Ediciones Cristiandad acaba de publicar el volumen Permanecer en la verdad de Cristo. Matrimonio y comunión en la Iglesia católica, editado por el agustino Robert Dodaro. Se trata de la versión española de un libro que ha sido publicado simultáneamente en otras cuatro lenguas -inglés, italiano, francés y alemán- y que reúne artículos de cinco cardenales (Brandmüller, Burke, Caffarra, De Paolis y Müller) y cuatro autores de reconocido prestigio en sus áreas de estudio (Dodaro, Mankowski, Rist y Vasil).
El proyecto, nos dice su editor, nació a raíz de la invitación de otro cardenal, Walter Kasper, a proseguir el debate sobre la cuestión del acceso a los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia por parte de los divorciados vueltos a casar. En efecto, Kasper fue el encargado de dirigirse a los cardenales en el último consistorio extraordinario, celebrado en febrero, donde lanzó una serie de ideas y de propuestas, entre las que se encontraba la cuestión anteriormente citada, para el sínodo de obispos acerca de "Los retos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización", que se celebra en estos días en el Vaticano. Kasper recogió posteriormente sus ideas en el libro El evangelio de la familia, donde expresaba el deseo de que sus propuestas ofrecieran "una base teológica para el subsiguiente debate entre los cardenales" (p. 9).
Kasper quería debate y lo ha tenido, aunque no del tipo que a él le habría gustado. Generalmente los que van de progresistas ofrecen un producto que no están en condiciones de vender, porque no existe, pero persisten en erigirse como sus primeros distribuidores, llevando la situación a extremos bastante desagradables por las ambigüedades que presentan y la imagen de división que ofrecen a la opinión pública dentro y fuera de la Iglesia. En el caso de Kasper, además, con el nihil obstat del papa Francisco –aunque no sabemos si sobre todo lo dicho por el prelado alemán o sólo sobre algunas cosas–, que definió el discurso del cardenal como "teología hecha de rodillas".
La cosa, decía, es que a Kasper no le ha gustado la publicación de las respuestas de estos nueve autores. Lo de siempre, primero reclama un debate y luego protesta porque alguien dice que lo más probable es que su posición sea insostenible. Lo dice, además, antes de leer el volumen, que salió publicado días después de la polémica, aireada convenientemente por todos los medios de comunicación –casi todos ellos, milagrosamente, han pasado en pocos meses a ser competencia directa de L’Osservatore Romano; esto es, interpretan benévolamente, no sin tergiversar en ocasiones, y defienden cada palabra del actual Pontífice; mientras que criticar a Benedicto XVI era habitual y se aplaudía como algo legítimo, insinuar que quizás Francisco no acierte en todo es considerado por la opinión pública, católica o no, delito de lesa majestad–. A Kasper le molestó el título, Permanecer en la verdad de Cristo, le pareció arrogante, probablemente porque ignoraba que estas palabras no son fruto de la elaboración de los autores del volumen sino de san Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Familiaris consortio (n. 5).
Sea como fuere, dejando a un lado polémicas que duran poco, aunque envenenan el debate, quisiera detenerme en lo importante, esto es, en qué puede y no puede hacer el Magisterio de la Iglesia en lo referente a los divorciados vueltos a casar. Kasper propone "un cambio en la doctrina y disciplina sacramental de la Iglesia" que posibilite, "en casos limitados", que "católicos divorciados y vueltos a casar civilmente" sean "admitidos a la comunión eucarística tras un periodo de penitencia"; para ello apela a "la práctica cristiana primitiva, así como a la asentada tradición ortodoxa oriental de emplear misericordia para con los divorciados bajo una fórmula según la cual los segundos matrimonios son tolerados: una práctica a la que los ortodoxos denominan generalmente oikonomia" (Dodaro, p. 11).
El libro que presento responde a esta propuesta de Kasper. Lo hace con argumentos teológicos, históricos y jurídicos, no con polémicas estériles ni con insinuaciones jocosas que tanto gustan a aquél (cf. El Evangelio de la familia, pp. 62-63). Dodaro, en su introducción, recoge los resultados de la investigación (p. 12):
Los ensayos aquí publicados rebaten su propósito específico [el de Kasper] de emplear una forma católica de oikonomia para algunos casos de divorciados vueltos a casar civilmente, por la razón de que ello no puede conciliarse con la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio, y de que, por tanto, refuerza concepciones erróneas tanto de la fidelidad como de la misericordia.
No hay bases escriturísticas ni patrísticas para tolerar los matrimonios civiles posteriores a un divorcio, tampoco históricas y menos aún teológicas. Los estudios incluidos en el libro concluyen que "la tradicional fidelidad de la Iglesia a la verdad del matrimonio constituye el fundamento irrevocable de su respuesta misericordiosa y caritativa al individuo divorciado y vuelto a casar civilmente" (p. 13), con lo que explícitamente también cuestionan esa premisa progresista de que la doctrina católica tradicional y la práctica pastoral contemporánea se contradicen.
La lectura del libro es muy recomendable, se trata de un repaso de la doctrina católica sobre el matrimonio, la Eucaristía y la penitencia. Esta enseñanza de la Iglesia podrá gustar o no, pero es la que es. Jugamos, por tanto, con las cartas que se nos han repartido. A partir de este momento, surgen, al menos, dos soluciones:
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Replantear la teología sacramental católica, es decir, convocar una especie de Concilio de Trento, segunda edición, corregida y (probablemente) disminuida, y adoptar algunos de los postulados de la llamada Reforma. Así, por ejemplo, si se dejasen sólo dos sacramentos, Bautismo y Eucaristía, desaparecería el problema.
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Reformar el proceso canónico de la declaración de nulidad (o abandonarlo completamente). Así, lo que la teología no permite lo tolerará el Derecho.
Comprenderá quien me esté leyendo que estas soluciones no son viables. La Iglesia no puede traicionar su doctrina, porque no es suya, es también y sobre todo de Dios. La Iglesia, en estos veinte siglos de historia, no ha inventado sino interpretado y actualizado la voluntad de Dios. Habrá habido excesos y equivocaciones, que se han ido y seguirán corrigiéndose, pero siempre en fidelidad al plan salvífico original de Dios. La Iglesia, como Pueblo de Dios o Cuerpo Místico –para contentar a todas las facciones–, no puede cambiar lo que Dios ha establecido de tal o cual modo. No lo puede cambiar la Iglesia, ni un concilio, ni un sínodo ni un papa. Por tanto, la solución ya la sabíamos desde antes de que Kasper hablara: fidelidad a la doctrina.
Esto, lo sé, suena a reaccionario. No suena a misericordioso. Es teología de escribanía, no de reclinatorio. Pero es lo que hay. Los divorciados vueltos a casar no pueden acceder al sacramento de la Penitencia, que exige, entre otras cosas, arrepentimiento, dolor del pecado cometido y voluntad de no cometerlo más; quien ha contraído matrimonio civil tras un divorcio, algo que atenta contra el principio de indisolubilidad del matrimonio explícitamente promulgado por Cristo, ¿está dispuesto a romper esa unión civil tras la confesión de este pecado? No, dirá justamente; pues entonces es inútil que pretenda acceder a un sacramento que ya desde el primer momento no será fructífero por no concurrir para su válida celebración los requisitos establecidos. No puede tampoco acceder plenamente al sacramento de la Eucaristía, pues para comulgar se exige un estado de gracia que no posee quien vive en una situación continua de pecado grave como es atentar una segunda unión civil tras el divorcio.
No se recurra pues a soluciones misericordiosas a costa de arruinar la doctrina. La auténtica misericordia rechaza el error. Estas personas, mejor, algunas de estas personas, seguramente sufran por ser la parte inocente del conflicto. Nadie lo niega; antes bien, han de ser tratadas con el respeto y la atención que merecen, como se ha venido haciendo hasta ahora y como han recordado que ha de hacerse los últimos pontífices, también Benedicto XVI. Los sacramentos conceden acceso a la gracia de Dios, que ayuda al cristiano en su camino, pero ni son el único modo de acceder a la gracia santificante de Cristo ni son en algún modo derechos exigibles. No todos los sacramentos, por múltiples razones, son accesibles a todos los cristianos.
Más allá de los resultados del Sínodo en curso, que tardarán en plasmarse, la lectura de los textos que presento, tanto los de Kasper como los editados por Dodaro, hará bien a todos y sacará de dudas a quienes se preguntan o inquietan por el tema. Doctrina y pastoral, unidas, para que la primera no sea estéril y la segunda no carezca de cimientos.
Juan Antonio Cabrera Montero, sacerdote agustino.