El poeta alicantino Carlos Sahagún, (1938-2015), miembro destacado de la conocida como Generación o Grupo del 50, falleció hace unos días, el pasado 28 de agosto, en Madrid, a los 77 años de edad a causa de una larga enfermedad. En 1980 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura por el poemario Primer y último oficio.
Luis Alberto de Cuenca no coge el teléfono, y cuando escucha nuestro mensaje llama y se desahoga, "que sepas que me has dado una mala noticia". Recuerda a Carlos Sahagún, poeta de "ribetes nihilistas", en El Rastro, lugar común de bibliófilos. "Carlos era un personaje, además de un gran poeta. Estaba fascinado con los libros. Yo admiraba su tesón como investigador en la materia bibliofílica y como buscador de libros por todas partes. Los fines de semana estaba muy tempranito en El Rastro, en los lugares donde afluían los libros, y siempre competía con los otros madrugadores en buscar tal joya o tal otra a un precio irrisorio".
Con Luis Alberto mantuvo una rencilla amistosa precisamente a causa de un duelista, Valle-Inclán. "Yo recuerdo que de una de las piezas de mi colección de Valle- Inclán que más me costó conseguir, el Epitalamio de 1897, siempre me decía Carlos: 'A mí me costó cinco pesetas'. Yo me indignaba porque no había manera de encontrar ese libro por ninguna parte". Si el próximo domingo Luis Alberto de Cuenca pudiera coincidir en El Rastro con Carlos Sahagún le daría la noticia de que "gracias a Dios" ya consiguió el ejemplar de marras.
Para hacernos una idea de la calidad literaria de este poeta español, mediterráneo pero vivido en Madrid, Luis Alberto recurre al maestro Francisco Rico, que "publicó una antología voluminosa de la poesía española en el Círculo de Lectores que empezaba en las Jarchas y terminaba en Carlos Sahagún. Era un auténtico final de lujo". Y añade De Cuenca: "Marcó la trayectoria de la poesía española contemporánea después de la Generación del 27".
Sahagún pertenecía al Grupo del 50, "a los Claudio Rodríguez, los Ángel González, a los José Manuel Caballero Bonal. Era de los jóvenes". Fue precoz en la escritura, no como el resto. Con 19 años recibió el Premio Adonáis por Profecías del agua (1958).
Luis Alberto le recuerda como una persona "con mucho sentido del humor, mucha sorna, muy divertido y antisistema". Su poesía en cambio es desgarrada, dolida, desencantada, ("los navíos no zarparán, / las islas remotas no existen") profunda, intensa. "La infancia, el recuerdo familiar de la posguerra, le acompañó siempre. La dureza de los años 40 fue su tema recurrente". Respecto a la forma, los expertos destacan "su extraordinario sentido del ritmo, la musicalidad perfecta" de sus versos.
Alejado de los focos, llevaba 15 años sin publicar un libro. En el 2000 vio la luz Versos escogidos, una mínima tirada para sus relaciones más estrechas. Cuentan que en los últimos años escribía poesía, porque no podía evitarlo, y sólo la escuchaban sus íntimos. Se negó a que le editaran su poesía completa. Su carrera pública fue la de profesor e inspector de educación.
Y llegó la hora. Descanse en paz.
A estas horas
En las bocas del metro nadie espera
a nadie. Solamente se ven manos,
extremidades mutiladas. Bajo
la tierra se oyen trenes y zozobras,
se oyen detonaciones donde brilla
un momento tu ausencia y mi infortunio.
Nada, por lo demás, ha variado.
El tiempo sigue siendo un puente oscuro,
metálico, insalvable, o cierta música
que a mis espaldas dura destejiéndose.
Y tú, la anunciadora del otoño,
ya no podrás perderte en esta niebla.
Desde la torre un centinela aguarda,
traza señales bien visibles, siente
el perezoso ritmo de tus pasos
por la senda de las indecisiones.
¿A qué otro techo para refugiarte?
Yo mismo, oh muerte, soy tu propia casa.