Con la publicación de Cantos de Salomé (Carena, 2015), la poeta brasileña Lara Mantoanelli decapita, de un modo freudiano, su vinculación con la religión. Su Juan el Bautista no tiene nada que ver con su marido, sino con la tradición férrea que le impuso la familia, la escuela, el entorno. El poemario representa la victoria íntima y personalísima de lo sensual y lo erótico frente a lo trascendente, la actualización de un mito y la ejecución de una obsesión.
En la obra de Mantoanelli, la princesa idumea protagoniza un monólogo torrencial, intenso, libertario y demente. Como en la tragedia de Oscar Wilde -"voy por esa línea, porque desarrolla la pasión de ella hacia el profeta"-, Salomé está enamorada de una forma enfermiza del Bautista y, desde su libertad, "ella desea al profeta, ella lo manda encarcelar, ella visita la cárcel, ella decide bailar...". "Creo que mi Salomé es muy libre. He querido defender su libertad. Quería que todas las decisiones fueran suyas", dice la autora.
El nombre de Salomé no aparece mencionado en los Evangelios; sólo Marcos se refiere a ella como "hija de Herodías". Sabemos cómo se llama gracias al historiador Flavio Josefo, quien sí que la nombra en sus Antigüedades judías (Libro XVIII, capítulo 5,4). Mantoanelli considera que, desde un punto de vista narrativo, "era injusto que una mujer tan importante para la historia del cristianismo, quien mandó matar a Juan el Bautista, el hombre que abrió el camino a Jesús, tuviera tan poco protagonismo".
Por ello, en los Cantos..., Salomé es protagonista absoluta, sólo escuchamos/leemos su voz incontrolable en un género poco habitual y difícil, que la brasileña domina en castellano -pese a no ser, evidentemente, su lengua materna-: la prosa poética: "Le debo mucho a Baudelaire y a Lorca. El formato me permite expresar el flujo de conciencia, esa cosa que no tiene por qué tener regla, métrica o rima. La prosa poética es más torrencial en ese sentido, me da más libertad para hacer un flujo contínuo de pensamiento". "También debo mucho a James Joyce, en el monólogo final de Molly Bloom", añade.
Además, el poema destaca por su musicalidad, tiene estribillos -el dragón, la rosa, el fuego...-. Mantoanelli justifica esto basándose en la locura de Salomé: "La mente de un loco va en bucle. Una obsesión es una idea que se repite. Entonces, en la mente de Salomé, esas ideas se repiten". Además, cuenta que mientras escribía el libro, "escuchaba una sóla canción en bucle, sin parar: "I love you porgy", de Billy Holiday, pero en la versión de Nina Simone. Me ayudaba a mantener un mantra".
¿Qué peso tiene el concepto de "obsesión" en su obra? Responde la poeta: "Creo que toda obra de arte se basa en obsesiones. Da igual que sea un cuadro, una canción... Si analizas la obra de cada artista, encontrarás una obsesión. Existen dos obsesiones en este libro: la mía en relación a Salomé y la de Salomé en relación a Juan el Bautista. Cuando identifico una idea que se repite, la alimento hasta que se convierte en obsesión". Mantoanelli investigó la historia del mito: "En el Medievo, Salomé incitaba la caza de brujas: 'Mira lo que han hecho las mujeres que están mal de la cabeza'. En el Modernismo vemos otro planteamiento. De hecho, Mallarmé escribió un libro que se llama Herodías. Pero él quería haber escrito un libro sobre Salomé, pero decía que la palabra, en francés, no sonaba bien".
Finalmente, conversamos sobre la carga erótica que aporta algunas partes de la Biblia: "Aunque los religiosos intenten obviar ese tema, la Biblia tiene de todo: libros filosóficos, poéticos, epistolares... Y también hay literatura erótica. Si tú lees Cantar de los Cantares, eso es erotismo puro y duro. Algunos salmos son eróticos. La historia de Esther no deja de ser una historia de amor y de erotismo, cómo ella seduce a reyes sin pretenderlo... Pero los religiosos talibanes no quieren ver eso".