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'Mientras escribo': así fabrica Stephen King tus pesadillas

Nos cuenta su vida, cómo se hizo escritor, y ofrece una clase magistral a todos aquellos navegantes que quieran subirse al paquebote de la Literatura.

Nos cuenta su vida, cómo se hizo escritor, y ofrece una clase magistral a todos aquellos navegantes que quieran subirse al paquebote de la Literatura.

Stephen King, maestro indiscutible del terror, fabricante -merecido- de best-sellers, alergia para culturetas postmodernos y, ante todo, escritor profesional. De los buenos. Si bien su prosa no es brillante, el autor de El resplandor, Cementerio de animales o Tommyknockers es un gran artesano de historias, de tramas. Su literatura engancha como la más adictiva de las drogas. Qué pasará en la siguiente página, me cago en sus muertos, por qué termina así -de bien- el capítulo, oh, Dios mío, este personaje no merecía morir, y así, hasta que concluye la obra.

En Mientras escribo (Random House Mondadori, 2001), King pasa de los perros rabiosos, los diablos del maizal o los demonios vestidos de payaso. Nos cuenta su vida, cómo se hizo escritor, y ofrece una clase magistral a todos aquellos navegantes que quieran subirse al titánico, laberíntico y difícil paquebote de la Literatura -con "L" mayúscula.

Mientras escribo arranca con los primeros recuerdos del niño King, quien vivió, cuanto menos, una infancia dickensiana. También entrañable. Su padre abandonó a la familia cuando el niño Stephen tenía dos años. Su madre, Nellie, crió a sus dos hijos con muy poco dinero y muchas mudanzas. Cuenta King su primer recuerdo: tenía 2 ó 3 años, agarró un bloque de hormigón, creyéndose un forzudo circense. En el bloque había un avispero, salió una de sus inquilinas y le picó en una oreja. Tras ello, el bloque de hormigón cayó sobre un pie del niño, quedando totalmente machacado.

El pre-adolescente King se aficionó a las películas de terror de serie B, escribió sus primeros relatos en revistas juveniles y/o literarias, llegó a la universidad, conoció a Tabitha, su esposa: "Nuestro matrimonio ha durado más que todos los dirigentes mundiales a excepción de Castro, y si seguimos hablando, discutiendo, haciendo el amor y bailando con los Ramones, lo más probable es que siga funcionando". Publicó sus primeras novelas, conoció el éxito, huyó del hambre y de la precariedad, murió su madre, se hizo alcohólico y drogadicto -"Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito"-, salió del abismo, siguió publicando best-sellers y concilió su vida familiar.

King concibe la escritura como un acto de telepatía, que puede abordarse con "nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación". Ofrece una caja de herramientas práctica, amena y utilísima. Así, por ejemplo, aconseja huir de los adverbios, escribir con valentía -"los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo (…) A menudo, escribir bien significa prescindir del miedo y la afectación"- o leer mucho y escribir mucho -"No conozco ninguna manera de saltárselas (estas reglas). No he visto ningún atajo"-.

Además, King escribe sobre el accidente de tráfico en el que estuvo a punto de morir, pone un ejercicio práctico de literatura, como si de una lección se tratara, con un fragmento del relato 1408 y recomienda una lista de libros, entre los que se encuentran Mientras agonizo de Faulkner, Oliver Twist de Charles Dickens o tres novelas de Harry Potter, de J. K. Rowling.

En definitiva, Mientras escribo no es ninguna factoría de pesadillas, pero ayuda a entender por qué y cómo las fabrica King. El libro anima a los escritores a que ejerzan como tales, ayuda y guía con sencillez y buena praxis. No me extrañaría que se estudiara en las facultades de Filología .

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