Leído Autopsia, de Miguel Serrano Larraz, publicado por Candaya. Siempre que comento un libro -la palabra "reseña" me sabe demasiado científica, académica, y eso no es lo mío-, en mayor o menor medida, lo hago con fluidez: los pido porque me llaman la atención, me exigen su lectura. La trama que se anuncia en Autopsia no me entusiasmó, pero Candaya es una editorial con clase, los críticos aplaudieron la obra -Julio José Ordovás, de La Vanguardia, comparó a Serrano Larraz con Bolaño, ni más ni menos-, y El País publicó un artículo/entrevista interesante. Por ello lo pedí.
Tras esta justificación, digo que a Autopsia le sobran, hoja arriba/hoja abajo, unas 150 páginas -en total, tiene 398-. La novela está infestada de detalles innecesarios, enumeraciones, de paréntesis, de versos encubiertos -Serrano ha publicado varios libros de poesía-. En definitiva, de paja. Esta maleza lírica, o como se diga, se ve, se lee y se disfruta en Francisco Umbral y en algunas obras de Camilo José Cela. Creo que Serrano ha querido jugar en esa especie de liga literaria, y si bien no ha finalizado el torneo en los puestos de descenso, se ha quedado en la mitad de la tabla. Y añado, desde mi legítima subjetividad, que sin esa paja, estaríamos ante un libro -mucho- más interesante.
¿De qué va Autopsia? El personaje principal, que tiene -al menos, aparentemente- mucho que ver con el propio autor, acosó de niño chico, junto a sus compañeros de colegio, a una muchacha a la que llamaban Caca Purulenta. El remordimiento acompaña al protagonista a lo largo de toda su vida. Eso, y un poema que consiguió un accésit en un concurso de poesía de Aranda de Duero. Encontramos, con saltos temporales, la biografía de un tipo normal, de un hombre corriente de los 90. Prima lo cotidiano sobre lo extraordinario y, en este sentido, Serrano retrata muy bien al prototipo de una generación, así como el día a día de una ciudad de provincias -Zaragoza- y el runrún general -social/cultural, no político- del país, Crónicas marcianas, Internet y Facebook incluidos.
¿Qué es lo que más me gusta de la novela? Las historias paralelas, los capítulos que podrían funcionar como relatos independientes, como aquel en el que, en un día lluvioso, el protagonista cayó en un suelo embarrado y una niña con paraguas lo acompañó hasta el colegio, o las conversaciones con Hans Castorp, un DJ que en realidad -en la realidad de la novela, se entiende- se llama Felipe y que protagoniza los discursos más brillantes e interesantes del texto.