Coincidiendo con Federico Jiménez Losantos, recomendaba yo, la semana pasada, leer las grandes novelas de doña Emilia Pardo Bazán; en concreto, Los Pazos de Ulloa. Al año siguiente, en 1887, publicó La Madre Naturaleza, la otra cara de este gran fresco rural gallego.
En la primera novela, había adoptado el punto de vista de un curita gazmoño, recién salido del seminario. En la segunda, viene a Ulloa, para casarse, Gabriel, un gran personaje, impulsivo y meditativo pero la historia sentimental se centra en el idilio de dos hermanos, Perucho y Manolita. Al fondo está, naturalmente, la historia de Dafnis y Cloe (traducida por don Juan Valera), unida a la influencia de la Naturaleza, que empuja y es cómplice del incestuoso amor de los dos jóvenes.
El naturalismo, que la Pardo Bazán dió a conocer en España, explicaba el comportamiento humano por tres causas: la fisiología, la herencia y el medio ambiente. De las tres cosas hay claros ejemplos en esta pareja de novelas de la Pardo Bazán: algunos, por eso, las calificaron como "los Rougon-Macquart españoles". Y el timorato Padre Blanco García la enjuiciaba así: "Un drama de argumento monstruoso y ejecución bellísima, o un esqueleto disforme revestido de púrpura..."
La diferencia con Zola es evidente: defiende éste el determinismo, la imposibilidad de escapar a esas tres leyes; de ese modo, está negando la libertad y la responsabilidad, oponiéndose a la moral católica. Doña Emilia – como casi todos los narradores españoles – no acepta eso. Por eso decía Zola – al que conoció personalmente, en París – que ella "no se lanzó al gran torrente naturalista sino que se limitó a mojarse en él los pies".
En la Naturaleza, que da título y tema a la obra, descubre la Pardo Bazán elementos contradictorios. Por un lado, elogia su fuerza: "Parecía que la Naturaleza se revelaba allí más potente y lasciva que nunca, ostentando sus fuerzas genesíacas con libre impulso". Puede ser bondadosa: "La Naturaleza, así como es madre, es maestra del hombre ". Pero también impulsa a grandes males, a la animalización del ser humano, cuando se abandona a sus instintos: "Naturaleza, te llaman madre... Deberían llamarte madrastra".
De este modo, se opone la Pardo Bazán a esa ingenua idealización de la vida campesina que practican, por ejemplo, Pereda y Palacio Valdés. Va unido esto a su preocupación crítica por España, claro antecedente del 98: "Así andan las cosas en España: mucho de revolución, de libertad, de derechos individuales... ¡Y al fin por todas partes la tiranía, el privilegio, el feudalismo!"
Volver a su patria le produce, a uno de sus personajes, esta deprimente impresión: "Al regresar a España, echó de menos el oxigenado aire francés y le pareció entrar en una casa venida a menos, en una comarca semisalvaje, donde era postiza y exótica y prestada la exigua cultura, los adelantos y la forma de vivir moderna; donde el tren corría más triste y lánguido, donde la gente echaba de sí tufo de grosería y miseria".
Diagnóstico pesimista de España
Todo concluye con un diagnóstico totalmente pesimista sobre España y su sistema político: "Así somos, amigo Juncal... Un país imposible, en este terreno, sobre todo. Antes que aquí se formen costumbres en armonía con el constitucionalismo... Decía cierto hombre político que el sistema parlamentario era una cosa excelente, que nos habría de hacer felices dentro de setecientos años... Yo entiendo que se quedó corto".
No han pasado setecientos años desde que se publicó esta gran novela, tan actual, en algunos aspectos.
Emilia Pardo Bazán: Madre Naturaleza. Madrid, ed. Castalia, 2014, 512 páginas, 18 euros.