca.


Un jardín con un bosque de rosales

Las flores preferidas por Federico García Lorca fueron, literariamente y con mucha diferencia, la rosa, y muy en segunda posición, el nardo. Las rosas, que a veces necesitaban ser calmadas fuesen o no de invernadero, podían ser cercadas por remos y ser de alta calidad como las recién creadas del milagro del duende. Hay rosas grabadas en el pecho de las niñas y rosas de amor que crecidas en mozárabe,
-Yo me iba, mi madre
las rosas coger;
hallé mis amores
dentro en el vergel-
rosas con rubores bovinos, rosas con pétalos pirámides, rosas blancas como su pena, o azules como unos vientres, rosas que salen de los senos e incluso rosas deshojadas en el lodo. También hay rosas que aroman a Jesús y a Satán, rosas de San Francisco, rosas de sangre que a veces nacen de un cuerpo, rosas que enseñan silencio, que dan nombre a mujeres, que originan los rosarios, que son del fin o del principio, rosas que sueñan en las liras, rosas que hacen dichosos a los que las cortan, que nutren de imágenes la tarde e incluso rosas que componen bosques.
En el Lorca más joven hay gitanas con rosas de papel en el huerto de la Petenera y más jondo aún hay una rosa encarnada en el pelo de una niña muerta. Incluso hay Rosas que ponen nombre a obras literarias y sirven de adorno a los personajes del teatro. Mariana Pineda está rodeada siempre de rosas, hasta en el nombre de Ped-rosa y sobre todo de una de sangre que se quemaba en su pecho.
¿Dónde estará Marianita
rosa y jazmín de Granada? (incluso rosa de Andalucía)...
Está esperando a su novio...
Pero su novio ya tarda.
Se mezclan rosas con azufre en unos labios e incluso hay rosas con ríos y personas dentro. Rosas perversas o castas, de cien hojas, rosas de trapo, rosas que se baten en duelo con los versos, rosas de oro, de broma de lunas, futuras, alimonadas, trescientas rosas morenas iban sonámbulas sobre una pechera blanca y una Rosa, la de los Camborios, gemía con los pechos cortados puestos en una bandeja mientras estallaban otras rosas, ésas de pólvora negra. Había rumores de rosas encerradas en los dedos de Thamar y una Rosa Santa en los tejados de Nueva York, rosas agitadas por un largo dolor blanco y rosas huyendo por los filos de las curvas del aire. Incluso rosas químicas, tallos sin rosas y rosas que adornan Vírgenes, que nacen de la lengua, con vidrios quebrados, rosas de azufre débil. Por supuesto crece una rosa de la circuncisión, otra de Romeo y Julieta. Corren rosas con gacelas buscando paisajes de hueso y hay casida de una rosa que no buscaba la aurora sino otra cosa, rosas que bajan de los libros, rosas que tal vez nacen al revés, rosas de harina de niños desnudos y ¡Ave rosas! que rezan. "¿Qué sería la vida sin rosas?", se preguntaba Federico y se respondía que las rosas son las mujeres de entre todas las flores.

Todo el escenario está siempre lleno de rosas, en las colchas, en los vestidos, en los cabellos, en los cortinajes, en los lazos, en las cruces, en el verso de Yerma:

Señor, que florezca la rosa
no me la dejéis en la sombra...Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita...Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.

Hasta el té tiene rosas. Y en Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (por cierto dividido en varios jardines) y con un libro sobre el tema, lección sobre las rosas:

Es una rosa que nunca has visto; una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la "rosa declinata" de capullos caídos y la inermis que no tiene espinas; ¡qué maravilla!, ¿eh?, ¡ni una espina!; y la mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman "rosa mutabile", que quiere decir mudable, que cambia... Es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca y se deshoja por la noche.

Y vals de las rosas. Hasta el cadáver de un marido chalado sale cubierto de rosas que podrían haber adornado el sombrero de un segador.

Por eso, en el jardín de Lorca tiene que haber rosales, un bosque entero, para que pueda cantarse "¡Viva la rosa en su rosal!", porque hay rosales que hacen llorar a los caballos, rosales secos en los jardines por el tiempo despiadado y rosales antiguos de pitiminí. Y para inquietud del alma, me recordó mi amigo Manolo Contreras, redactor jefe de ABC Andalucía, que Rosales era el apellido de su amigo, por entonces falangista, Luis, que mantuvo su casa encendida por si podía salvar a Federico, algo que no consiguió. Precisamente por ello pagó el alto precio de la acusación de complicidad proveniente de una absurda izquierda española, calumnia que desmontó airada y dignamente en una entrevista en TVE que le hizo Pilar del Río, luego esposa de José Saramago, con un guión que yo escribí.

Y una amplia cama de nardos

Ya bien nacidos de sus bulbos, no nardos marchitos de carne oscura sino ese nardo que con el ébano conforma a la mujer potente. Nardos que narran ensueños, que comparten Ecuador con el jazmín, que sufren la fiebre de los marineros ante la sangre de las hembras, que lavan los cuerpos con agua salobre. También los de la luna que tienen un olor frío pero bajan a las fraguas bosquejando un polisón. Hay nardos envidiosos del cutis de una casada infiel y en Mérida, coronas de nardos casi despiertos. En Ignacio Sánchez Mejías, la risa era un nardo de sal e inteligencia. En Nueva York la sangre buscaba cenizas de nardos, a veces "nardos de angustia dibujada". Nardos cenicientos deliran en cabezas ya muertas y columnas de nardos bajo nieve. Hay nardos con carne que precisa rocío y coronas de nardos sobre la frente de la señá Rosita.

El cuello de nardo transparente de la Pineda era una tentación para el crimen. Había nardos que impregnaban el pelo de mujeres calientes y un nardo especial en el nombre de Leo-nardo, el que tenía "dentro de los ojos/un puñal de plata", el que callaba y se quemaba por dentro. Y nardos los de Rosita la Soltera, los de su primo:

... el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me vaya a quemar.

Los mismos nardos, pero en remolino, ponían loco el tejado de la espera, nardos que se dicen amigos, que son suspiros de amor y no celos como el carambuco, que el africano tiene espinas como puñales.


Rincones para flores con versos (o sin ellos)

Si en la Abadía de Westminster hay un rincón de los poetas, ¿cómo es que no hay tal reconocimiento en ninguna catedral española?, ¿cómo no destinar rincones a las flores en el jardín de Federico ? Vamos con ello.

Rincón del lirio:

Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.

Rincón del limonero:
Limonar.
Senos donde maman
las brisas del mar.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
Rincón del jazmín:
Una noche, adormilada
en mi balcón de jazmines,
vi bajar dos querubines
a una rosa enamorada
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
Rincón de la yedra:
Amnón gime por la tela
fresquísima de la cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
La yedra de las gotas
tapiza las paredes
empapadas de arcaicos
misereres.
Rincón del laurel:
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
Llegará un torso de sombra
coronado de laurel.
Será el cielo para el viento
duro como una pared...
Rincón del junco:
Llegan mis cosas esenciales.
Son estribillos de estribillos.
Entre los juncos y la baja tarde,
¡qué raro que me llame Federico!
Rincón de la margarita:
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Rincón del olivo:
El campo
de olivos
se abre y se cierra
como un abanico.
Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos.
Rincón del clavel:
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Rincón de la azucena:
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Rincón de la amapola:
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Rincón de la dalia:
Ya mi desnudo quisiera
ser dalia de tu destino,
abeja, rumor o vino
de tu número y locura;
pero mi amor busca pura
locura de brisa y trino.
Rincón de las adelfas (bellas y venenosas):
Girasol de tu madre,
espejo de la tierra.
Que te pongan al pecho
cruz de amargas adelfas;
Rincón de las higueras:
Vete sola detrás de los muros,
donde están las higueras cerradas,
y soporta mi cuerpo de tierra
hasta el blanco gemido del alba.
Rincón de la acacia:
¿Quién segó el tallo/ de la luna?
(Nos dejó raíces
de agua.)
¡Qué fácil nos sería cortar las flores
de la eterna acacia!
Rincón del alhelí:
Por el aire ya viene
mi marido a dormir.
Yo alhelíes rojos
y él rojo alhelí.
Rincón de la zarzamora:
Zarzamora ¿dónde vas?
A buscar amores que tú no me das.
Rincón de las ortigas:
Serás nidal de ranas
y de hormigas.
Tendrás por verdes canas
las ortigas,
y un día la corriente
llevará tu corteza
con tristeza.
Rincón de las anémonas:
...esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Rincón del narciso:
Narciso.
Tu olor.
Y el fondo del río.
Quiero quedarme a tu vera.
Flor del amor.
Narciso.
Rincón de la albahaca:
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
Rincón del azafrán:
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Rincón del cardo (y la cicuta):
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Rincón de la violeta:
...los olivos viejos, cargados de ciencia;
los álamos muertos, nidales de hormigas;
el musgo, nevado de blancas violetas.
Rincón del jaramago:
No me engañéis, que yo sé
cierto rumor de vosotras....Rumores son jaramagos.
Y estribillos de las ollas.
Rincón del jacinto:
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
Rincón de la madreselva:
Sobre las madreselva
había una luciérnaga,
y la luna picaba
con un rayo en el agua.
Rincón del loto:
Negros torsos bañistas oscurecen
la ribera del mar. Oscilando,
concha y loto a la vez,
viene tu culo
de Ceres en retórica de mármol.
Rincón de la malva:
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.

Rincones más recoletos

Rincón del pámpano:

Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.

Rincón del rosal de té:

En el centro del jardín se alzaba la cúpula verde de la glorieta cubierta con un rosal de té.

Rincón de la parra:

¿Quién los recoge? ...Dos ojos
que ponen blanca la sombra,
cuyas pestañas son parras,
donde se duerme la aurora.

Rincón del geranio:

Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios...

Rincón de la magnolia:

Te marchitarás como la magnolia.
Nadie besará tus muslos de brasa.
Ni a tu cabellera llegarán los dedos
que la pulsen como
las cuerdas de un arpa.

Rincón de la orquídea:

...exposición de la rana vista enorme sobre un fondo de orquídeas agitadas con furia.

Rincón de la chumbera:

Aquí y allá siempre los ecos moros de las chumberas...

Rincón del romero:

Por este amor verdadero
que muerde mi alma sencilla
me estoy poniendo amarilla
como la flor del romero.

Rincón de la hierbabuena:

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme, si queéis,
en una veleta.

Y además, pueden rastrearse versos y textos ya más esporádicos con petunias, espinos, encinas, cedros, cipreses, cañas y cañaverales, bambú, manzanos, girasoles...En fin, un festival lleno de plantas, flores y versos. Ah, y en el Jardín de Federico debe haber un gallo hipnotizado en una veleta que recuerde a aquellos otros del Jardín de los Mártires.

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