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'Los jardines de la disidencia': comunistas y hippies envueltos en alta literatura

El libro sumerge al lector en el inframundo ideológico estadounidense y en las gentes que lo compusieron y lo componen.

El libro sumerge al lector en el inframundo ideológico estadounidense y en las gentes que lo compusieron y lo componen.

En la solapa de la contraportada de Los jardines de la disidencia (Random House, 2014), la última novela de Jonathan Lethem, se dice que es la mejor obra del autor y se le compara, agárrense los machos, con el totémico Philip Roth. También aparecen los nombres de Mailer y Bob Dylan.

Lethem no es nuevo en esto de la literatura, si bien no es un autor excesivamente conocido en España, país más proclive -en general- a los autores consagrados o a los best-sellers de primera, segunda o decimoquinta clase -aquí también hay clases: no es lo mismo Stephen King que las no-sé-cuántas sombras de Grey. Establecer una comparación Lethem-Roth-Mailer-Dylan puede llevar, quizás, a algún que otro lector ortodoxo de esta laica trinidad literaria a la decepción, por ejemplo, si trata de encontrar en Lethem a un discípulo clónico de alguno. Afortunadamente, no es el caso.

A Lethem se le notan las influencias -la metafísica cuestión de "¿de dónde venimos?" tiene una respuesta clara en él-, pero, partiendo de una base curtida y culta, construye una novela original, de altura, con una prosa muy fluida, a veces entrañable, a veces irónica, siempre franca, en la que habitan unos personajes muy bien construidos y psicoanalizados personal y políticamente.

El lector de Los jardines de la disidencia peregrinará por el comunismo primitivo y clandestino estadounidense del siglo XX, esa piedra sólida y roja que se disolvió como un azucarillo en cuanto Jruschov desclasificó los archivos secretos que desvelaron las torturas y los crímenes del 'líder supremo' Stalin; por la contracultura de la Era de Acuario en Greenwich Village, con sus cantores folk de banjo y discurso izquierdista -muy bien retratado, por cierto, en una canción reciente de David Bowie: "(You will) set the world on fire", que pueden encontrar en The next day-; por el movimiento hippy, tan libertario, químico y sexual; por el reciente Occupy Wall Street, los recientes indignados -mención a los manifestantes madrileños incluida-, quiere decirse.

El eje temporal no es lineal: un capítulo se sitúa en los años 60; el siguiente, en los 50, y luego se viaja a los 70. ¿Dónde transcurre -la mayor parte de- la acción? En Nueva York. Los dos pilares de la novela son Rose Angrush Zimmer y su hija, Miriam. La primera es una comunista férrea y convencida que fue expulsada del partido por acostarse con un policía negro; la segunda intenta huir de la influencia radical e intransigente de su madre, aunque hereda algunos rasgos de su carácter. En torno a Rose y a Miriam circulan amantes, maridos, suegras, miembros del partido comunista americano, hippies porreros, cuáqueros, un cantautor fracasado que envidia al citado Dylan, el hijo del citado policía negro y Sergius Gogan, hijo de Miriam.

En definitiva, que Lethem consigue que el lector se sumerja, con todas las comodidades que ofrece la Literatura -con mayúscula-, en el inframundo ideológico estadounidense y en las gentes que lo compusieron y lo componen. En la simbiosis oficial de Los jardines de la disidencia se nos dice que "lo personal puede ser político, pero que lo político siempre es personal". Que el lector ejerza como tal y juzgue por sí mismo.

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