El libro Las tribus liberales, de María Blanco, es de fácil lectura, pero difícil para sacar conclusiones acerca del estado actual del liberalismo. La autora tiene una vida muy activa como profesora y también en las redes sociales. En su Twitter y en su blog utiliza el apodo de Lady Godiva. En sus comentarios se desnuda con franqueza frente al lector presentando sus ideas sin ropajes que las cubran o embellezcan. Lo mismo hace en este libro, donde refleja en forma transparente lo que ve del mundo liberal.
Pasé toda mi vida profesional en estas tribus, por lo que me cuesta ser imparcial. Por más que traté de ponerme afuera del libro, como si fuese un lector que ha tenido poco contacto con los indios de esta tribu, creo que me autoengaño. Pongo indios en cursivas porque en el mundo liberal existen casi más caciques, gurús e inquisidores que indios o tribus.
Hace unos días uno de mis amigos puso un cartel en Facebook que decía: "Los libertarios son como los dioses griegos, todos se pelean pero nadie cree en ellos". La autora recurre a la mitología griega para describir las secciones de su libro, pero no quiere dar la imagen de división. En la portada incluye el dibujo de un árbol fecundo donde cada escuela liberal tiene un lugar. El libro es más bien una radiografía del mundo liberal, especialmente del liberalismo español. Parte de la obra es historia de pensamiento liberal contemporáneo, y parte análisis cuasi-psicológico de los actores. Una sección, que no voy a analizar aquí, está dedicada a explicar algunas de las posiciones liberales donde nos sentimos menos entendidos: la responsabilidad social, el paro, la contaminación, el trabajo infantil.
Blanco escribe que las tribus liberales están muy activas produciendo libros, artículos, comentarios en las redes sociales, conferencias, reuniones, conferencias y reuniones. Todas tienen miembros que opinan de política, pero pocos actúan en política. La incansable labor académica de los caciques de estas tribus ayuda a impartir educación a miles de alumnos con la esperanza que de allí salgan los futuros líderes de un renacimiento liberal.
La descripción que aparece en el libro no solo muestra logros, también carencias en las tribus. Algunas aparecen en forma explícita: hay muchas divisiones; la narrativa de los liberales es pobre y poco atractiva; los liberales son pocos, "apenas llenan un autobús". Pero, según la autora, el gran "demonio del liberalismo", el "punto negro", es la forma en que sus líderes y sus indios interactúan con los demás. "Es imprescindible deshacerse de la arrogancia y abrazar la actitud humilde de todo buscador de la verdad". De las 500 figuras liberales más importantes que he conocido en mi vida, a solo un puñado de ellos alguien los ha llamado “humildes”.
Otras carencias de los liberales se demuestran por lo que no aparece en la obra. Ninguno de los caciques o las tribus, por ejemplo, se muestra muy activo en grupos sociales fuera de internet, o como líderes en sociedades intermedias. Lo social repele a la mayoría de los liberales individualistas. Quizá las mujeres liberales, aún más minoritarias que sus pares masculinos, son una excepción. En una de sus frases más lapidarias, F. A. Hayek describió social como "esa palabra parasitaria que se esparce como un hongo". Son pocos los liberales que quieren hacer campo común con los que piensan distinto. Cuando algunos liberales participamos en actos sociales, como ir a votar, otros intelectuales liberales nos aclaran con un discursito bien racional lo ilógico que es votar; cuando celebramos una fiesta patria, otros nos señalan todos los atropellos que se hacen en nombre de la nación donde vivimos. Los liberales descuidan la importancia de integrarse en la vida social del vecindario, la ciudad o el país, formar parte de agrupaciones religiosas, clubes deportivos, caminar la calle... Carlos Rodríguez Braun hace una acertada recomendación, citada en el libro, sobre la importancia de sentarse a dialogar por un ratito con el que piensa distinto
Una sección del libro analiza a los liberales que se atreven a meterse en política. Describe tanto a los que cuando llegan al gobierno abandonan sus convicciones como a los que solo quieren llegar al subsector anárquico, radical o libertario. En mi país de nacimiento, Argentina, como si no nos alcanzara perder con liberalismos de centro, algunos de nosotros ayudamos a crear partidos liberales radicales, o liberales libertarios. La pureza doctrinal aparece como única guía.
Señala la autora que "cuando se observan a distancia las redes sociales y cómo interactuamos los liberales", vemos que hay "personas que deciden apoderar por su cuenta y riesgo una causa que no es propiedad de nadie y tampoco de ellos". Si alguien defiende el libre mercado pero no adhiere a los dogmas políticamente correctos de muchos libertarios de hoy, se lo acusa de "antiliberal". Para otros, solo el anarcocapitalismo es una opción liberal válida. En cuanto a la narrativa y la actitud de sus tribus, escribe Blanco:
Los liberales somos aburridos, incomprensibles y molestos (...) Estamos acostumbrados a hablar para minorías convencidas, a contestar con citas de autores.
Amén.
María Blanco habla de sus viajes a eventos financiados y planeados por organizaciones extranjeras como Liberty Fund o Atlas en USA, o la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala. Allí uno pasa un tiempo agradable con mucha gente que piensa como uno, o casi como uno. María se encuentra con Alejandra y con Alejandro, con el contado gran escritor y con la contada figura política que, por algunos años, pasa el test del liberalómetro. A pocas cuadras de los salones de reuniones de los liberales, el populismo y el estatismo avanzan al galope. Nosotros juntamos cientos, ellos miles.
Hay corrientes liberales que piensan que nuestras ideas son perfectas y que el único problema es la narrativa o la maldad e inmoralidad de nuestros enemigos. Hay otras corrientes liberales que se fundamentan en la biología para concluir que "la libertad tiene el éxito asegurado". Si es así, lo único que podemos hacer es aligerar los dolores de parto.
Aunque conozco a la enorme mayoría de las personas mencionadas en el libro, conozco más a las tribus de Estados Unidos. Y la radiografía no es tan distinta. La mayoría de los liberales se autoinvitan como ponentes a sus eventos. Con la gran proliferación de think tanks liberales (la red del State Policy Network cuenta con 65 miembros) y con un número similar o mayor de centros universitarios, la tentación es de comunicarse solamente con grupos afines. Son tantas las publicaciones online que cualquier artículo, por más que no diga nada novedoso, encuentra un lugar para ser divulgado. Y cuando esto fracasa, siempre queda el blog propio. Nos conectamos entre nosotros y nos desconectamos del resto.
Me pregunto lo que pensarán los socialistas que lean este libro. ¿Dirán "Los liberales no presentan problema alguno" o "Cuidado, los liberales están creciendo estratégicamente"? A ellos les toca contestar.
Pese a la considerable autocrítica, Blanco termina en forma positiva. Creo que su conclusión optimista tiene algo que ver con su pasión. Al ser una enamorada de la libertad, ve más las bondades que las carencias. Si no los canoniza, la obra al menos humaniza a los liberales y destierra el mito de que son parte de una conspiración creada y financiada por unos pocos mecenas.
Blanco concluye diciendo que los liberales "no somos ni héroes ni dioses", pero describe lo que, para mí, son aspirantes a caciques intelectuales. El campo de acción de los liberales seguirá siendo el de las ideas. Para poder crecer, los liberales necesitarán ayuda desde fuera de sus tribus, de líderes políticos, sociales y empresariales, que aceptaran algunas de las ideas liberales pero no todas.
Alejandro Chafuen, presidente de Atlas Network.