Oportunísimo ha estado Federico Jiménez Losantos al recordar aquí a Pérez Galdós. Siempre hay que volver a él, como novelista y como historiador; más aún, en momentos de tanto desbarajuste colectivo como el actual.
El que quiera conocer la España del siglo XIX, tanto en la vida pública como en la cotidiana, debe acudir a Pérez Galdós más que a los historiadores profesionales. El que quiera leer a un novelista español realista de primera fila universal, comparable a los más grandes (Stendhal, Balzac, Flaubert, Dickens, Tolstoi, Dostoiewski), también debe acudir a Galdós: después de Cervantes, nuestro máximo narrador.
El novelista realista se basa siempre en la observación (el romántico, más, en la fantasía). Sabemos que, personalmente, don Benito era callado, poco brillante. Toda su biografía parece volcada hacia la observación de ambientes y personajes, hacia la escucha de formas de hablar: el fundamento de todas sus novelas. Su gran afición era pasear por Madrid y charlar con las gentes humildes: porteros, vendedores ambulantes, taberneros, vecinos de corralas... Sin ese hábito y esa capacidad, no se entendería la asombrosa cantidad de información que nos ofrece Galdós sobre la vida social española, en la segunda mitad del XIX (años después, Proust dirá que el novelista debe ser como una esponja que se empapa de la realidad).
Coincide en esto – y en bastantes cosas más – Galdós con Balzac, tal como expone su propósito, en el prólogo general a La comedia humana:
"La sociedad francesa iba a ser el historiador, yo no iba a ser más que el secretario. Haciendo el inventario de los vicios y las virtudes, reuniendo los principales hechos pasionales, pintando los caracteres, escogiendo los acontecimientos principales de la sociedad, componiendo tipos mediante reunión de rasgos de muchos caracteres homogéneos, quizá podría llegar a escribir la historia olvidada por tantos historiadores, la de las costumbres".
Es justamente lo que hace Galdós. Además, como gran patriota, añade a esto una tonalidad española. En sus Observaciones sobre la novela contemporánea en España, aduce los dos ejemplos máximos:
"Cervantes, la más grande personalidad producida por esta tierra, poseía la cualidad de la observación en tal alto grado que, de seguro, no se hallará en antiguos ni modernos quien le aventaje, ni aún le iguale. Y, en otra manifestación del arte, ¿qué fue Velázquez sino el más grande de los observadores, el pintor que mejor ha visto y ha expresado mejor la naturaleza? La aptitud existe en nuestra raza..."
Ésa línea es la que él quiere seguir. Historiador es, por supuesto, en sus Episodios Nacionales: 46 novelas, agrupadas en 5 series (cada una comprende 10 volúmenes, salvo la última, inacabada, que sólo tiene 6). Los escribe desde el comienzo de su carrera narrativa, 1873, hasta 1912. Recrean narrativamente la historia de España en el XIX, desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta la Restauración borbónica (1875).
Conviene precisar algo muy claramente. En principio, la gran época de la novela histórica es el romanticismo (primera mitad del siglo XIX). Los románticos utilizan el género para huir de un presente que no les gustaba y refugiarse, con la imaginación, en un pasado que les parecía más poético.
Nada de eso tiene que ver con Galdós. Como bien señaló el agudísimo Clarín, en el origen de su tarea narrativa está la revolución de 1868 y sus consecuencias. Cuando escribe los Episodios Nacionales, está reflexionando sobre la fuente de los males que afligen a nuestra nación. Lo resume Amado Alonso: "Lejos de presentar un pasado como pasado y caducado, lo que hace es mostrar las raíces vivas de la sociedad actual". Pero la técnica narrativa que utiliza es la misma que la de sus Novelas contemporáneas. Por eso, muchos críticos (Ricardo Gullón y Stephen Gilman, por ejemplo) sostienen que los Episodios Nacionales son novelas realistas; tan realistas como cualquiera de sus otras obras.
La perspectiva de Galdós es la de un liberal desencantado. Puede ejemplificarlo un personaje de La estafeta romántica:
"Liberal templado, adora el justo medio; detesta por igual el absolutismo y las revoluciones, cree que, por componendas, se obtendrá la paz de los espíritus y el bienestar de los pueblos, que debemos buscar el compadrazgo de la religión y la filosofía, de la libertad y la autoridad".
Al entrar en la batalla de Trafalgar, el protagonista sufre una iluminación:
"Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de patria (...) La idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo (...) Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos".
En los días que corren, no es malo releer esto... Muchos españoles encontraron en los Episodios Nacionales el libro de texto para entender nuestra historia y su sentido, además de una llamada a la tolerancia.
Pero Galdós también es historiador en su serie de Novelas contemporáneas. A veces, generaliza explícitamente el sentido sociológico de un relato. Por ejemplo, en la preciosa Torquemada en la hoguera:
"En los tiempos que vienen, los aristócratas arruinados, desposeídos de su propiedad por los usureros y traficantes de la clase media, se sentirán impulsados a la venganza... querrán destruir esa raza egoísta, esos burgueses groseros y viciosos que, después de absorber los bienes de la Iglesia, se han hecho dueños del Estado, monopolizan el poder, la riqueza, y quieren para sus arcas todo el dinero de pobres y ricos, y, para sus tálamos, las mujeres de la aristocracia".
En general, centra su observación en la clase media madrileña, como resumen y símbolo de toda la sociedad:
"Ella es hoy la base de todo el orden social... En ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa".
Pero también sabe descender a los ambientes y clases más humildes. Por ejemplo, para escribir Misericordia, una de sus obras maestras:
"Hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los populosos barrios del Sur de Madrid. Acompañado de policías, escudriñé las 'casas de dormir' de las calles de Mediodía Grande y del Bastero y, para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene municipal...".
Es el camino que seguirá Baroja en su trilogía de La lucha por la vida. Pero Galdós conocía igual de bien los teatros, los paseos, los cafés, las iglesias, los palacios, las casas de la clase media y del cursi "quiero y no puedo", las tiendas...
En su precioso libro Arte y sociedad en Galdós, Federico Sopeña, mi maestro, aporta una enorme cantidad de datos galdosianos sobre la vida cotidiana de los madrileños: los cuadros, cromos, fotografías y estampas que decoran las paredes; los muebles; los mantones de Manila; las diferentes escuelas de caligrafía; los vestidos y trajes; los pianitos y organillos; los romances de ciego y aleluyas; los bailes populares; las comidas y refrescos; las fiestas familiares; hasta los cuadros realizados con distintos tipos de cabellos entretejidos...
Todo ese caudal de información está al servicio de la verosimilitud: el objetivo ineludible de la novela realista: "Imagen de la vida es la novela", define, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Y todo ello se pone al servicio de una comprensión magistral de los sentimientos humanos. Por eso es tan grande, como historiador y como novelista. Otro día insistiré en este otro aspecto.
Desde el exilio, Luis Cernuda unía los nombres de Galdós y Cervantes, la más gloriosa tradición española, en unos amargos versos que – me temo – no han perdido actualidad:
"Lo real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla,
sino esta España viva y siempre noble
que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta".