Leída Revival (Plaza & Janés, 2015), la última novela de Stephen King. Después de la incursión policíaca con Mr. Mercedes, el maestro vuelve a su hábitat natural, el del terror, y lo hace de un modo descafeinado, más anodino que de costumbre, aunque nobleza obliga a decir que la obra es solvente, funciona, no está mal.
Con Revival ocurre lo que con ese niño que siempre saca matrículas de honor y acostumbra a sus padres al resultado. Un día, el zagal llega a casa con un seis. Entonces, papá y mamá fruncen el ceño, no comulgan del todo con el bajón... pero saben que, en definitiva, la nota del crío no es mala.
Revival es un cajón de homenajes implícitos a terceros –a Machen, a Shelley, a Lovecraft- que conectan, funcionan, se agradecen. El problema viene cuando el lector habitual de King tiene la sensación de haber leído eso ya antes en otra(s) obra(s) del autor de Maine. Como la historia del drogadicto que, tras salir de su infierno químico, termina encontrando una redención afilada (El Resplandor, Tommyknockers, Dr. Sueño). O la del tipo que quiere remediar lo irremediable a través de puertas peligrosas (Cementerio de animales). O la del religioso con problemas de fe (La cúpula). O la del artrópodo gigante y diabólico que reina en otra dimensión (en el relato "Los misterios del gusano", incluido en El umbral de la noche, o, sin ir más lejos, en It).
Dice King de Revival que "da demasiado miedo", que no quiere "pensar en ese libro nunca más", que "es una pieza oscura, desagradable". El autor lo dice con propiedad, porque el final de la novela es implacable, amargo, redondo. No encontrarán en este artículo ningún spoiler –espero-, pero sí que se podría comparar el libro con un capítulo de The Walking Dead: la cosa empieza fuerte, luego se adormece, introduce un par de sustos en mitad del relato, luego vuelve a adormecerse y, al final, estalla una mascletá. ¿Merece la pena llegar hasta ella? Sin duda.
Revival cuenta la historia de James Norton, quien, con seis años, conoció a un pastor llamado Charles Jacobs, un tipo obsesionado con la otra electricidad. Un –mal– día, el religioso pierde, en un accidente de tráfico, a su esposa y a su hijo. También la fe. Pronuncia un sermón nihilista y feroz durante una ceremonia y se marcha del pueblo. Años después, Norton, un toxicómano en las últimas, se reencuentra con Jacobs. Este, que trabaja en una feria ambulante, le cura con su peculiar método. Norton y Jacobs protagonizan una relación intermitente pero que, estación a estación, aumenta en peligrosidad, demencia y curiosidad. En fin, no conviene destripar demasiado.
Finalizo con una osada sugerencia: si King –ay, Dios, no debería estar escribiendo esto- hubiera centrado el relato en Jacobs en lugar de en Norton, quizá –repito: quizá-, la trama hubiera ganado en suspense e intensidad. Ya hemos dicho antes que la historia del drogadicto redimido la hemos leído en muchos libros y, tras encontrarla –por enésima- en Revival, la cosa se traduce en un "uff, otra vez".
Ah, y si se topan con un ejemplar de De Vermis Mysteriis, no pongan en práctica su contenido.