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Santiago Navajas

Heidegger y Auschwitz

Estas revelaciones obligan a una relectura de toda su obra desde estos parámetros antisemitas.

El acontecimiento filosófico de estos meses está siendo la publicación en Alemania de los Cuadernos negros de Martin Heidegger. La filósofa italiana, y vicepresidenta de la sociedad Heidegger-Gesellschaft, Donatella di Cesare está haciendo un seguimiento de los mismos prestando especial atención a su relación con los judíos, porque la más enconada y decisiva cuestión filosófica del último siglo tiene que ver con el compromiso de Heidegger, considerado por muchos el más grande filósofo del siglo XX, con el nazismo.

Heidegger no sólo se afilió al Partido de Hitler sino que aceptó ser rector de la Universidad de Friburgo, y aunque dimitió al año mantuvo su afiliación hasta el final de la guerra. Posteriormente jamás salió de sus labios un arrepentimiento, una reflexión sobre aquello que marcó indeleblemente su vida... ¿y su pensamiento? Grosso modo, había dos corrientes explicativas del affaire Heidegger. Estaba la que consideraba, para exculparlo, que Heidegger era el típico sabio idiota que cuando bajaba de las alturas del Ser al pantano de la política se comportaba de una forma tan torpe como un albatros en tierra firme. Ahí se sitúa, por ejemplo, Hannah Arendt en su escrito "Martin Heidegger at Eighty" para la New York Review of Books. En el campo contrario se encontraban los que pensaban que su hitlerismo era parte integrante de su filosofía irracionalista y reaccionaria, como el chileno Víctor Farías en Heidegger y el nazismo. Durante las últimas décadas la discusión ha estado equilibrada entre apologistas y detractores. Aunque lo cierto es que había indicios de que efectivamente el viaje hasta el corazón de las tinieblas nacional-socialistas no había sido un mero error de cálculo al estilo del viaje a Siracusa de Platón, como argumentó su discípula Arendt.

Sin embargo, la publicación del escrito con el que se completarán los 102 tomos de sus obras completas, los Cuadernos negros, decanta finalmente la balanza del lado de los que argumentaban que lo peor del nazismo estaba en el núcleo de la filosofía de Heidegger. Y lo peor de esa combinación vitriólica de nacionalismo histérico y socialismo patológico fue el antisemitismo que llevó al genocidio del pueblo judío. Al Holocausto o Shoah. En los anteriores Cuadernos negros Heidegger explicaba que su antisemitismo venía dado por su consideración de los judíos –debido a su presunto carácter calculador, utilitarista y falaz– como los principales responsables del "olvido del Ser" en aras del triunfo de la cosificación. Los judíos serían responsables tanto del bolchevismo como del capitalismo, de la URSS y de los EEUU, es decir, dos manifestaciones enfrentadas pero esencialmente iguales, desde su punto de vista ontológico, del triunfo de la técnica, que había convertido a los hombres en robots y a la naturaleza en esclava. Los judíos serían culpables de un "espíritu de resentimiento" contra lo que Heidegger consideraba esencial para el "retorno del Ser": la vinculación de un pueblo con su tradición, la tierra de la que se nutre su fuerza vital y atávica. Los judíos, un pueblo sin Estado, sin raíces y descastado, encontrarían su fuerza para la supervivencia en chupar de otros pueblos su energía hasta dejarlos exhaustos y finalmente muertos. El judaísmo sería, desde este antisemitismo metafísico, un parásito, un vampiro de la fuerza vital de otros pueblos, ya que únicamente estaría vinculado a la Palabra (de Dios), a la Torá, es decir, a una mortecina abstracción.

En el volumen 97 de los Cuadernos negros, que pronto se publicará, Heidegger nos explica su versión de lo que significa Auschwitz: no es más que la culminación del "olvido del Ser". O, dicho de otra manera, los campos de exterminio reflejan mejor que ningún otro fenómeno lo que caracteriza al pensamiento calculador e instrumental propio del judaísmo: son unas meras "fábricas de cuerpos". El exterminio industrial de los judíos sería desde su atalaya metafísica, en la que la Segunda Guerra Mundial es una batalla entre el Ser (representado por los arios) y el Ente (el punto de vista judío, tanto en su manifestación comunista como capitalista), la conclusión lógica de un proceso de cosificación del Ser que tendría a los judíos como principales responsables. Que los judíos fuesen exterminados a la manera industrial sería una especie de justicia poético-filosófica en aras de la purificación del Ser. La Shoah sería así el "sumo cumplimento de la técnica". Y los últimos responsables y culpables del exterminio de los judíos serían (con esa lógica implacable propia de los alienados y los ideólogos)... los propios judíos. La Shoah no sería sino "la autoaniquiliación [Selbstvernichtung] de los judíos".

Estas revelaciones extraídas de la propia obra de Heidegger, y que él era consciente de lo que significarían, por lo que prohibió que fueran difundidas hasta mucho después de su muerte, obligan a una relectura de toda su obra desde estos parámetros antisemitas. Y, también, a un nuevo análisis de la tradición filosófica alemana que desembocó en esta aberración moral y ontológica, de Kant a Nietzsche, y, por supuesto, en aquellos que se han considerado en mayor o menor medida herederos de la hermenéutica y la fenomenología del filósofo alemán, del postmodernismo como corriente a la deconstrucción como método que han asolado gran parte de los departamentos de Filosofía, haciéndolos banales en el mejor de los casos, cómplices de totalitarismos en el peor.

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