Dicen los estudio que los artistas sufren más problemas mentales y durante más tiempo que las personas que se dedican a otros trabajos, con éxito equivalente. El índice de suicidios es mayor. Este es el punto de partida de Los escritores suicidas, de José Antonio Pérez Rojo, psiquiatra y escritor. Salgari, Larra, Plath, Kennedy Tole, Virginia Woolf, Tamiki Hara son algunos de los autores que pueblan sus páginas por dejar este mundo por propia voluntad.
No es una simple correlación de biografías con el suicidio como nexo, sino que es un viaje por la literatura de todos los tiempos sobre un hilo que enmaraña las vidas de 31 escritores con igual final. "No hay morbo, es curiosidad por entender el por qué. La vida y la muerte nos genera curiosidad. Hablamos de historias del siglo XX, historias duras del ser humano, de gente que llega a suicidarse porque no tiene alternativa", explica Juan Antonio Pérez Rojo en una entrevista para Libertad Digital.
Son historias contextualizadas, ubicadas en el tiempo y en el pensamiento de la época, que no se centra en la descripción de la forma de morir, sino que indaga en la personalidad, vivencias y obras de una gran lista de escritores. Es "un viaje literario".
Los escritores suicidas es mitad ensayo mitad novela biográfica: "Es la historia de unas peripecias vitales interesantísimas, que se entrelazan y acaban siendo parte de nuestra historia. Hablo de suicidios desde mi punto de vista como psiquiatra pero mezclado con las historias e indago en la relación entre creatividad, enfermedad mental y el oficio de escritor".
"Ernest Hemingway es el claro ejemplo de suicidio de artista: un alcohólico que se le va de las manos. Salgari es muy novelesco, propio de cualquiera de sus personajes: perdido en un valle y con una navaja de afeitar", cuenta el autor. "La forma de suicidarse guarda relación con la época y con la personalidad. Son gente con un punto más de libertad que otras personas, que no obedecen cánones y cuando ven que su vida o su profesión está acabada, deciden matarse", añade. Así, quizás, uno puede aproximarse a entender cómo el japonés Yukio Mishima eligió morir por harakiri más decapitación.
Notas de suicidio
Cada capítulo está dedicado a un autor y comienza con una ficha en la que se describe la forma de suicidio. También recopila epitafios y notas de despedida, no siempre explicativas, para sus familiares y amigos. Así por ejemplo, José Agustín Goytisolo, en lugar de una nota de partida, escribió en un papel que la persiana –por la que precisamente cayó- estaba rota. Quizá, su adiós estaba en Las horas quemadas (1997). O Witkiewicz, que antes de cortarse las venas al enterarse de que el ejercito ruso invadía Polonia, dejó un autorretrato que ponía "para su exhibición póstuma".
Virginia Woolf terminó sus días lanzándose al río Ouse, pero antes escribió: "He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por eso elijo la que me parece la mejor opción". Marina Tsvietaieva, antes de ahorcarse, apuntó: "Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy gravemente enferma. A papá y a Alia diles que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida".
Vladimir Maiakovski, que se disparó en la sien en 1930 pidió: "No se culpe a nadie por mi muerte. Y por favor, nada de murmuraciones. Al difunto le molestaban terriblemente".
Silvya Plath, un parón para descansar
José Antonio Pérez Rojo admite que la historia de Silvya Plath fue una de las que más le impactó. La poetisa estadounidense, antes de meter la cabeza en el horno para morir intoxicada por el gas de hulla, selló la habitación de sus dos hijos y les dejó preparado el desayuno. "Me leí varios de sus libros, vi varios documentales, tomé más conciencia de su muerte y de las consecuencias posteriores que tuvo. Es muy trágico".
La frustración es una bebida de difícil digestión. John Kennedy Toole no degustó el éxito de La Conjura de los Necios, por el que recibió el Pulitzer a título póstumo, sino que puso fin a su vida con dióxido de carbono en el interior de su coche. No supo encajar las negativas, al contrario que su madre, que luchó para que se editase esa obra y gracias a la cual ha llegado a nuestros días.
Pero no siempre la ausencia de éxito es motivo de desdicha. Salgari, con más de 86 obras publicadas, no supo gestionar su dinero y acabó arruinado. Su forma de afrontar el trance fue la misma que eligiera años atrás su padre y años después dos de sus hijos: el suicidio.
Los horrores del siglo XX
Primo Levi, superviviente de Auschwitz, se tiró por el hueco de la escalera, incapaz de comprender, dice el autor en las páginas de Los escritores suicidas, "a los alemanes, sobre todo porque éstos, una vez concluida la guerra, no prestaron demasiada atención a lo ocurrido". El polaco Tadeusz Borowski también sufrió las atrocidades de ese campo de concentración. El autor de Por aquí se va el gas, damas y caballeros, se quitó la vida con gas días después de ser padre. Tamiki Hara, superviviente de Hiroshima, se cruzó en las vías del tren al paso de la locomotora.
A pesar de todas estas historias, Pérez Rojo no considera que sea un "libro pesimista", sino "todo lo contrario". "El suicidio sigue siendo un tema tabú. Yo trabajo en salud mental y creo que las autoridades sanitarias no invierten en prevención, hay poca información, y es algo clave". A pesar de que la mayoría de autores que aparecen en el libro son de siglos pasados, sigue ocurriendo. "Mi sensación es que el índice de suicidio es muy alto entre los poetas, hay muchísimos", cree.
Pero, ¿es peligroso escribir? "Puede que sea peligroso escribir, pero qué vas a hacer. Si no escribes será peor. Hay un grupo bastante grande de poetas suicidas con más desequilibrio mental que otros, aquellos que desde jóvenes tienen más síntomas y se suicidan más. Si llegados a cierta edad, lo que nos gusta es escribir... lo peligroso sería no hacerlo", considera.
Juan Antonio Pérez Rojo. Los escritores suicidas. Uno editorial. 362 páginas. ISBN: 978-84-16234-44-8. PVP (papel): 17 €