Sabido es que los vegetales son imprescindibles en la vida, como alimento del cuerpo y del espíritu. El caso de las flores es particular. Algunas se comen, sí, pero la mayoría de ellas, no todas inofensivas, producen sensaciones visuales, táctiles y olfativas muy agradables. Algunos cuentan que escuchan y que pueden oírse si el silencio es espeso. Mi tía Lola hablaba con los helechos y las cintas de un patio jerezano y a su voz parecían erguirse y alegrarse. Tal vez escondan más de lo que muestran. El Nobel Maurice Maeterlinck nos dejó escrito un precioso libro titulado La inteligencia de las flores. Para compensar su delicadeza, Baudelaire nos tiró a la cabeza su jarrón repleto de Las flores del mal. Por cierto, una curiosidad encontrada en la Biblioteca Nacional: Raquel Meller cantaba hacia 1922 en singular, La flor del mal, sobre una niña sin madre, pobre de ella, flor sin aroma, deshojada y rumbo a la perdición.
La literatura toda es un inmenso jardín lleno de flores. No me refiero sólo a florestas líricas ni a juegos florales. Tampoco a las figuras literarias -metáforas, imágenes-, que las encubren o descubren. Me ciño ahora a los títulos de innumerables obras que incluyen la palabra flor. En el famoso Diccionario Literario de Bompiani, se encuentran, por poner sólo algún ejemplo genérico, Las florecillas de San Francisco; Las flores de los Álvarez Quintero; Las flores del Calvario de Jacinto Verdaguer, flores poéticas que le costaron un disgusto; La flor de mayo de Blasco Ibáñez, Las flores de don Juan de Lope y tantas otras de la literatura española. En la Biblioteca Nacional, ni contarlas he podido, pero van desde La vanda y la flor de Calderón a Nuestra Señora de la Flor de Lis de la iglesia de Almudena de Madrid atravesando partituras y canciones. Pero me limitaré ahora a tratar de las flores del jardín de Federico. Desde el jardín del Edén a los colgantes de Babilonia pasando por egipcios, romanos, persas, japoneses, italianos....fíjense si ha habido formas, diseños, composiciones y componentes de vergeles No digamos nada en la pintura. Recuérdese, naturalmente y por decir algo, a El Bosco y su Jardín de las Delicias. Pero el jardín de Federico es único y peculiar. Sencillamente, y que sepamos, no ha existido nunca, lo que nos hace responsables de dar a conocer algunos de sus detalles.
No, no me refiero al de Federico Jiménez Losantos porque su jardín, en el que se mete todos los días desde que el sol no ha salido hasta que sube del todo, es el jardín de España. Jardinero fiel de nuestra parcela de mundo, fumiga, poda, siembra, recorta, arranca, riega, abona, limpia y da esplendor siempre atento a las malas hierbas de esta piel de toro, pero hoy me quiero referir al jardín de otro Federico, tal vez el Federico más conocido de la España literaria: Federico García Lorca. Si le trato con familiaridad, Federico, es porque es tan mío como de todos los españoles y no sólo de una parte de ellos que intenta apropiarse de su legado de forma persistente.
Seguramente Federico vivió entre las flores del verano de la Huerta de San Vicente, pero me ha parecido interesante saber qué flores habría en su jardín si hubiera podido dedicarse a organizar uno. Para contribuir al diseño de ese jardín tenemos que acudir a su obra y examinar cuáles son las flores y las plantas más mencionadas en sus libros y papeles.
Un jardín con un bosque de rosales
¿Dónde estará Marianitarosa y jazmín de Granada? (incluso rosa de Andalucía)...Está esperando a su novio...Pero su novio ya tarda.
Todo el escenario está siempre lleno de rosas, en las colchas, en los vestidos, en los cabellos, en los cortinajes, en los lazos, en las cruces, en el verso de Yerma:
Señor, que florezca la rosa
no me la dejéis en la sombra...Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita...Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
Hasta el té tiene rosas. Y en Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (por cierto dividido en varios jardines) y con un libro sobre el tema, lección sobre las rosas:
Es una rosa que nunca has visto; una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la "rosa declinata" de capullos caídos y la inermis que no tiene espinas; ¡qué maravilla!, ¿eh?, ¡ni una espina!; y la mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman "rosa mutabile", que quiere decir mudable, que cambia... Es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca y se deshoja por la noche.
Y vals de las rosas. Hasta el cadáver de un marido chalado sale cubierto de rosas que podrían haber adornado el sombrero de un segador.
Por eso, en el jardín de Lorca tiene que haber rosales, un bosque entero, para que pueda cantarse "¡Viva la rosa en su rosal!", porque hay rosales que hacen llorar a los caballos, rosales secos en los jardines por el tiempo despiadado y rosales antiguos de pitiminí. Y para inquietud del alma, me recordó mi amigo Manolo Contreras, redactor jefe de ABC Andalucía, que Rosales era el apellido de su amigo, por entonces falangista, Luis, que mantuvo su casa encendida por si podía salvar a Federico, algo que no consiguió. Precisamente por ello pagó el alto precio de la acusación de complicidad proveniente de una absurda izquierda española, calumnia que desmontó airada y dignamente en una entrevista en TVE que le hizo Pilar del Río, luego esposa de José Saramago, con un guión que yo escribí.
Y una amplia cama de nardos
Ya bien nacidos de sus bulbos, no nardos marchitos de carne oscura sino ese nardo que con el ébano conforma a la mujer potente. Nardos que narran ensueños, que comparten Ecuador con el jazmín, que sufren la fiebre de los marineros ante la sangre de las hembras, que lavan los cuerpos con agua salobre. También los de la luna que tienen un olor frío pero bajan a las fraguas bosquejando un polisón. Hay nardos envidiosos del cutis de una casada infiel y en Mérida, coronas de nardos casi despiertos. En Ignacio Sánchez Mejías, la risa era un nardo de sal e inteligencia. En Nueva York la sangre buscaba cenizas de nardos, a veces "nardos de angustia dibujada". Nardos cenicientos deliran en cabezas ya muertas y columnas de nardos bajo nieve. Hay nardos con carne que precisa rocío y coronas de nardos sobre la frente de la señá Rosita.
El cuello de nardo transparente de la Pineda era una tentación para el crimen. Había nardos que impregnaban el pelo de mujeres calientes y un nardo especial en el nombre de Leo-nardo, el que tenía "dentro de los ojos/un puñal de plata", el que callaba y se quemaba por dentro. Y nardos los de Rosita la Soltera, los de su primo:
... el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me vaya a quemar.
Rincones para flores con versos (o sin ellos)
Rincón del lirio:
Sucia de besos y arenayo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.
Rincón del limonero:
Limonar.
Senos donde maman
las brisas del mar.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
Una noche, adormiladaen mi balcón de jazmines,vi bajar dos querubinesa una rosa enamorada
En el arroyo fríolavo tu cinta.Como un jazmín calientetienes la risa.
Amnón gime por la telafresquísima de la cama.Yedra del escalofríocubre su carne quemada.
La yedra de las gotastapiza las paredesempapadas de arcaicosmisereres.
Su luna de pergaminoPreciosa tocando viene,por un anfibio senderode cristales y laureles.
Llegará un torso de sombracoronado de laurel.Será el cielo para el vientoduro como una pared...
Llegan mis cosas esenciales.Son estribillos de estribillos.Entre los juncos y la baja tarde,¡qué raro que me llame Federico!
Cuando se hundieron las formas purasbajo el cri cri de las margaritas,comprendí que me habían asesinado.
El campode olivosse abre y se cierracomo un abanico.Sobre el olivarhay un cielo hundidoy una lluvia oscurade luceros fríos.
Voces de muerte sonaroncerca del Guadalquivir.Voces antiguas que cercanvoz de clavel varonil.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,tigre y paloma, sobre tu cinturaen duelo de mordiscos y azucenas.
¡Qué pena! Me estoy poniendode azabache carne y ropa.¡Ay, mis camisas de hilo!¡Ay, mis muslos de amapola!
Ya mi desnudo quisieraser dalia de tu destino,abeja, rumor o vinode tu número y locura;pero mi amor busca puralocura de brisa y trino.
Girasol de tu madre,espejo de la tierra.Que te pongan al pechocruz de amargas adelfas;
Vete sola detrás de los muros,donde están las higueras cerradas,y soporta mi cuerpo de tierrahasta el blanco gemido del alba.
¿Quién segó el tallo/ de la luna?(Nos dejó raícesde agua.)¡Qué fácil nos sería cortar las floresde la eterna acacia!
Por el aire ya vienemi marido a dormir.Yo alhelíes rojosy él rojo alhelí.
Zarzamora ¿dónde vas?A buscar amores que tú no me das.
Serás nidal de ranasy de hormigas.Tendrás por verdes canaslas ortigas,y un día la corrientellevará tu cortezacon tristeza.
...esta mirada que tiembla desnuda por el alcoholy despide barcos increíblespor las anémonas de los muelles.
Narciso.Tu olor.Y el fondo del río.Quiero quedarme a tu vera.Flor del amor.Narciso.
El largo viento dejabaen la boca un raro gustode hiel, de menta y de albahaca.¡Compadre! ¿Dónde está, dime?¿Dónde está tu niña amarga?
¡Qué azafranes y qué lunas,en el mantel de la misa!Cinco toronjas se endulzanen la cercana cocina.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro reya que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
...los olivos viejos, cargados de ciencia;los álamos muertos, nidales de hormigas;el musgo, nevado de blancas violetas.
No me engañéis, que yo sécierto rumor de vosotras....Rumores son jaramagos.Y estribillos de las ollas.
En las últimas esquinastoqué sus pechos dormidos,y se me abrieron de prontocomo ramos de jacintos.
Sobre las madreselvahabía una luciérnaga,y la luna picabacon un rayo en el agua.
Negros torsos bañistas oscurecenla ribera del mar. Oscilando,concha y loto a la vez,viene tu culode Ceres en retórica de mármol.
Silencio de cal y mirto.Malvas en las hierbas finas.La monja borda alhelíessobre una tela pajiza.
Rincones más recoletos
Rincón del pámpano:
Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
Rincón del rosal de té:
En el centro del jardín se alzaba la cúpula verde de la glorieta cubierta con un rosal de té.
Rincón de la parra:
¿Quién los recoge? ...Dos ojos
que ponen blanca la sombra,
cuyas pestañas son parras,
donde se duerme la aurora.
Rincón del geranio:
Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios...
Rincón de la magnolia:
Te marchitarás como la magnolia.
Nadie besará tus muslos de brasa.
Ni a tu cabellera llegarán los dedos
que la pulsen como
las cuerdas de un arpa.
Rincón de la orquídea:
...exposición de la rana vista enorme sobre un fondo de orquídeas agitadas con furia.
Rincón de la chumbera:
Aquí y allá siempre los ecos moros de las chumberas...
Rincón del romero:
Por este amor verdadero
que muerde mi alma sencilla
me estoy poniendo amarilla
como la flor del romero.
Rincón de la hierbabuena:
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme, si queéis,
en una veleta.
Y además, pueden rastrearse versos y textos ya más esporádicos con petunias, espinos, encinas, cedros, cipreses, cañas y cañaverales, bambú, manzanos, girasoles...En fin, un festival lleno de plantas, flores y versos. Ah, y en el Jardín de Federico debe haber un gallo hipnotizado en una veleta que recuerde a aquellos otros del Jardín de los Mártires.