La bielorrusa Svetlana Alexijevic gana el Premio Nobel de Literatura
La bielorrusa Svetlana Alexijevich ganó el premio Nobel de Literatura de 2015, anunció hoy la Academia Sueca.
La academia explicó que el premio se le otorgaba por su obra polifónica que le hace un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo.
La obra de Svetlana Alexijevich es una maestra del reportaje literario, género con el que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética. "El hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería. No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase de hombre la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir", dijo a Efe al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (2013).
A la imagen y semejanza de una arqueóloga, Alexijevich se sumerge con la ayuda de cientos de entrevistas en los acontecimientos más traumáticos que han marcado la vida del "homo soviéticus" como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la catástrofe de Chernóbil y la desintegración de la URSS.
La autora no se queda anclada en el pasado, sino que documenta de manera muy crítica el derrotero que han tomado desde 1991 países como Rusia, a cuyo presidente, Vladímir Putin, acusa de llevar a su país al medievo con su "culto a la fuerza".
Naturalismo y pacifismo
De padre bielorrusa y de madre ucraniana, Alexijevich nació el 31 de mayo de 1948 en el oeste de Ucrania, aunque posteriormente su familia emigró a la vecina Bielorrusia.
Trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, y, de hecho, en 1972 se licenció en la Facultad de Periodismo de Minsk y ejerció como redactora en varios diarios de su país.
Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (1983), le costó un varapalo de las autoridades soviéticas, que le acusaron de naturalismo y pacifismo, duras críticas en esos tiempos que impidieron su publicación.
Aunque ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, no pudo publicar hasta la llegada de la Perestroika en 1985 el primer libro de su ciclo El hombre rojo. La voz de la utopía.
Traducida a más de veinte idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-45), como se conoce en esa zona del mundo, la Segunda Guerra Mundial.
Aunque la mayoría de los soldados soviéticos fueron hombres -cerca de un millón de mujeres sirvieron en el Ejército Rojo-, las mujeres sufrieron tanto en el frente de batalla como en la retaguardia como madres, hijas y hermanas.
Ese mismo año se publicó también Últimos testigos, relatos que fueron muy alabados por la crítica como precursores de la "nueva prosa bélica" y que recoge las voces de aquellos que vivieron de niños (6-12 años) la contienda.
La Guerra de Afganistán, acontecimiento que precipitó la desintegración soviética, es el protagonista de "Los chicos del zinc" (1989), pero desde el punto de vista de los veteranos y de las madres de los caídas en el país centroasiático.
Para escribir esa obra, Alexijevich dedicó cuatro años a viajar por la Unión Soviética e incluso visitó Afganistán, pero su publicación estuvo rodeada por la controversia, ya que la escritora fue acusada de profanar la memoria de los héroes de la guerra.
Una vez consumada la caída de la URSS, Alexiévich dio una nueva vuelta de tuerca en su investigación sobre el fracaso de la utopía comunista con "Hechizados por la muerte", un reportaje literario sobre el suicidio de aquellos que no soportaron el fracaso del mito socialista (1994).
Voces de Chernóbil (1997) documenta las vivencias orales sobre el trauma que supuso la mayor catástrofe nuclear de la historia de la humanidad (1986) y que puso de manifiesto la amenaza que el fallido proyecto soviético representaba para el resto del mundo.
Alexiévich cerró el ciclo sobre el "homo sovieticus" con "Tiempo de segunda mano", publicada en 2013, un año en el que sonó como una de las favoritas al Nobel.
En su opinión, el título de ese libro alude a que los soviéticos viven de prestado, ya que no estaban preparados ni para la Revolución Bolchevique, ni para la Perestroika, ni para la pesada carga de libertad que trajo la caída del sistema comunista.
"El homo sovieticus nunca ha tenido experiencia de libertad o democracia. Creímos que nada más derribar la estatua de (el fundador del KGB, Félix) Dzherzhinski, seríamos Europa. La democracia es un trabajo duro que lleva generaciones", indicó.
La escritora rememora el viejo debate entre Alexandr Solzhenitsin -"el campo de trabajo hace al hombre más fuerte"- y Varlam Shalámov, quien opinaba que "el campo destruye al hombre, ya que al salir ya no puede seguir viendo, pues cree que el mundo entero es un GULAG".
Los interlocutores de Alexiévich están atenazados por un profundo "sentido derrotista", no tanto por la decepción que supuso la caída de la Unión Soviética, sino por el fin de un gran imperio.
Comparada a menudo con Solzhenitsin y con el polaco Ryszard Kapuscinski, la bielorrusa, autora de tres piezas teatrales y de 21 guiones para cine, prepara ahora una nueva novela que se aleja de su ciclo rojo: el amor.
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