Valle-Inclán, sin leyendas
"La leyenda debe cesar para que hable el relato veraz de los hechos", dice Manuel Alberca en La espada y la palabra, su último libro.
En la nota oficial que publica el Heraldo de Madrid, el 11 de abril de 1929, sobre la detención de Valle-Inclán, se le define bien: "Eximio escritor y extravagante ciudadano". Así era don Ramón María. La biografía que acaba de publicar Manuel Alberca lo demuestra cumplidamente, a lo largo de más de 700 páginas.
Sus primeros biógrafos fueron Francisco Madrid (La vida altiva de Valle-Inclán), Melchor Fernández Almagro (Vida y literatura de Valle-Inclán) y, sobre todo, Ramón Gómez de la Serna (Don Ramón María del Valle-Inclán). Este último libro supone un ejercicio literario fascinante. Claro está que a las fabulaciones de Valle se unen, en él, las del propio Ramón. No pretende disimular lo ficticio de muchas anécdotas; por ejemplo, las distintas versiones sobre la pérdida del brazo (además de inverosímiles, obviamente contradictorias). No importa: el resultado es tan brillante como divertido.
El profesor Manuel Alberca ha elegido otro camino. Su última frase lo proclama: "La leyenda debe cesar para que hable el relato veraz de los hechos". Acierta al elegir dos tipos de fuentes: periódicos de la época y libros de memorias o recuerdos. El trabajo de documentación es muy amplio. Para cualquier aspecto biográfico del escritor, este libro constituye, sin duda, el necesario punto de partida, a partir de ahora.
¿Aporta muchas novedades? Depende de lo que uno ya conociera. Insiste, por ejemplo, en que sus penurias económicas no fueron tan grandes como él decía. En que su ideología no tuvo nada de izquierdista: se movía en una nebulosa de raíz tradicionalista, con ribetes anarcoides, y sintió, por ejemplo, fascinación por Mussolini. (Escribió Lorca: "Esto es para indignar a cualquiera, nos ha venido fascista de Italia. Algo así como para arrastrarle de las barbas"). Y en que era menos bohemio de lo que se ha dicho: se ocupaba mucho del resultado económico de sus obras.
Utiliza Alberca, por ejemplo, libros de memorias poco frecuentes, como los de Hidalgo de Cisneros (amigo de Valle, en su época de la Academia de Roma) y Tomás Orts Ramos (el único que asistió al episodio de la pérdida del brazo y lo conto en seguida). Documenta minuciosamente los choques de Valle con Galdós, los Quintero, María Guerrero, Margarita Xirgu, Gregorio Martínez Sierra, Blasco Ibáñez, Gerardo Diego (por no estimar a Góngora), Blasco Ibáñez, Berta Singermann... Da a conocer su episodio sentimental con Luisa, una joven argentina; y, a partir de los archivos familiares, las cifras de ventas de sus libros.
Su atención no se centra en la valoración estética de las obras de Valle. No se comentan aquí, por ejemplo, su valor como gran renovador del teatro, su renovación del lenguaje ni su teoría del esperpento. (Por eso, en un libro lleno de citas, no se menciona a críticos de Valle tan importantes como Amado Alonso, Zamora Vicente, Ricardo Gullón o Gonzalo Sobejano).
El final de la vida de Valle-Inclán no fue, ciertamente, alegre: un divorcio conflictivo, problemas familiares y económicos, desazón creciente... Pero queda su obra, verdaderamente genial. El resumen podrían ser los dos versos de Rubén Darío, su amigo: "Y, si hubo áspera hiel en mi existencia, / melificó toda acritud el arte".
Manuel Alberca: La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán, XXVII Premio Comillas, Barcelona, ed. Tusquets, abril 2015, 765 páginas, 26’90 euros. ISBN: 978-84-9066-072-0.
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