Thomas Mann (Lübeck, 1875 – Zúrich, 1955) se embarcó junto a su mujer Katia en el Volendam, un lujoso transatlántico con rumbo a Estados Unidos. Era mayo de 1934. Mann lo hizo provisto de cuatro pequeños volúmenes encuadernados en naranja de El Quijote, traducidos por el poeta alemán Ludwig Tieck. Sus impresiones sobre la obra cervantina y sus variados pensamientos acerca de los diez días de viaje náutico, las recogió en un diario: Un viaje por mar con Don Quijote.
Este libro, de poco más de cien páginas, resulta de lo más curioso para los aficionados a las lecturas de Thomas Mann. El autor reflexiona sobre la pérdida de valores, el devenir de Europa o la fascinación que siente por Cervantes, y combina estos pensamientos con sagaces e irónicos comentarios sobre la vida a bordo de un viajero de primera clase que cenaba con el capitán y mantenía acaloradas conversaciones con lo más granado del pasaje, entre ellos, muchos alemanes emigrados a Estados Unidos como cineastas y científicos. Pensamientos superfluos enredados con alusiones a Goethe, Tolstói, Zola o Chéjov que registró mientras surcaba el océano Atlántico.
Mann no destacó como crítico literario pero Un viaje por mar con Don Quijote es un excepcional ensayo sobre la historia del noble hidalgo, con especial atención a su escudero.
Este gordinflón, con sus mil refranes, su salero y su sentido común campesino no comparte las "ideas" ya que no le traen más que palizas sino que cuida de su alforja; y sin embargo, se ilusiona por este espíritu, siente cariño por su amo bueno y absurdo; no le abandona a pesar de que estar a su servicio no le trae más que incordios.
Cuando se acaba de cumplir 60 años de la muerte de Thomas Mann, se habla mucho de su novela más conocida, La montaña mágica, en la que indaga sobre la política, la enfermedad o la muerte a raíz del ingreso de su esposa en el Sanatorio Wald de Davos. Sin embargo, no hay que desmerecer Los Buddenbrook, obra con la que conquistó en 1929 el Premio Nobel de Literatura; y por supuesto, Muerte en Venecia, llevada al cine por Luchino Visconti.
La fascinación por Venecia, la máscara bajo la que oculta su decadencia, su romanticismo, su melancolía, su efímera belleza, son puntos desarrollados por Mann en este novela, en la que incluyó experiencias propias tras visitar la cuna de Tintoretto en 1911.
Desde la orilla del mar veíanse rocas hermosas. Pero la lluvia y el aire pesado, el hotel lleno de veraneantes de clase media austríaca y la falta de aquella sosegada convivencia con el mar, que sólo una playa suave y arenosa proporciona, le hicieron comprender que no había encontrado el lugar que buscaba. Sentía en su interior algo que lo impulsaba hacia lo desconocido.
Mann proyecta en esta obra su rico vocabulario, con frases rítmicas y referencias a la pérdida de la juventud, las dudas sobre la identidad sexual o el sentido de la vida.
El espíritu se sentía invadido por una gran indolencia, y los sentidos penetrados por el encanto infinito y adormecedor del mar.
Y todo, entre los canales venecianos en los que solo se escucha "el ruido sordo de las olas contra la embarcación, que se alzaba negra y alta como una nave guerrera, y el murmullo del gondolero, que murmuraba trabajosamente, con sonidos acentuados por el movimiento rítmico del cuerpo".
Es Venecia:
Pensó: "Aunque no tuviera yo el mar y la playa, permanecería aquí mientras tú no te fueras". El cuadro que a sus ojos ofrecía la playa, la visión de aquellas gentes civilizadas, que gozaban sensualmente en medio de los elementos, le satisfizo y entretuvo como nunca. El mar, gris y sereno, estaba ya animado por niños que corrían descalzos por el agua, de nadadores de abigarradas figuras, que, con los brazos detrás de la cabeza, estaban tendidos sobre la arena. Otros remaban en pequeños botes sin quilla y pintados de encarnado y azul, y reían con alborozo.
Pero el destino es caprichoso, incierto, impredecible y la parca acecha en cada esquina, es cada paseo, en cada viaje. La vida es una odisea. Describe la Rae este término como un "viaje largo, en el que abundan las aventuras adversas y favorables al viajero", así como la "sucesión de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a alguien". La culpa no es de otro que del griego Homero, que en sus épicos poemas convirtió la vida del pobre Odiseo en una correlación de infortunios, la mayoría marítimos, por designio de los dioses.
La Odisea cuenta el regreso a casa de Odiseo, Ulises para los latinos, tras luchar diez años en la Guerra de Troya. El trayecto se alarga más de lo esperado y tarda otra década en arribar a la isla de Ítaca, de donde era rey. La ira de Posidón le hará sufrir en el mar porque los dioses son divinos y los hombres no.
Mucho tiempo permaneció Odiseo sumergido, que no pudo salir a flote inmediatamente por el gran ímpetu de las olas y porque le pesaban los vestidos que le había entregado la divinal Calipso. Sobrenadó, por fin, despidiendo de la boca el agua amarga que asimismo le corría de la cabeza en sonoros chorros. Mas aunque fatigado, no perdía de vista la balsa; sino que, moviéndose con vigor por entre las olas, la asió y se sentó en medio de ella para evitar la muerte.
La descripción que hace Homero del mar, las olas y las tempestades es muy generosa con el lector. Destila amor y odio por ese líquido elemento. El océano es peligroso, al igual que las criaturas que lo habitan. Desde la Isla de Helios se perciben cantos que hacen enloquecer a quien los escucha:
Vamos, famoso Odiseo, haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda.
Voces femeninas también arrastran a Jasón a Lemnos, una isla habitada sólo por mujeres pues estas se habían desecho de sus esposos por infieles. El Mito de Jasón y los argonautas es uno de los más antiguos de la mitología griega, contado por Apolonio de Rodas. El viaje de Jasón sobre el las olas es tan desesperante como el de Odiseo. Éste va acompañado por los argonautas hacía la Cólquida en busca del Vellocino de Oro en el navío Argos. Se enfrentará a ninfas, piratas y furiosos dioses.
Al pasar por la tierra del adivino ciego Fineo, lo liberaron de las temibles Harpías, y él en agradecimiento les advirtió del peligro de las rocas Cianeas. Eran esas unas rocas que al pasar entre ellas, chocaban entre sí convirtiendo en pedazos a las naves que las cruzaban. Fineo les aconsejó que para saber si podían pasar o no, soltaran una paloma; si ésta conseguía pasar el escollo, ellos también lo harían, de lo contrario, que no se atrevieran.