Inglaterra suscita admiración, envidia, rechazo también, y una enorme curiosidad. Particularmente, siempre he sido muy anglófilo, porque su historia y sus instituciones se confunden, porque no han tenido que reinventarse para ser algo, porque no se han rechazado a sí mismos ni se han quedado atados a un pasado cada vez más lejano. Porque la tradición y la vanguardia han ido de la mano. Porque, como dice un autor, "libertad y tolerancia estarían en la misma base del poder político británico", y porque, como dice el mismo sin abandonar el párrafo, la suya era "una política conservadora a fuer de empírica". De esa constatación, más el veredicto aprobatorio de la historia, surge esa punzante admiración de español que tengo por Inglaterra.
El autor citado es Ignacio Peyró. Y su libro, Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa. "Pompa y circunstancia", quizás porque en el libro hay mucho de celebración, aunque sea desde la distancia. Esa distancia la acorta el aprecio por la ironía fina que vierte Peyró por todo el texto y que es tan propia del país que queda retratado en este millar de páginas. "Diccionario sentimental", porque son casi cuatro centenares de entradas ordenadas lexicográficamente y porque no se ha atrevido a escribir diccionario literario. Porque de eso se trata, de pequeños ensayos sobre algunos aspectos de la cultura inglesa.
Quizás porque con ella tiene más que suficiente, o por el carácter aglutinador de Inglaterra, se ha quedado en aquel país, sin recalar en el resto de Gran Bretaña, pero no se olvida de los no ingleses y aborda una serie de nombres que identificamos con todo el reino: David Hume o Arthur Conan Doyle, por poner dos ejemplos señeros. Aunque también está Edmund Burke, irlandés, a quien sin embargo rescata en una valiosa entrada.
Liberado de la enorme tarea que le supondría mirar desde la misma erudición a Irlanda, Gales, Escocia y, sí, los Estados Unidos, Ignacio Peyró se ha zambullido en la procelosa historia de Inglaterra, en su política, su literatura, sus instituciones y sus gustos. El resultado es extraordinario.
Es literalmente extraordinario, porque no es común leer un libro que tenga la erudición de Pompa y circunstancia y que tenga, además, el cuidado gusto literario que desprende el autor en todas sus páginas. Un lector que tuviese por rareza el desinterés por Inglaterra podría disfrutar de sus páginas sólo por el placer de leer buena literatura.
Además, su carácter de pequeña enciclopedia permite al lector ir de entrada en entrada sin un orden sistemático. Por eso tiene, en las últimas páginas, un índice que recoge todas, para que el lector curioso se pregunte cuál es la historia de la mermerlada de naranja amarga, o la de los paraguas ("de cualquier color, siempre que sea negro"), con los que representamos al inglés más estereotipado. ¿Qué significa la palabra imperio, en aquel país? ¿Y el Jerez, esa españolísima ciudad, tan querida por los ingleses por su bottled sunshine? ¿Por qué son rojas las cabinas de teléfono? Las entradas despiertan la curiosidad, y el lector puede ir adelante y atrás, para descubrir aspectos desconocidos de aquella tierra.
Permita el lector que resalte una de las entradas, breve, pero ilustrativa del tono del libro. Agujas:
Misteriosas entre la niebla o solemnes en el crepúsculo, Inglaterra es el país de las altas agujas, de esos chapiteles que -góticos o neogóticos, decorados o perpendiculares- van buscando el cielo desde cualquier vieja ciudad catedralicia. Se alzaron en los tiempos en que los ingleses todavía eran "los píos ingleses" e Inglaterra "la isla de los santos". Salisbury, Newark, Truro, Lichfield: como dice Simon Thurley, sus agujas compiten entre sí como los niños pequeños que levantan la mano para buscar la atención del profesor. Arnold se refirió a Oxford -metonimia de la nación inglesa- como la ciudad de los capiteles que sueñan, y cada página de Trollope tendrá de fondo de escena el remate de una torre. Será que esas agujas forman parte del archivo de un país inmemorial, entresoñado; de la vieja Inglaterra resonante de Medievo, cubierta del verdín de siglos de lluvia.
Esta entrada, como cualquier otra, es una invitación a leer las demás. El libro está tocado por un humor muy inglés, al que dedica, no podía quedar fuera, un breve ensayo: "Para Salaverría hay una risa inglesa, íntima, llena de inteligencia". Cuenta la anécdota de un espectador del cómico Morecame, que le dijo: "Ha estado usted tan gracioso que casi me hace reír". Un humor, nos dice, que se alimenta de tabúes y prohibiciones.
El autor tiene la rara habilidad de retratar a una persona con muy pocas palabras. Como la dura sentencia que se desprende de la escueta entrada dedicada a Neville Chamberlain. O la de David Niven: "En las pantallas del siglo XX, el actor David Niven fue encarnación tan típica de una pureza del englishness que, maravila de las maravillas, en sus películas tenía que ser doblado al inglés americano". Y no tiene empacho en echar por tierra algún mito inglés, como el de las fish and chips.
Uno de los motivos que le confieren valor a esta obra es que está escrita desde España, como se ve tanto en alguno de los autores citados como en esta o aquella mención a nuestro país. Como cuando habla de fútbol: "A España le cupo el honor de ser el primer equipo continental en vencer a Inglaterra". O, con un tono menos glorioso, cuando dice:
Es característico que ni en la prensa inglesa de hoy ni en la de ayer se haya podido uno encontrar con las piezas casticistas tan propias de la prensa en España.
Que Inglaterra es un país de usos sutiles lo prueba la diferenciación social en función del buen o mal inglés que hable uno. Pero hay criterios de distinción que no pueden entenderse en cualquier otro país. Dice Peyró: "Cuanto más oscuro sea el color y más corteza tenga la mermelada, mejor clase social; cuanto más picada esté la corteza y más claro sea el color de la conserva, peor clase social". Por cierto, que cuando presentó el libro el autor reconoció que, al comprar el enésimo libro sobre mermeladas, llegó a preguntarse a qué estaba dedicando su vida. Ya lo sabemos.
Dice Ignacio Peyró de Nikolaus Pevsner que "le cabe la rara gloria de que su apellido sirva para reconocer toda una obra". Y cuando habla de su admirado Walter Bagehot escribe: "Su libro ha adoptado el nombre del autor, y el Bagehot es fresco como de hoy por la mañana". Lo mismo ocurrirá con Pompa y circunstancia, al que los lectores denominarán "el Peyró". Es un libro para acompañarnos toda la vida, para sacarlo del reposo de la biblioteca con cada llamada de nuestra curiosidad por Inglaterra. Es, sin duda, uno de los grandes libros de los últimos años.