Con la muerte el pasado año de Leopoldo María Panero desaparecía el último representante de una de las sagas de poetas más conocidas de nuestra literatura reciente. La peculiar personalidad de sus integrantes y sus complicados avatares biográficos han alimentando en buena medida su leyenda. A ello han contribuido -es cierto- ellos mismos, desde aquella famosa película de El desencanto (1976), que tuvo su continuación en Después de tantos años (1994) de Ricardo Franco, hasta las memorias dictadas de Felicidad Blanca, Espejo de sombras (1977), que acaban de reeditarse (Cabaret Voltaire, 2015). En cualquier caso, en torno a los Panero ha surgido una abundante bibliografía, en algunos casos no exenta de tópicos y prejuicios de todo tipo (incluidos los ideológicos, en lo que al padre se refiere), que continúa incrementándose.
Uno de los acercamientos más serios y profundos al tema lo encontramos curiosamente en una novela quizás poco conocida pero de indudable valor literario y documental: Jardín perdido (Astorga, Akron, 2009) de Andrés Martínez Oria. La novela reconstruye, como indica su subtítulo, "la aventura vital de los Panero" a lo largo de un lapso temporal de casi un siglo, que va desde la boda de los padres de Leopoldo Panero, en 1905, hasta la muerte de su esposa, Felicidad Blanc, en 1990. Aunque el relato rompe el orden cronológico lineal con continuos saltos temporales del presente al pasado y viceversa, cada una de sus cuatro partes -tituladas, de forma significativa, Alba, Meridiano, Crepúsculo y Ocaso- se centran en una etapa de la historia familiar. La primera abarca hasta la guerra civil y relata los orígenes familiares, la infancia y primera juventud de Leopoldo Panero. La segunda y la tercera, centradas en el poeta astorgano y su esposa Felicidad Blanc, transcurren, respectivamente, entre el final de la guerra civil y la llegada del matrimonio a Londres en 1946; y entre su regreso a España en 1947 y la muerte del poeta en 1962. La última se extiende desde esa fecha hasta la muerte de su esposa, y tiene como protagonistas a sus hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi.
Así pues, Jardín perdido recorre los avatares biográficos fundamentales y su entorno vital: los orígenes familiares, la amarga experiencia de la guerra civil y sus trágicas secuelas, el matrimonio de Leopoldo y Felicidad Blanc -sin duda los personajes centrales- con sus momentos de dicha y de amargura, el ambiente cultural de la España franquista en que el poeta ha de desarrollar su trabajo (en busca de una seguridad económica que nunca acaba de materializarse), su círculo de amistades (Luis Rosales, Dámaso Alonso, José Antonio Maravall…), sus encuentros y desencuentros con otros escritores —destacan en este aspecto las páginas dedicadas a Cernuda-, sus excesos nocturnos, las difíciles relaciones con sus hijos, etc.
Pero, más allá de los acontecimientos externos, Martínez Oria ha tratado de indagar en las motivaciones profundas y en el mundo interior de unos personajes complejos y, con frecuencia, contradictorios. Y no para juzgarlos, sino para tratar de entender unos comportamientos y unos impulsos sobre los que con frecuencia han pesado visiones superficiales más atentas al detalle anecdótico, casi siempre de trazo escandaloso, que al indudable drama íntimo que los originan. Por otro lado, ofrece, además, algunas de las claves estéticas para acercarse a la poesía de Leopoldo Panero, un tanto olvidada actualmente.
Jardín perdido integra de forma magistral lo histórico -con su sólida labor de documentación de la que da fe la bibliografía consignada al final del libro (pp. 515-517)- y lo literario, con su brillante elaboración estilística y su complejo despliegue de técnicas narrativas. Por todo ello, constituye sin duda una de las lecturas más recomendables para adentrarse en el mundo íntimo de esta saga de poetas, tan singular como desdichada.