"Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". Esta condena de un ángel bíblico podrían haberla firmado Leo Strauss, el padre del neoconservadurismo, y Sayid Qutb, el inspirador del fanatismo religioso de los Hermanos Musulmanes, en referencia a las sociedades liberales que –salvando todas las distancias entre uno y otro– les parecían falta de valores, moralmente débiles y políticamente fofas, incapaces de articular un proyecto de sentido vital y existencial tanto desde el punto de vista individual como colectivo, con lo que necesariamente caerían en el relativismo y el nihilismo, en la anomia y el caos. En definitiva, unas nenazas esos liberales.
Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, en La cultura política liberal. Pasado, presente y futuro, elaboran un manual de respuesta a las críticas que desde el conservadurismo y el socialismo, desde el dogmatismo religioso y el utopismo anarquista, se lanzan contra el liberalismo, abriendo una nueva tercera vía que articula lo político con lo económico y lo ético para crear una antropología irónica que supere el habitual reduccionismo de lo liberal al discurso economicista (con el fantasma heurístico del Homo economicus) reacio a pensar el liberalismo filosóficamente por falta de ambición retórica y pobreza conceptual.
Por ello es conveniente empezar el libro por el capítulo final, en el que se expone una visión ironista del liberalismo que bebe del escepticismo dialogante de Sócrates, a través de su última encarnación en la figura de Richard Rorty y su obra clave, Contingencia, ironía y solidaridad, en la que, sintomáticamente, el capítulo decisivo se denomina "Ironía privada y esperanza liberal", con el filósofo norteamericano contemplando la actividad filosófica como algo más parecido a una tertulia (flexible, amistosa, argumentativa, divertida) que a un sermón (dogmático, unidireccional, intimidante, aburrido). Es decir, lo contrario de lo que venía siendo la habitual tradición filosófica, desde la escolástica, para retomar la afición ateniense por la cháchara de altos vuelos.
Y es que Galindo y Ujaldón tratan de reelaborar un liberalismo que hunda sus raíces en la filosofía moderna, la Ilustración y su método crítico. Sólo que ahora se trata de ser crítico con la propia crítica para asumir que, como sostuvo Popper en La lógica de la investigación científica, en referencia al conocimiento, pero que podemos extrapolar a cualquier actividad humana:
La base empírica de la ciencia objetiva no tiene, por consiguiente, nada de absoluto. La ciencia no descansa en una sólida roca. La estructura audaz de sus teorías se levanta, como si dijéramos, encima de un pantano. Es como un edificio construido sobre pilotes. Los pilotes son hincados desde arriba en el pantano, pero no en una base natural o dada; y si no hincamos los pilotes más profundamente no es porque hayamos alcanzado suelo firme. Simplemente paramos cuando nos satisface la firmeza de los pilotes, que es suficiente para soportar la estructura, al menos por el momento.
Es desde esa conciencia de la cimentación pantanosa y por el momento de nuestras concepciones político-jurídico-económicas que la tercera vía del liberalismo de Galindo y Ujaldón adquiere un carácter dinámico y juguetón, en cuanto que es capaz de cambiar de opinión si cambian los hechos o a alguien se le ocurre una versión mejor. Entre el realismo complejo de Keynes ("Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?") y la ironía creativa de Groucho Marx ("Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros"), el liberalismo ironista de Galindo y Ujaldón viene a significar una renovación del pensamiento liberal español a través de un talante nietzscheano.
En síntesis, el mundo que nos ofrece [la cultura liberal], la forma de hablar de la realidad a la que nos invita, el tipo de trato entre los hombres al que contribuye, la mirada que fomenta sobre las propias pasiones, sobre los propios miedos, la intensidad que reclama para nuestras creencias, y a la que nos induce el tercer liberalismo no elimina la inseguridad, la conciencia de que todo es contingente, falible, deconstruible; en definitiva, finito.
Ajenos a la revelación como fuente de conocimiento y a la redención como método político, Galindo y Ujaldón establecen una conversación con liberales y antiliberales, del comunitarismo anarquista de Michael Taylor al anarcocapitalismo de Murray Rothbard, pasando por la socialdemocracia de Michael Sandel, apoyándose fundamentalmente en el citado Richard Rorty y dos autores que son claves a la hora de diseñar esta tercera vía a un liberalismo "postmoderno": Bruce Ackerman, y en particular su libro La política del diálogo liberal, y Hans Blumenberg, con su antropología basada en una praxis libre de dogmas y aprioris.
Donde mejor se comprueba este talante ironista del liberalismo propuesto por Galindo y Ujaldón es en la imposibilidad teórica de definirlo. Porque toda definición implica una fosilización y este liberalismo es fluctuante, en cuanto que la libertad que propugna haría saltar por los aires cualquier definición, que, por esencia, es dogmática. En lugar de ello, los autores confían su argumentación a una serie de ideas-fuerza que pasan por el reconocimiento del mercado flexible al lado de un Estado fuerte, que se priorice al individuo tanto a la hora de establecer un mercado no dominado por las empresas (soberanía del consumidor y de la competencia) como un Estado purgado de tentaciones paternalistas (soberanía del ciudadano y la democracia), lo que lleva a una limitación del poder tanto de los capitalistas (recordemos que desde Adam Smith está claro que los empresarios son los primeros que conspiran para acabar con la competencia dentro del capitalismo, ya que sueñan con monopolios perfectos) como de las ramas del Estado (en las que su éxito se mide en virtud de su tamaño, presupuesto y capacidad de coacción).
Galindo y Ujaldón se sitúan en una atalaya única para elaborar una perspectiva completa del liberalismo, dada la amplitud de su mirada, que abarca desde Gary Becker a Michel Foucault, con una facilidad para la expresión que resulta no sólo cortés, como quería Ortega y Gasset, sino estimulante para transitar la suma de referencias en la que nos invitan a sumergirnos en las notas a pie de página. Se preguntaba más sarcástica que irónicamente Jardiel Poncela si alguna vez hubo 11.000 vírgenes, y lo mismo podemos sospechar nosotros respecto de los liberales, una vez visto el resultado obtenido por el Partido de la Libertad Individual en las últimas elecciones. Un tanto pesimistamente sostiene Pedro J. Ramírez que la historia del liberalismo en España tiene más de desventura que de aventura. Sin embargo, obras como la de Galindo y Ujaldón muestran que en la nación que dio al mundo el término liberalismo sigue siendo una opción que no sólo vive y colea, sino que las mejores mentes de nuestra generación participan de ella, renovándola y enriqueciéndola. Un libro imprescindible en cualquier biblioteca liberal y muy recomendable para todos aquellos que sean un poco menos que dioses pero un poco más que bestias.
Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, La cultura política liberal, Tecnos (Madrid), 2014.