'Clave K', las huellas del miedo en Cataluña
Puede que ella no comulgara con el pujolismo, pero veinte años de silencio seguro que ayudaron a apuntalarlo.
Margarita Rivière ha publicado la novela Clave K cuatro días antes de morir. Parir y morir. Las dos cosas a la vez. Un revés inoportuno. Sobre todo porque hacía 20 años que esperaba inútilmente su publicación. Su editorial no consideró prudente hacerlo en su momento. Por entonces Pujol y sus hijos se paseaban por Cataluña como si fuera su finca particular. No era cuestión de tentar la suerte con una historia donde retrataba sus miserias, se mofaba de su vanidad provinciana y adelantaba en 20 años el hedor de la cloaca que por entonces definían como oasis. Prevaleció el miedo, triunfó el cálculo. Un caso más. Entre miles. El periodismo orgánico, la intelectualidad sumisa. Y eso que no se señalaba a nadie por su nombre. El miedo, un nuevo eufemismo para esconder el colaboracionismo. ¿Pero miedo a qué?, se preguntaba Francesc de Carreras en su artículo de esta semana en El País.
No es una pregunta retórica. ¿Miedo a qué? Vivimos en una democracia, hay separación de poderes, disfrutamos de libertad de pensamiento y expresión. ¿Miedo a qué? Bien, digamos que miedo a la presión del grupo, miedo a salirse del guión, a que te señalen con el dedo y te retiren el saludo. ¿Pero eso es tan terrible? ¿Quizás miedo a que prescindan de tus servicios o se quiebre una subvención? ¿Es suficiente motivo?
Entiendo que los amigos sinceros de la periodista Margarita Rivière depositen flores en su tumba y justifiquen tanta prudencia, pero…
En 1543 Nicolás Copérnico publicó la obra De revolutionibus orbium coelestium, donde defendía que era el Sol y no la Tierra lo que ocupaba el centro del mundo. El libro lo había empezado en 1506 y lo había terminado en 1531, pero esperó a un día después de su muerte para publicarlo. Su editor, Andreas Osiander, también se guardó las espaldas e incluyó un prólogo por su cuenta donde exponía que la teoría heliocéntrica expuesta era una mera simulación matemática para explicar mejor los movimientos planetarios, no una descripción de la realidad física. Tanto uno como otro tenían razones sobradas para temer represalias: la Inquisición había llevado a la hoguera a muchos herejes por cuestionar los dogmas de la Iglesia, o por simple arbitrariedad. Giordano Bruno la sufrió en sus carnes. Fue condenado a morir en la hoguera en 1600 por sostener esas ideas. El sabio que convirtió el cosmos en universo fue quemado como un simple rastrojo. No se retractó, como Galileo Galilei, ni colaboró con la atmósfera de la época, como Descartes. Del mismo modo que Unamuno denunció el racismo en la misma época en que Sabino Arana lo defendía.
Cualquiera que compare las épocas y los riesgos sentirá una condescendencia inmediata por todas las Margots que no se atrevieron a cuestionar abiertamente el dogma del catalanismo. Puede que ella no comulgara con el pujolismo, pero veinte años de silencio seguro que ayudaron a apuntalarlo.
Yo la entiendo, como comprendo a la editorial que le encargó el libro y después no se atrevió a publicarlo. No son los únicos. Hace unos meses invité a un amigo periodista a un debate con ocasión de la publicación de la obra HRNC. Hacía sólo un año que él mismo había logrado un gran éxito con su denuncia del nacionalismo en su primer libro. Hacía tiempo que no le veía ni le oía. Pensé que se habría retirado para pergeñar otra entrega. Pero no, el periodista se disculpó y declinó su participación. Había decidido hacer borrón y cuenta nueva con su activismo intelectual. Debía cuidarse las espaldas si quería sobrevivir en el mundo laboral del que vivía. Hasta hoy. No diré su nombre por respeto. No es el único caso. El verano pasado invité a una escritora a dar una conferencia en el instituto donde doy clases. Entre varias lecturas recomendadas, estaría su libro, un excelente estudio sobre la inmersión lingüística. Durante los tres meses siguientes perseguí su participación sin éxito. Me fue dando largas, hasta que un día cerró el tema con esta proyección: "Sería un follón y te metería en un lío". ¿Un lío por qué?, me extrañé. "Es que no te quiero perjudicar, ¡ya sabes!".
Quizás el fallo no esté sólo en la naturaleza excluyente del nacionalismo, puede que confiemos más de lo debido y sin fundamento en la naturaleza humana.
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