El verano es época muy apropiada para descubrir – o releer – novelas clásicas. Por ejemplo, las de la Pardo Bazán (1851-1921), nuestra gran novelista. Acierta Federico Jiménez Losantos – profesor de literatura española, no lo olviden- al proponer esa lectura, este verano, igual que el año pasado lo hacía con Galdós.
No llega doña Emilia a la altura artística de don Benito, sólo comparable a Cervantes, pero no anda muy lejos. (En la vida real, vivieron un amor apasionado, del que nos queda un sabrosísimo epistolario). Junto con Clarín y Valera, muestran el nivel que alcanza nuestra novela a fines del XIX, después de la revolución de 1868, comparable al de los novelistas franceses, ingleses o rusos. ¿Cómo se puede decir – como hace poco he leído – que en España ha habido poca novela?...
La Pardo Bazán es un personaje apasionante, como puede verse en las biografías de Carmen Bravo-Villasante y Eva Acosta. Tuvo una insaciable curiosidad intelectual. Muy joven, escribió, en un cuaderno, su programa vital: To study, to work, to think. Por eso, pudo conocer mundos tan distintos como el pensamiento cristiano, el positivismo darwinista, el krausismo, el regeneracionismo; y, en el terreno narrativo, el costumbrismo, el naturalismo, el realismo clásico español, el espiritualismo ruso, el simbolismo de fin de siglo...
Supo aprovechar su posición aristocrática para lograr una libertad que era muy rara en las mujeres españolas de su época. Se casó antes de los 17 años, no fue feliz; se hizo defensora de los derechos de las mujeres: "Yo soy una radical feminista". Su laboriosidad y su amplitud intelectual se demuestran en la creación de la revista Nuevo Teatro Crítico (aludiendo al título de Feijoo), que publicaba mensualmente cien páginas, escritas íntegramente por ella: cuentos, críticas, semblanzas, artículos de viajes... Dirigió una "Biblioteca de la Mujer" en la que publicó a Stuart Mill, Luis Vives y María de Zayas.
Tanta actividad suscitó grandes envidias y enemistades: no consiguió ser Académica de la Española; cuando Julio Burell la nombró Catedrática de la Universidad de Madrid, se opusieron los catedráticos y también los alumnos, que no fueron a sus clases. Pereda la definía: "Padece la comezón de meterse en todo, de entender de todo...". Su feminismo tampoco le granjeó muchas amistades: "Tengo la evidencia de que, si se hiciese un plebiscito para decidir ahorcarme o no, la mayoría de las mujeres españolas votarían que sí".
¡Vaya personaje! Pero, también, ¡vaya novelista! Su obra maestra es, sin duda, Los pazos de Ulloa (1887), el gran fresco rural gallego – ella pasaba temporadas en el Pazo de Meirás -, que muestra las posibilidades novelescas de este mundo, por el que circularán escritores tan variados como Valle-Inclán, Pérez Lugín, Vicente Risco, Otero Pedrayo, Elena Quiroga...
En su tiempo, la compararon con Zola. (Tres años antes, en La cuestión palpitante, ella había dado a conocer en España sus ideas). Más allá de ciertas influencias técnicas, doña Emilia defiende un realismo más amplio que el de las novelas de Zola, que le parecen "habitaciones bajas de techo y muy chicas, en las que la respiración se dificulta".
Los Pazos de Ulloa es una muy sólida novela realista, con gran maestría psicológica y ambiental, muy inteligentemente planteada. En su sombría grandeza, recuerda Cumbres borrascosas y presagia las Comedias bárbaras de Valle-Inclán. Vale la pena leerla, en los ratos libres de un verano. (También, su continuación, La Madre Naturaleza, que recomendaré la semana próxima).
Emilia Pardo Bazán: Los Pazos de Ulloa, Madrid, ed. Penguin Clásicos, 2015, edición de Marina Mayoral, 392 páginas, 9.95 euros.